Capítulo 30. Atentado contra el rey
Intentó abstraerse y no prestar atención a las personas a su alrededor, pues estaba sentada entre la pequeña nobleza, que la observaba con curiosidad. Justo cuando empezaba a molestarle un caballero mayor que no dejaba de mirarla fijamente —o más bien, de fijarse en la marca de nacimiento en su mejilla—, María escuchó de pronto una voz conocida:
—¡María! ¿Está aquí? ¡La he buscado por todas partes!
Era Frela. Ese día no llevaba ropa de sirvienta, seguramente había venido a celebrar y no por trabajo. Se acercó con una sonrisa e hizo una profunda reverencia.
—¡Ayer por la tarde me liberaron de la prisión! El rey mismo ordenó que volviera al servicio… y que fuera su doncella personal. Creyeron en mí, en que no tuve nada que ver con su envenenamiento. ¡Porque es verdad! ¿Dicen que fue usted quien intercedió por mí? ¡Muchas, muchas gracias!
Las lágrimas asomaron en los ojos de María por la alegría.
—Me alegro mucho por ti, Frela. Sí, le pedí a Su Majestad que te liberara. Estoy segura de que no tuviste nada que ver con aquel envenenamiento. Y te necesito más de lo que imaginas. Eres la única que me habla como a una persona, y no como a una basura.
María abrazó a Frela, y los nobles la miraron asombrados. Probablemente nunca habían visto a una dama abrazar a su doncella.
La festividad comenzó con brindis solemnes. Esta ceremonia se llamaba “Alabanza en los Campos”, pues todos estaban reunidos en medio de un amplio campo. Primero hablaron los ancianos, luego los sacerdotes, y por último, Su Majestad el rey Ridan, majestuoso y apuesto con su manto rojo oscuro bordado con hilos de oro. Se colocó sobre una plataforma especial y pronunció un breve pero potente discurso sobre el sacrificio, la unidad y el futuro. Después todos inclinaron la cabeza, y el Sumo Sacerdote encendió en el interior de la columna de plata un fuego que debía arder tres días y tres noches sin apagarse.
El último acto de este ritual era la elevación de una copa especial de vino, que el rey debía beber hasta el fondo. María observaba cómo recibía el vino de manos de Agrarva. Le dieron ganas de gritar: “¡No lo beba! ¡El vino está envenenado! ¡La copa está envenenada!”. Pero guardó silencio, pues ya lo había advertido el día anterior. Seguramente él habría tomado precauciones.
En ese momento, Su Majestad tomó la copa de manera torpe, de modo que se le resbaló de las manos y cayó al suelo, manchando con vino su traje ceremonial. Todos exclamaron, se agitaron alrededor del rey, pero no le ofrecieron más vino, así que María respiró aliviada. Ridan recordaba el veneno en el vino.
Y de pronto se oyó un chasquido, un silbido y un grito. Todos se volvieron hacia la persona que había silbado. Mientras la multitud buscaba al perturbador de la ceremonia, este no perdió tiempo: sacó de debajo de su capa una ballesta y disparó. Luego lo hizo otra vez. Las flechas surcaron el aire como rayos por encima de las cabezas de los invitados y fueron directas al pecho del rey Ridan.
María soltó un grito asustado y se puso de pie. A su alrededor, otros nobles también gritaban, pues estaban presenciando un atentado contra el rey. Pero un escudo mágico, hasta entonces invisible, apareció alrededor de Ridan; en la multitud había numerosos guardias y magos de combate disfrazados de invitados, que reaccionaron al instante. El atacante intentó desaparecer mediante un traslado mágico, pero los magos estaban preparados. Lo neutralizaron, lo capturaron y lo sacaron de la multitud. Todo duró apenas unos segundos. El rey sonrió de lado y ordenó continuar la celebración, para luego acercarse al Sumo Sacerdote y susurrarle algo. Este asintió. Los guardias metieron al conspirador en un carruaje especial y se lo llevaron. La calma volvió y la fiesta prosiguió. María comprendió que Ridan había planeado todo y tendido una trampa al atacante.
Suspiró aliviada y volvió a su asiento. De pronto sintió que alguien la miraba. Lo sentía físicamente. Y cuando alzó la vista, vio que el rey Ridan apartaba rápidamente los ojos para mirar a su amante Agrarva, que le hablaba nerviosa y excitada. María suspiró y desvió la mirada, pero en su corazón sintió una amarga punzada...
Editado: 18.08.2025