"Llegó la primavera, las flores llegaban a abrir sus bellos pétalos y los animales demostraban lo feliz que estaban de terminar su dulce dormir, más ella entre todos la más peculiar. Cayó su último pétalo dando inicio a su dormir, del cuál no despertaría hasta que la escarcha madurara, dándole inicio a su nueva vida."
Dorset, Inglaterra 1545
Decir que lo tétrico no entraba en la lista de contemplación del lugar sería una mentira, pues aquel castillo que se alzaba cerca de la playa Dorset podía ser descrito con las palabras desde la presencia de la oscuridad, hasta la manera tétrica en la que se imponía en el paisaje.
Sin embargo... dentro de las paredes de este se estaba dando lugar a la mayor de las torturas, una en la que los sentimientos de familiaridad no importaban, todo por el bien común.
Un bien que si lo vemos desde la perspectiva del torturador era una manera digna de comenzar, o por otro lado, si lo vemos desde la perspectiva de la persona torturada era una manera en la que su propia sangre le estaba castigando por haberle quitado la vida al ser que le permitió ver la luz de la luna más la privó de ver la luz de los ojos que emanaban de este.
Su madre.
Pero no era su culpa, ella no era la culpable de nacer con tal poder, de ser escogida como una reencarnación, ella no lo tenía. Pero todo esto no importaba, menos en una época en donde el patriarcado decidía si era su culpa o no y como su padre era el jefe de ese patriarcado, la respuesta fue absoluta.
Si, ella tenía la culpa.
Después de vario tiempo los ruidos fueron reemplazados por una respiración cortada, la cual evidenciaba el daño proporcional que la joven se había llevado por su propio padre.
Un daño que ni ella muriendo se le olvidará y como podía morir, si ella murió el día en el que su madre también lo hizo, el día en que su padre la dejo a su suerte con unos neófitos y siendo resucitada la primera vez en la que su poder despertó para defenderse de ellos.
Aquel poder que amaba y odiaba a la vez, un poder que haría a cualquiera templar, pero también haría mayor su sufrimiento.
La pequeña respiración comenzó a regularse y de manera lenta y débil la joven se levantó, sus heridas habían comenzado su etapa de curación, lo cual dificultaba el levantarse de aquella mazmorra.
—Llévenla a su alcoba, mañana estará lista para recibir al conde de Norfolk —Expresó una voz resonante e intimidante para la joven sirvienta que acaba de llegar con una capa negra y otra roja.
—Espero y con esto estés advertida Luciana, otra ofensa y espero que la escarcha se apiade de ti porque yo no lo haré —Mencionó el padre de la joven magullada en el piso.
Tiempo en el que el patriarca salía de la estancia, la joven corrió al cuerpo de la otra tratando de ver por donde comenzar a ayudarla.
—Luciana, niña... cuando lo siento pequeña.
La joven moribunda levanto un poco su cabeza para observar a la joven, sabía que ella nada podía hacer, más que cuidarla y ayudarla a sentirse mejor en aquel infierno. Siendo así que la mirada de la joven cambio, de un escarlata deslumbrante a un ambar hipnótico.
—Tus ojos Lucí, tengo que sacarte de aquí —Si... había comenzado su etapa de curación.
—Irazebeth...
—No hables, te llevaré hacia tu alcoba y te ayudare mejor, necesitas descansar.
Las dos capas que traía consigo las coloco sobre la joven que se encontraba con una pequeña bata manchada del color rojo, envolviendo la en ellas y cargándola a su espalda y comenzar el trayecto hacia la habitación.
Fueron sólo unos minutos, más para la joven magullada fueron horas de soportar el dolor, un dolor más emocional que físico.
La alcoba era un lugar muy diferente al resto del castillo, pues está era de un color hueso, el piso de esta era de madera, una muy brillos y fresca. La cama era de madre igualmente, más estaba cubierta por tonos desde rojo hasta negro, con textura y suavidad que le daba las plumas de cisne de las cuales estaban hechas.
Se sentó en esta y dejó que la suavidad de está recorriera todo su cuerpo, además de que recuperación natural había comenzado y eso aumentaba las sensaciones que experimentaba.
—Joven Lucí, alce los brazos —Pidió la joven bastaard, la cual ya tenía lista una bandeja con varios trapos para limpiar los rastros de sangre que quedaban.
La joven no respondió sólo decidió hacerle caso, de esta manera se inició a desprender de aquellos harapos que estaban brillado a la luz de la luna por la sangre que estaba impregnada en ellos, siendo así que la otra dama le entrego un pequeño vestido de satín y termino de limpiar el rastro escarlata que había.
La fémina que ahora poseía un bello color castaño poseyendo sus ojos, se encontraba nuevamente acostada en su cama dejando que aquellas heridas siguieran en su restauración, dejando la piel de esta a lo que era, una tez blanca que era uno de los indicios de lo que era, su semblante había comenzado a cobrar su tonalidad, más los pómulos de la joven aún se notaban muy mal.
—El amo sobrepaso los límites con lo que te hizo —dijo Irazebeth en voz baja.
—Recuerda que las paredes tienen oídos —manifestó Luciana—. Y que se podía esperar de un hombre que me odia. Al cual le recuerdo en cada momento que pasa al amor que algún día estuvo a su lado, el cual murió al tenerme.
La joven Irazebeth no pudo argumentar nada ante ello, pues bien, todos sabían que el amo Nix era una persona de temperamento fuerte, sin contar con el aura oscura que cargaba y se mostraba ante cualquiera. Hasta los de su misma especia le temían. A todo eso se debían agregar los maltratos hacia su propia hija, a la cual trataba como un objeto maldito del cual se deseaba librar a toda costa ya que, por más que el Duque Evenson espetara que no tenía nada que ver con ello, la joven Luciana era idéntica a su madre.
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Editado: 08.11.2020