Capítulo 37. La prueba
El salón de recepciones estaba adornado con exquisitez, como correspondía a un palacio real: esferas mágicas y llamas vivas en los candelabros de bronce iluminaban con fulgor la majestuosa estancia; en el aire flotaba una tensión densa y un extraño aroma especiado. María se hallaba a un lado, a la derecha del trono del rey, donde el maestro de ceremonias —un hombrecillo bajo, rechoncho y siempre atareado— le había ordenado situarse. Él corría de un grupo de nobles a otro, recordándoles en qué lugar debían estar cuando apareciera el rey, pues por alguna razón se retrasaba.
De pronto las puertas se abrieron de par en par y el rey, acompañado de varios consejeros, entró con paso rápido en la sala, sin mirar a nadie, avanzó con brusquedad hacia el trono y se sentó. Todos callaron al instante. María intentaba no dirigirle la mirada, pues aquel hombre solo le evocaba recuerdos amargos y pensamientos dolorosos, pero sus ojos, traicioneros, buscaban verlo.
Callado, imponente, con el rostro pétreo, guardó silencio unos instantes, hasta que en el salón reinó un silencio absoluto.
—Mis estimados súbditos —pronunció el rey, elevando la voz que sonó cortante, serena y fría—. Me veo obligado a anunciar mi partida del reino. Mañana, antes del amanecer, partiré hacia el reino de Gael, con el fin de sellar una alianza militar y diplomática con el rey Torvald III.
La sala quedó paralizada. Alguien tosió, otro lanzó una mirada sorprendida a su vecino, algunos dejaron escapar un leve “¡ah!”. María no entendía tal reacción, todos parecían sumamente sorprendidos, pero Ridan continuó, como si no advirtiera las miradas atónitas de los cortesanos:
—Todos sabéis que en nuestras fronteras del sur la guerra persiste. Hemos perdido más de lo permitido. Y seguimos perdiendo cada día. Hombres mueren, y esto me preocupa. Precisamente esta alianza con Gael nos dará una oportunidad de victoria. Sí, esta unión no es sencilla. Al contrario, es muy difícil. Hay dos opciones. O bien nos sometemos por completo al reino de Gael y pasamos a formar parte de su territorio bajo un sistema de virreinato*…
Los nobles prorrumpieron en un murmullo de desagrado. Algunos gritaron: “¡No! ¡Eso jamás! ¡Perderemos la independencia!”.
—…¡O bien! —alzando más la voz, el rey logró que el salón callara de inmediato, expectante de la continuación—. Un matrimonio dinástico.
Los súbditos permanecieron en silencio un instante. Entonces, un noble alto, ataviado con un traje de terciopelo rojo, se atrevió a dar un paso adelante y preguntar:
—Pero el rey Torvald no tiene hija con quien vuestra majestad pudiera casarse. ¡Él mismo aún es joven y se ha desposado hace poco! ¿De qué matrimonio habla vuestra majestad?
—En su reino —prosiguió Ridan— existe la tradición de concertar matrimonios dinásticos aun antes del nacimiento de los hijos. Y la joven esposa del rey de Gael está embarazada. Como también lo está mi… —el rey lanzó una mirada fugaz a María y la apartó enseguida— …mi prometida. En el pacto que Torvald ha propuesto se establece la condición de unir mediante matrimonio dinástico a nuestros hijos aun en el vientre de sus madres. Y como parientes, unir nuestras fuerzas militares y juntos hacer frente al enemigo. En principio, es una buena noticia. Pero… el rey Torvald no quiere firmar este pacto a distancia mediante la magia, como solemos hacer en otros acuerdos entre reinos. Quiere ver con sus propios ojos a la mujer que lleva a mi hijo. Quiere asegurarse, con magia, de que mi heredero es real y no un invento para un juego político. Por eso, mi prometida y yo debemos viajar personalmente y presentar pruebas para la firma de la alianza militar y el pacto matrimonial.
Todas las miradas en la sala se dirigieron hacia María, que de pronto resultaba ser también una figura clave para el reino. La sala volvió a murmurar en voz baja.
—Preparen a mi… e-e-e… prometida para el viaje, partimos al amanecer —ordenó el rey, lanzando una mirada severa hacia María—. Pero ella viajará entre la servidumbre. ¡Una esclava no tiene lugar junto al rey! Aún no creo que ese hijo sea mío. Sí, lo sé, el Sumo Sacerdote lo confirmó, pero la brujería en nuestro reino ha alcanzado un alto nivel. ¡Tal vez esta esclava sea bruja! Si el rey Torvald confirma lo que dijo el Sumo Sacerdote, entonces lo aceptaré.
Aquellas palabras cayeron sobre María como un cubo de agua helada. Todos volvieron a mirarla, pero ya de otro modo: algunos con curiosidad, otros con desconfianza, y no faltaban los que lo hacían con odio. En especial Agrarva, que permanecía entre los nobles, apretando con fuerza su abanico de encaje.
El rey se levantó del trono y salió del salón. Tras él partieron sus consejeros. Poco a poco, todos se dispersaron en sus quehaceres por el castillo. A María la llevaron a su aposento a prepararse para la partida. Ella se recriminaba no haber descubierto nada hasta ahora y no haber logrado escapar. Y ahora, la fuga era imposible. Pues debía viajar hasta el reino vecino. Y el rey no la llevaba consigo simplemente: la exhibía ante el monarca extranjero como prueba. Y las pruebas, o se protegen… o se destruyen cuando dejan de ser necesarias...
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*El sistema de gobierno virreinal es cuando el poder central (por ejemplo, un rey o un emperador) nombra a sus representantes —los virreyes— para gobernar regiones específicas. Ellos cumplen las órdenes del soberano, recaudan impuestos y mantienen el orden en lugar de un autogobierno local.
Editado: 05.09.2025