Sanando Heridas

Capítulo 4

En otras noticias mi madre empezó a salir con un tipo del trabajo. Cuando me lo comunicó no supe cómo reaccionar. Ella me dijo que era muy feliz con aquel hombre; que él la apoyaba y la cuidaba. Me dio a entender que muy a pesar de lo que yo lo aceptara o no, ella seguiría con él; mi opinión no era importante. Lo que hice fue desearle lo mejor y encerrarme en mi habitación.

No le dije que tenía sentimientos encontrados, que tenía miedo de quedarme completamente solo. A mi padre y hermano poco les importo lo que pasara conmigo cuando se fueron y mi madre se concentró en su trabajo, aun así, la veía en casa y a veces compartíamos alguna comida. Con el pasar de los días mis temores se hicieron realidad. Ya ni siquiera llegaba a dormir, lo único que hacía era pagar las facturas, vestirme y a veces, muy a lo lejos se interesaba por mis estudios o algo relacionado conmigo. Nunca preguntaba por mis sentimientos.

Cuando mis abuelos y tíos se enteraron de su nueva pareja, ella no dudo en defenderlo con uñas y dientes. Incluso le dijo a mi tía que solo esperaba que yo fuera mayor de edad para salirse a vivir aparte con él. Está de más decir que mi tía estaba totalmente en contra.

—¿Qué tú no piensas Marina? Max te necesita, aún tiene 16 años—increpaba mi tía a través del teléfono.

—Por lo mismo; porque le faltan solo 2 años es que he tomado esta decisión. Si por mi fuera ya me hubiera ido con Enrique.

—¡¿Te estás escuchando?! Tu hijo es lo primero. Debes dejar a ese hombre y preocuparte por Max. No ves que está mal, mira cómo anda de delgado.

—Ay que exagerada eres. Max bajó de peso porque estaba como un cerdo y ahora está mejor. Nada más.

—Tu hijo está en los huesos Marina y dices que está mejor. ¿Qué mejoría es esa? ¿Qué ejemplo le estás dando Marina? Si ahora no quieres cuidarlo, ¿para qué lo tuviste entonces? André se fue y ahora Max. Abre los ojos Marina, tu hijo te necesita.

—Max está lo suficientemente grande para cuidar de sí mismo y yo tengo derecho en rehacer mi vida con quien yo quiera. No voy a permitir que Max sea un impedimento para alcanzar mi felicidad.

—¿Tan cegada estás por ese hombre? ¿Tan fuerte es la ilusión? Como si quiera puedes considerar a tu propio hijo un estorbo—estorbo, esa palabra de nuevo. Sentí un dolor en el pecho.

—No voy a mentirte. Estoy loca por Enrique y ni Max ni nadie nos va a separar.

—Tienes 39 años Marina. No eres una colegiala que juega a los enamorados. Preocúpate por el hijo que te queda. Mi mamá está sufriendo por las decisiones que estas tomando.

—Son mis decisiones, es mi vida. Y si tanto les duele a todos ustedes pues se los envío. Así puedo vivir mi amor plenamente con Enrique.

Salí del lugar donde estaba escondido, no podía soportarlo más. Esperé y esperé por días pero mi madre nunca me envió con los abuelos; sin embargo, no se cansaba de recordarme que era la piedra en su zapato. Me atrevo incluso a decir que contaba los días para mi cumpleaños número 17.

El dolor de ser rechazado por mi propia madre hizo que intensificara mis horas de ejercicio. Aumente las horas para correr, me mataba haciendo planchas y seguía con la dieta a pies juntillas. Nada de lo que los demás decían me interesaba.

—Max, chico, estás muy delgado. Mira nomás se notan los huesos de tus dedos y los de tus brazos—me dijo un día el profesor de física.

—Está exagerando profe, si aún tengo grasa acumulada. Todavía necesito bajar.

—¿Bajar? ¿A dónde más piensas bajar hijo? ¿Estás alimentándote bien?

—Claro que sí. La cosa es que dejé atrás las grasas, los carbohidratos. Esas cosas.

—Chico, tu cuerpo necesita de los carbohidratos y grasas. Estás en toda la etapa del desarrollo y una mala alimentación te puede causar problemas. Necesitar alimentarte o tus huesos van a estar débiles y con el tiempo puedes padecer de osteoporosis a temprana edad. Además, tú no estás para una dieta estricta.

—No se preocupe, yo me alimento.

—¿Todo va bien por casa? –preguntó de repente.

—Sí, todo perfecto—mentí. Cuando la verdad era que quería gritar NO con todas mis fuerzas y ¡Ayúdenme!

—Sé que solo son tu mamá y tú y…

—Y así estamos bien. No se preocupe por mí profe. Mire le prometo que de ahora en adelante voy a empezar a comer de todo—ya ni siquiera recordaba cuantas veces había hecho la misma promesa.

Las vacaciones llegaron y me sentí aliviado de pasarla con mis abuelos. Sin pensarlo fui recuperando el color y ganando un poco de peso. El calor familiar con el que me acogieron, las conversaciones con mis primos y sobre todo la atención brindada; ayudaron mucho. A pesar de ello, no abrí mi corazón. Estuve tentado a contarle todo a una de mis primas más cercanas, pero algo me detuvo. No quería la lastima de nadie y mucho menos de mi familia. Para mí, lo que me tocaba vivir era lo que merecía por haber nacido.

Las vacaciones terminaron y tuve que volver a Chiclayo, a una casa donde nadie me esperaba. Todo seguía igual; hace mucho que sabía desenvolverme solo por la ciudad. A veces cuando pasaba por el mercado, recordaba a mi hermano trayéndome de pequeño para comprar los víveres de la semana. O cuando salía a comer a algún restaurante con algunos compañeros del colegio, me recordaba al yo de 4 años junto a mis padres y hermano compartiendo una agradable velada. Si alguna vez tuve esperanzas de que las cosas se arreglaran, el yo de 16 las había perdido totalmente.




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