Sangre ajena. Embarazada del rey

Capítulo 33. La pesadilla

Capítulo 33. La pesadilla

María miró a Ridan con asombro, y él explicó:

— No sabemos quién organizó el atentado contra mí, por lo que sigo en peligro. He tomado todas las medidas, me he reforzado con magia, así que creo que durante unos días nada me amenazará… hasta que mi barrera mágica empiece a debilitarse. Pero tú… a ti podrían envenenarte otra vez, o simplemente matarte de la forma más simple. Los organizadores de este atentado no son tontos: van a preguntarse quién los descubrió y me advirtió del ataque. Tarde o temprano sabrán de ti. Solo un sordo no habría escuchado ayer tus gritos pidiendo una audiencia conmigo. ¡Seguro que medio palacio habla hoy de eso! Para los conspiradores será fácil juntar las piezas y concluir que, de algún modo, lo supiste todo… y que tú fuiste la causa de su fracaso. Aunque no sea cierto, me salvaste la vida, y quiero devolverte el favor. Soy un hombre de principios y no me gusta deberle nada a nadie. Por eso, esta noche dormirás aquí, en mi habitación. Mañana… veremos.

— No me debe nada —respondió María con brusquedad—. Habría salvado a cualquiera si hubiera sabido una verdad tan terrible sobre un intento de asesinato.

Ridan guardó silencio por un momento, luego se giró bruscamente.

— ¡Duerme! Aquí tienes la cama —señaló el amplio lecho con un lujoso dosel—. Esta noche te quedarás aquí. Mañana hablaremos.

— ¿Aquí? —María se estremeció—. Pero…

— No temas, no soy una bestia ni tomo a las mujeres por la fuerza —replicó él con firmeza—. Y no me interesas como mujer. Hay otra habitación; dormiré allí.

Cruzó hacia la puerta de la derecha y desapareció, dejándola sola. No cerró la puerta, y María alcanzó a verlo caminar de un lado a otro, quitándose la camisa, preparándose para dormir… La joven se turbó al ver en la penumbra su torso desnudo, los músculos marcados, los brazos fuertes, los hombros anchos… Giró la vista de inmediato, sintiendo un extraño y punzante cosquilleo en su interior. Sin querer, recordó que, cuando él aparecía en sus sueños, a veces podía ser amable, y…

¡Basta, María! —se reprendió—. No le interesas en absoluto como mujer. Y él, para ti, no es más que un hombre al que odias.

Con esa idea, intentó ahogar en lo más profundo de su alma aquellas sensaciones inesperadas y prohibidas. Se acercó a la cama, miró una vez más la puerta abierta hacia la habitación del rey, y luego apartó la colcha y se recostó rápidamente. Al fin y al cabo, estaba agotada. El día había sido duro, física y emocionalmente. Cerró los ojos y, sin darse cuenta, se quedó dormida…

Ridan tardó en conciliar el sueño. Se movía de un lado a otro, recordando los desagradables acontecimientos del día. El atentado lo había desestabilizado. Por suerte, la esclava lo había advertido a tiempo. No estaba seguro de que su esencia mágica hubiera detenido aquella flecha… y el veneno era otro golpe inesperado. Fuera como fuera, la muchacha realmente le había salvado la vida.

Entonces oyó un sonido. Era algo entre un grito y un gemido… tenue, inquietante. Venía de su dormitorio, el que había cedido generosamente a la esclava.

Se levantó de golpe y en silencio, como hacía siempre que percibía una amenaza. Aunque esta vez, tal vez, no hubiera ninguna.

Entró en su habitación y se acercó a la cama. Se inclinó y observó a María, tendida bajo la colcha. Si alguien le hubiera dicho alguna vez que sentiría compasión por la esclava que lo había irritado desde el primer día… se habría reído. Pero ahora, al ver las gotas de sudor en su frente, al escuchar su respiración agitada, Ridan sintió algo muy parecido a la lástima. Quería calmarla. Estaba claro que sufría una pesadilla. Ella se agitaba y gemía en sueños.

— No… ¡por favor! —murmuró, con voz quebrada por el dolor.

Ridan se inclinó aún más y extendió la mano, dispuesto a despertarla, a arrancarla de ese mal sueño que la hacía sufrir tanto…



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En el texto hay: fantasia, embarazada, rey cruel

Editado: 23.08.2025

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