Sangfroid

Creaturas

 

El silencio.

La incertidumbre.

Él, doloroso final.

La noche ya había tendido su manto entre los árboles huesudos y de troncos inmensos. Una niebla verdosa se apoderaba del lugar, siniestra, acechando, pero adoptando el porte bello y refinado de la naturaleza. Habían pasado unos minutos de extenso silencio, inquietante, apabullante, me exigía que respondiera algo que yo no podía.

Había cierto escozor en mis ojos, eran las lágrimas que no querían detenerse, los sollozos aterrados y cargados de duda. Seguía sin entender, sola, abandonada con un extraño que no aflojaba su agarre por nada. Traté con fuerza liberarme una vez más, luego de pasar bastante tiempo pasmada.

Cedió, sus brazos me liberaron, caminé hacia el frente alejándome a paso torpe, alcancé el árbol más cercano y me apoyé aún con un temblor en todo el cuerpo. Estaba aterrada, un aullido lejano solo logró que un escalofrío se acentuara en los bellos erizados de mi espalda. No quise voltear a ver, me agobiada pensar que había.

Sin embargo, mi curiosidad gano peso en mis hombros, no lo soporté y me di la vuelta tan rápida, en alerta como pude, atrancando la espalda en el tronco.

Estaba ahí, parado con su perfil a mi vista, sin verme, abstraído por la oscuridad más allá de sus narices, era un ser para observar boquiabierto.

Alucinante.

Misterio.

Y escalofriante, ante todo.

Un claro de luna se abría paso a unos cuantos centímetros de él, lo iluminaba, le daba un resplandor fresco. No tenía camisa, apenas si colgaban de sus caderas los jeans amarillentos y desteñidos que le vi en la tienda. Sus pies seguían descalzos, al igual que todo de él, estaban perfectos. Alto, su piel tan pálida de semejanza al papel y su cabello un poco largo se alborotaba como un remolino de nieve. Su nariz formando un ángulo perfecto respingado y su mandíbula filosa se enmarcaba bien con la anchura de sus hombros, los músculos sobresalían lo necesario en su figura delgada. A pesar de estar sucio y mal vestido: su andar y el porte recto en el que se sostenía por sus piernas largas, era sofisticado.

Eso no era lo más interesante y siniestro de él.

Cuando me enfrentó, me agazapé un poco en el tronco del árbol. Tenía una expresión serena, anticipando toda calma, suponiendo que mi reacción no desataría un caos. Lo miré asustada y alargué un brazo tembloroso para interponer espacio; se limitó a ver con pereza mi brazo, avanzó un poco más con silenciosos pasos bien calculados, hasta tener una distancia prudente que me permitiera ver lo justo de sus ojos.

Sus ojos.

La luna llena que se mostraba en lo alto del cielo, abría paso entre las ramas y débiles rayos me permitieron ver el singular aspecto heterocromático de sus ojos.

Uno era totalmente claro, azul, un azul muy claro similar al color del cielo, tan transparente que se lograba divisar su pupila como un punto negro flotante en medio de ese interesante iris. El otro... igual de atractivo, aunque escalofriante.

Rojo.

Como el color de la sangre, incluso lograba brillar. Sus iris eran tan discordantes. El rojo creerías que era sangre y que estaba sufriendo, eran tan especiales, auténticos y solo se le podían atribuir a un monstruo.

Sus cejas también tenían una tonalidad clara, pero se divisaban en su piel blanca, en cambio, sus pestañas apenas si se lucían cuando parpadeaba. Cosa que casi no hacía.

Me observaba sinuoso, distante y yo con análisis dudoso. No podía mirarlo a los ojos mucho tiempo, me asustaban y me atraían como un imán. Se deseaban lúgubres, lo raro era que sentía conocerlo aparte del encuentro hace horas en la tienda.

Me fijé en un punto de su mejilla donde dos pequeñas cicatrices se unían, surcos irregulares de piel blanquecina, luego recorrí con parsimonia sus labios, rosas, suaves que de inmediato se fueron retorciendo en una sonrisa más de un lado. Me desvíe hacia el suelo, el enfoque de mis ojos en un trozo de musgo cerca de sus pies.

No quería que la incertidumbre me matara lenta y dolorosamente. Yo necesitaba saber.

Mi cuerpo vibraba en desesperación, suspicacia y se libraba en una batalla entre huir o cuestionar. Me negué rotundamente a la segunda, suspiré y tomé con valor esa fortaleza. Mi garganta estaba seca y la respiración se me había vuelto irregular, al punto del colapso, sin embargo, misteriosamente me sentí más fuerte.

Tragué con fuerza para quitarle la sequedad a mi garganta. Antes de hablar apreté los puños.

Abrí la boca y llevé mi mirada a su cara.

- Me gusta tu cabello - él se adelantó a hablar, su voz explotó en mi audición y se fue triunfante por la atmósfera del bosque. Mi boca quedó abierta y las palabras suspendidas en la punta de la lengua, lo miré asustada, cautelosa, en espera de que acercara su mano a mi rostro, no hizo amago de ello por suerte -. Es especial.

Miraba a ese mechón en especial, un mechón blanco en mi frente, la maraña de mi cabello estaba suelto luego del forcejeo. Era la rara de la familia por ser la única en tenerlo, esta condición es conocida como poliosis, no hay mayores explicaciones en ello. Mientras una parte de las personas que me ven me dedican un cumplido, la otra parte me ve raro. Y él tiene el cabello completamente blanco y su piel, sin mencionar sus extravagantes ojos. Como para caminar campante entre las personas normales

- ¿Quie.... quién eres? - tartamudeo, y vuelvo a darle un repaso a su cuerpo antes de establecer un breve contacto visual -. ¿Qué quieres?

Mi voz resultaba iracunda, no quería pretender sonar así, pero... ¿Por qué querría ser amable con él? Porque de pronto siento esta necesidad fervorosa de no ser grosera con él. Un sentimiento vago.




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