María se levantó y, tambaleándose de alguna manera, llegó hasta el dormitorio. Se tumbó en la cama, acurrucada como un ovillo, en la habitación oscura, donde la única fuente de luz era la lámpara de noche con un suave resplandor amarillo. La almohada bajo su mejilla se humedeció de inmediato con lágrimas. La muchacha no quería absolutamente nada: ni comer, ni dormir, ni hablar, ni siquiera respirar.
“¿Te has visto a ti misma?” — resonaba una y otra vez en su cabeza la voz de Oleg.
Pero sus pensamientos volvieron de nuevo a aquellos sueños extraños. Esos, que venían cada noche.
Durante mucho tiempo no los había recordado por completo — solo fragmentos, retazos, emociones, impresiones. Pero ahora, cuando le dijeron en voz alta: “Estás embarazada”, su mente, como un engranaje que por fin había encajado en el mecanismo, comenzó a liberar recuerdos que se precipitaron sobre ella como una lluvia fría.
Oscuridad. Siempre había oscuridad. María estaba en un espacio donde no había paredes, solo calor y, por alguna razón, un aire denso, como si fuese pesado. Ella siempre yacía sobre una especie de plataforma elevada, como hechizada, inmóvil, incapaz de moverse, y siempre sentía cuándo ÉL llegaba.
Era un hombre cuyo rostro nunca había visto. Y él tampoco la había visto a ella, porque en alguna ocasión se lo había dicho. Fuerte, a veces brusco, pero en raras ocasiones podía ser también tierno. Su voz era profunda, densa, como un bosque nocturno.
— ¿Vuelves a temblar? — susurraba él. — Y eso que hoy estoy siendo tierno. Lástima que no pueda ver tu rostro. Pero tu cuerpo es bonito. Me gusta.
No, no siempre era tierno. La mayoría de las veces era áspero, incluso cruel. Sus caricias llevaban consigo una fuerza, como la de una tormenta violenta y abrupta. Y cada vez, ella no podía ni huir ni decir “no”. Simplemente yacía allí, respirando, tragando aire, como un pez fuera del agua.
Y, sin embargo, a veces… muy pocas veces… él era diferente. Entonces le acariciaba el cabello. Se sentaba a su lado. Colocaba la palma de su mano sobre su vientre — todavía no embarazado — y le susurraba algo ininteligible en un idioma extraño. En esos momentos, el calor se derramaba por todo el cuerpo de María, y había algo bondadoso y tranquilo en su voz.
Pero más a menudo él era dominante y fuerte. Él era la oscuridad, el dolor, la noche que llega sin ser invitada… A menudo decía algo con rabia, pero el idioma extraño le hería el oído, y María no sabía de qué hablaba él, con esa mezcla de dolor y rudeza.
María se sentó en la cama, sintiendo de pronto cómo su corazón latía desbocado, casi saliéndose de su pecho. Con cuidado se colocó la mano sobre el vientre.
— Es un sueño. Esto no es verdad. Y este niño… Él no es… no es real — susurró. — ¡Oh, solo eran sueños! ¡Solo sueños! Ese hombre es fruto de mi imaginación. Tenía razón la doctora en la clínica: ¡a los veinticinco años y sin haber tenido hombre alguno! ¡Qué vergüenza! Pero… pero es mi decisión. ¡Yo lo quise así! Pero contra la naturaleza no se puede ir… Hm. ¡Es solo un sueño! ¡ÉL no es real! ¡No quiero! ¡No quiero!
Se levantó de la cama, se echó la bata sobre los hombros y se calzó las zapatillas. Se acercó al espejo que colgaba en la pared del dormitorio. Quería mirarse. Ver su horrible mancha de nacimiento. Y convencerse una vez más de que todo aquello era invención, un sueño, locura…
Pero en cuanto se detuvo frente al espejo y miró en él, entonces lo vio…
Era un tenue centelleo, un leve resplandor azul que, en la penumbra de la habitación, llamaba la atención al instante. María llevaba puesta una camisón hasta las rodillas, que, al verse ahora entreabierta la bata, se ceñía a su cuerpo y marcaba su vientre. Y la muchacha soltó un gemido de susto al ver en el espejo que su vientre estaba brillando. Posó la mano sobre su vientre, como si intentara apagar aquel resplandor, que resultaba extraño y fuera de lo común. Nunca había visto algo así.
Pero aun así, de debajo de su palma, la luz seguía filtrándose sobre su vientre, suave, no muy intensa, pero visible a simple vista.
— No… — susurró ella. — No, esto no puede ser… Es una locura. ¿Por qué está brillando? ¿Qué está pasando?
La luz sobre su vientre palpitó, como si reaccionara a su toque, como si cobrara vida…
María sintió un miedo terrible, se apartó bruscamente del espejo, dio un paso atrás, tropezó con el borde de la cama y empezó a caer… No le dio tiempo a agarrarse de nada, ni siquiera a gritar, porque el mundo empezó a girar a su alrededor en un extraño torbellino, sus rodillas se doblaron y se desplomó, o mejor dicho, se dejó caer suavemente sobre el suelo, junto a la cama. Quedó inconsciente.
Y si alguien hubiera estado en su dormitorio en ese momento, habría visto cómo la muchacha, que evidentemente había perdido el conocimiento en el dormitorio, comenzaba a desvanecerse lentamente, como si se estuviera disolviendo… En cuestión de segundos, la habitación quedó vacía. Solo en el espejo pareció relucir una sombra. Pero esta también desapareció de inmediato… Quizás ni siquiera había estado allí… Quizás…
Editado: 16.08.2025