Sanando Heridas

Capítulo 16

Cuando llegué a la mía, mi madre estaba ahí. Sentada frente a la televisión.

—Buenas noches, mamá.

—¿Dónde has estado Max? Vine hace 2 horas y tú no estabas. Ya sabía que andabas en la calle, pero todo el día. La gente va a decir que no tienes casa. ¿Ya cenaste?

—Sí—mentí—. En la casa de unos amigos.

—En la casa de unos amigos—repitió en tono despectivo— ¿Acaso no tienes casa propia? Que no te compró víveres cada mes para que te cocines. Tienes que irte a mendigar comida a otro lado, que van a decir que soy una mala madre.

—¿Y cuándo has sido una buena madre? –susurré. Ella me escuchó.

—¿Cómo has dicho? Repite lo que has dicho Max. Ahora—exigió levantándose del sofá.

—Me voy a mi cuarto—no tenía ganas de pelear.

—Ah no, esto no se queda así. Ahora mismo vienes y me repites eso. Así que soy una mala madre, ¿eh? Me deslomo para pagar tu colegio, para comprarte ropa, para comprarte comida y tú te atreves a decir eso.

—Mamá no quiero discutir.

—Te quedas aquí porque yo lo digo. ¿Tienes idea de cuánto dinero he gastado en tus benditas medicinas, en suplementos y vitaminas solo porque te estas dejando morir? Mírate nada más, si antes estabas obeso, ahora eres un fantasma. No sé cómo la chica que tienes por enamorada puede estar contigo. Seguro por lástima, porque…

—¡Ya basta! –grité. Ella se quedó pasmada—. No soy tu saco de boxeo para que descargues tu furia cada vez que peleas con tu nuevo marido. No te atrevas a hablar de Kim, tú no sabes nada de nosotros. Primero me decías que era un gordo, que mi vida era tragar y tragar. Ahora que he bajado de peso me dices que soy un fantasma. ¿Alguna vez me querrás por lo que soy? –me sentía devastado. Ya no podía más, ya no quería seguir.

—Eres un exagerado. Sí, estabas un chancho, pero ahora pareces un muerto. Solo intento que aceptes la realidad—se justificó.

—¿Insultándome? ¿Esa es tu técnica?

—Ay Maximiliano, no te hagas el dolido. La muchachita esa debe estar embobada contigo, pero en cuanto vea tu cuerpo, como se pronuncian tus huesos, va a dejarte. Además, me enteré que esa gente es rica y nosotros no somos pobres, precisamente. Pero no creo que su madre le permita estar con un chico inestable como tú—eso fue lo último que soportaría.

—¡¿Y quién crees que contribuyó a lo que ahora soy?! Tú—la señalé—. Tú has sido la principal causante de mis tormentos. Y si tanto querías saber la respuesta, pues sí, eres una mala madre. Eres una egoísta, una ambiciosa. No te has dado cuenta que nunca he querido tu dinero. Ya ni siquiera recuerdo la última vez que me diste un abrazo, porque te enteras mamá ya tengo 17 años y tu felicitación nunca llegó. Lo único que quería de ti era cariño; mi padre se fue, mi hermano también. Preferías trabajar que intentar salvar tu familia. Y como si fuera poco sacas un nuevo marido y te desligas totalmente de mí. Me da vergüenza ser tu hijo, tengo vergüenza de…—la cachetada que me dio retumbó como eco en la sala—. Yo no te pedí nacer mamá.

—Pues yo tampoco te quise tener. Ya puedes ir a buscar a tu padre para reclamarle—algo más hiriente que escuchar a tu madre insultarte, escucharla decir que nunca te quiso tener.

Se supone que las madres esperan a sus hijos ilusionadas, encantadas por la bendición que les fue dada. Mi madre no había sido el caso; talvez no fue así siempre, tenía en mi memoria pequeños fragmentos de mi tierna niñez: ella abrazándome, ella contándome cuentos, ella sonriéndome. ¿Qué cosa tan mala había hecho para que ella me detestara tanto? Ni siquiera las mujeres que resultan embarazadas sin planearlo, aborrecen tanto a sus hijos. No todas.

Tan herido y lleno de rencor agarré las llaves de la casa y salí a toda prisa de mi casa. Hice lo mejor que sabía hacer cuando las cosas con mi madre me superaban, corrí, corrí y corrí. Corrí sin descanso alrededor del parque, luego seguí corriendo sin rumbo. Estaba cegado por la cólera. Armando un plan en mi cabeza que implicaba salirme definitivamente de la casa; me quedaban 2 meses de colegio y esto es, podía sobrevivir, luego haría como mi hermano. Me largaría para no volver, no había nada que me atara aquí y aunque mis abuelos y tíos sufrirían, me entenderían. Entonces el rostro de Kim apareció entre las tinieblas. Por mi mente pasaron todos los momentos con ella, y con mis amigos. Sin pensarlo corrí hacia su casa, fue más adrenalina mezclado con ira lo que me permitió correr hasta su casa, pues cuando llegué a la puerta la respiración me empezó a faltar, y todo a mi alrededor se empezó a tambalear y a ponerse borroso. Toqué el timbre y mientras escuchaba mi nombre de lejos, me desvanecí.




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