Sangre ajena. Embarazada del rey

Capítulo 36. La amenaza

Capítulo 36. La amenaza

Los guardias conducían a María por los pasillos del palacio con paso lento, casi ceremonial. Ese día la esperaba un encuentro con el rey y los nobles, así como con el Sumo Sacerdote, cuyas palabras decidirían su destino…

Apenas habían doblado hacia un amplio corredor inundado de luz, cuando de pronto, desde el lado opuesto, saliendo de un estrecho espacio entre columnas, apareció la amante del rey, Agrarva.

Avanzaba con majestuosidad y amenaza a la vez, semejante a una reina. Su vestido, de un profundo tono burdeos, ceñía su voluptuosa figura; lujosas joyas adornaban su cuello y sus dedos.

María se detuvo, pues Agrarva le cerró el paso, colocándose frente a ella y mirándola con desprecio, incluso con furia.

—¿Y adónde se dirige nuestra… elegida? —sonrió fríamente la mujer, acercándose lentamente a María.

María se quedó inmóvil; los guardias detrás de ella también se detuvieron. Sentía su respiración, pero no forzaban a Agrarva a apartarse: simplemente esperaban, al parecer, a que la favorita del rey liberara el paso por sí misma. Pero Agrarva asintió con la cabeza, y los guardias se retiraron, dejándola sola frente a María. Era evidente que deseaba hablar en privado, y lo sorprendente era que los guardias obedecían a esa fiera.

—Me han contado que pasaste la noche en la alcoba del rey, esclava libertina —escupió Agrarva, deteniéndose a un paso—. ¡No creas que eso volverá a repetirse! Ridan me alejó ayer porque estoy bajo sospecha, solo por eso. ¡Solo yo sé cómo consolarlo hasta hacerlo feliz! No una esclava sucia como tú. Todos en la corte que estuvieron cerca de Su Majestad ayer están siendo investigados por el atentado en los Campos del Luto. ¡Pero eso será solo por poco tiempo! Yo volveré a su lecho, y tú no tienes lugar allí. Te diré una cosa: tú no eres nadie aquí. Solo un instrumento para ciertos fines. Y no permitiré que una esclava mugrienta con sangre extranjera ocupe mi lugar.

—No quiero ocupar ningún lugar. No estoy aquí por mi propia voluntad, en este palacio —respondió María con voz firme y serena, aunque dentro de sí hervía la indignación. Sentía el impulso de lanzarle también un torrente de insultos, pero se contuvo con todas sus fuerzas. Cerró los puños con tanta tensión que sus uñas se hundieron en las palmas hasta doler.

—Oh, eso se nota. Demasiado sencilla. Demasiado callada. Demasiado… embarazada. —Pronunció esa última palabra con un matiz especial: amargo, venenoso, casi con repugnancia—. Pero te diré esto: a una ya no la salvaron… quizás a esta tampoco.

La mano de María se posó instintivamente sobre su vientre. No fue un gesto de miedo; no temía a esa mujer. Fue un movimiento de protección.

—¿Fuiste tú? ¿Mataste a la otra mujer? ¿La que también esperaba un hijo del rey antes que yo?

Agrarva inclinó lentamente la cabeza. Sus ojos brillaban con fría desdicha.

—Por supuesto que no —dijo despacio, aunque sus ojos decían lo contrario—. Solo estaba cerca cuando ocurrió lo… irreparable. Incluso ayudé a intentar salvar a la prometida anterior. Y si hace falta, también te “salvaré” a ti. Créeme —Agrarva se acercó aún más y murmuró al oído de María—: sé muy bien cómo salvar. No tolero la competencia. Menos aún en el lecho del rey. Ten cuidado, esclava. Puede que un día no despiertes al amanecer.

María sacudió la cabeza con decisión, retrocedió un paso y la miró fijamente:

—Podéis amenazarme —dijo con firmeza—. Pero no estoy aquí por vos. Estoy aquí por el rey, por vuestro reino y por este hijo. Podéis odiarme, desear mi muerte, pero ya estoy aquí… No lo he elegido, pero si los dioses y el destino me han traído hasta este lugar, me quedaré donde me corresponde.

Agrarva torció el gesto.

—Veremos cuánto resistes —escupió, y girándose rápidamente, se alejó por el pasillo doblando hacia la izquierda.

María permaneció allí, sin poder serenarse. Al fin notó que sus uñas le dolían hundidas en las palmas, y abrió los puños. Luego levantó la cabeza con orgullo, asintió a los guardias y siguió adelante. Pero sentía cómo su interior temblaba de tensión. Porque, al fin y al cabo, ¿quién no se estremecería, cuando acababan de amenazarle de muerte?



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En el texto hay: fantasia, embarazada, rey cruel

Editado: 05.09.2025

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