Sanando Heridas

Capítulo 5

Una tarde después de una pichanguita, sentados en las gradas de la canchita de futbol, Tino me invitó a almorzar a su casa. Era su cumpleaños y algunos de sus amigos más íntimos irían. Yo no me consideraba tan íntimo, pero supuse que me había agarrado cariño. Además, algunos chicos que jugaban con nosotros irían, así no me sentiría solo. No tenía enamorada y aunque muchos de los que irían llevarían a sus parejas, no era mi caso. Pensé en negarme, inventar una excusa, pero no tenía nada que hacer en casa y estaba cansado de la soledad. Acepté y luego de obtener la dirección me marché a casa.

Fue una sorpresa encontrar a mi madre. Me alegré, pensé que después de mucho tiempo podríamos tener una cena agradable. Pero a medida que me acercaba a ella, unos sollozos se empezaron a escuchar con más claridad. Tuve la respuesta en cuanto alzó la mirada.

—Mamá, ¿Por qué lloras? –pregunté.

—Así que por fin te dignas en aparecer. Se puede saber, ¿dónde carajos has estado?

—Jugando partido con unos amigos—respondí tranquilo sin ganas de alterarla más.

—¡Vives en la calle solamente! Ya pareces perro callejero. ¿Qué dirán los vecinos? ¿Acaso no tienes casa? –lamentablemente estaba borracha, la botella de vino casi terminada lo corroboraba.

—Mamá creo que deberías ir a descansar—sugerí—. Estás un poco mal y una siesta no te hará daño—nunca antes me había enfrentado a una situación así. Nunca había visto a mi madre beber.

—¿Qué siesta ni nada? Estoy bien, muy bien—de pronto las lágrimas volvieron a aparecer y con más fuerza

—Entonces, ¿por qué lloras? –pregunté de nuevo.

—¿Quieres saber la verdad? –preguntó con furia en sus ojos.

—Solo quiero ayudarte.

—¿Quieres ayudar? Bien—entonces explotó— ¿Por qué no cumples los 18 ya? ¿Por qué no te largas de esta casa de una vez así yo puedo ser feliz?

—Mamá, aún tengo 16—intenté controlar mi voz, no mostrando cuanto dolían sus palabras.

—Es una pena. No veo la hora de que ya cumplas 18. Eres un estorbo para mi felicidad. Querías saber la razón de mis lágrimas, te lo voy a decir. Enrique acaba de dejarme, dice que está cansado de esperar por mí, que te elijo sobre él y que nuestra relación solo es un pasatiempo para mí.

—Él no es un buen hombre—dije, lo que la enfureció más.

—Tú qué demonios sabes, mocoso. Yo lo amo, no puedo soportar vivir sin él. Soy su mujer, ¿me oyes? Soy su…—y antes de que pudiera completar la frase cayó sobre mí.

Con cuidado la llevé a la cama, la cobijé bajo las sábanas y me hice cargo de ella cuando vomitó. Al día siguiente se levantó como si nada hubiera pasado y se fue al trabajo. Y yo me quedé ahí comiendo mis problemas, una vez más.

Tan cargado como estaba de todo, hice lo único que mejor se me daba, ejercitarme. Descargué mis frustraciones en cada carrera y en cada ejercicio y aunque traté de detenerlas, las lágrimas fluyeron. Pensé en largarme tal como lo hizo mi hermano, pero el colegio me lo impedía y mi madre también; porque, aunque ella me odiara yo la amaba.

Me miré al espejo; mis ojos hinchados por las lágrimas. Decidí quedarme en casa y dormir el resto del día. Un mensaje de Tino llegó a mi celular recordándome la reunión, así que sin más, empecé a vestirme necesitando distraer mi mente un rato.

Tino vivía en una casa amplia con jardín trasero; venia de una familia rica. Sus padres me cayeron bien y sus hermanos también. A menudo escuchaba que los hijos de padres ricos sufren más que los de familias pobres, pues los padres suelen trabajar y solo le brindan lo material a sus hijos. La familia de Tino no era el caso; sí, sus padres eran ricos. Pero cuando ellos se casaron decidieron tener un plan, su madre ejerció su carrera hasta los 30 años y cuando quedó embarazada de Tino, con planificación anticipada, se enfocó en su hogar y luego en los otros dos pequeños. Su madre recién había empezado a trabajar cuando sus tres chicos ya eran grandes y ya no dependían de mamá; sin embargo, ella no dejaba de cuidar de ellos ni de su esposo y siempre anteponían la familia antes que el trabajo o el dinero. Me gustaba eso.

Entramos al jardín trasero donde estaban todos los amigos de Tino, no eran muchos y eso no me hacía sentir incomodo, eché un vistazo rápido a todo el lugar ocupado por unos 15 chicos y unas 10 o 12 chicas talvez. La mayoría supuse eran parejas pues iban de la mano o tomados de la cintura. Tino empezó a presentarme a los que no conocía y choqué los puños con un par de chicos del futbol y otros que conocía del colegio que casualmente también eran amigos de Tino. Luego de las presentaciones fui por una bebida y me senté en una de las tumbonas, los chicos del futbol, Lucas y Henry, se acercaron a conversar.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.