Sangre ajena. Embarazada del rey

Capítulo 40. El bazar

Capítulo 40. El bazar

El trayecto no duró mucho. De pronto, delante de ellos apareció un arco ancho y alto, que un instante antes no existía. Evidentemente, los magos habían creado un portal especial; algo semejante María ya lo había visto en películas, y por eso lo comprendió al instante. Los carros ni siquiera se detuvieron, desapareciendo tras el resplandor del arco. Y apenas el carro en el que iba María entró en el portal, la joven perdió el conocimiento por un momento y despertó ya en un lugar desconocido. Seguramente les habían impuesto algún tipo de encantamiento para borrar la memoria del camino y que ninguno pudiera recordar cómo habían llegado.

Reinaba la oscuridad. Todo alrededor eran piedras, humedad, el humo de antorchas; el aire olía a barro y a sudor. Ella yacía sobre paja en una profunda caverna, y a su lado se sentaban otros prisioneros capturados por los bandidos: entre ellos reconoció a las doncellas del carruaje, a Frela, e incluso a uno de los guardias, con el rostro ensangrentado, pero aún con vida.
—¿Dónde estamos? —preguntó María en voz baja, acercándose a Frela. Descubrió que ya podía hablar.
—Parece que aún en las montañas —susurró Frela—. Nos secuestraron. Nos tienen aquí a todos. Esperan a alguien.
—¿Y el rey? ¿Qué ha sido de Su Majestad?
Nadie respondió. Todos bajaron la mirada. Quizás no lo sabían, o no se atrevían a decirlo.

Ninguno de los criados ni cortesanos la reconocía. La magia impedía que la vieran como la prometida del rey Ridan. Vestía una túnica oscura y sencilla, ceñida por un cinturón, igual que las sirvientas. El cabello oculto bajo un pañuelo, los ojos bajos. Parecía una de ellas. Y justamente eso le había salvado la vida, al menos de momento. Aunque no de la esclavitud.

Al poco rato ordenaron a todos los prisioneros ponerse de pie y los llevaron hacia una de las paredes de la enorme caverna. De repente, aquella pared comenzó a temblar, y María tuvo la impresión de que se asemejaba a la superficie de un lago, agitándose suavemente. En seguida se abrió en ella una entrada ancha, que conducía a un túnel iluminado por antorchas. Junto al acceso se erguía un hombre con armadura brillante y el rostro cubierto por una media máscara. Clavó en ellos una mirada penetrante y ordenó a los bandidos:
—A todos, llevadlos ante las Sombras. Hoy habrá bazar.

—¿De veras los llevarás allí? —preguntó uno de los bandidos.
—Exacto. Los Oscuros pagan mejor que nadie —confirmó el hombre, apartándose, mientras los prisioneros eran empujados hacia el pasadizo subterráneo.

Los arreaban como ganado, siempre más y más profundo en aquel corredor de piedra. Dos bandidos iban al frente, varios detrás, azotando con látigos a los rezagados. María y Frela procuraban avanzar deprisa para evitar los golpes, aunque pronto notaron que los bandidos golpeaban sobre todo a los guardias y a los hombres, casi nunca a las mujeres. Con cada paso el aire se volvía más frío y húmedo.
—¿Qué es este lugar? —preguntó María a Frela—. ¿Adónde nos llevan? ¿Quiénes son esas Sombras?
—Oh… —susurró Frela con terror—. Es el Camino Subterráneo al Reino Oscuro. Allí domina otra fuerza. Allí no hay rey, solo los Señores de las Sombras, de quienes cuentan historias espantosas. Nuestro reino libra con ellos una guerra larga y sin fin, que ya no podemos ganar. Porque el rey Ridan…

Frela rompió a llorar. María quiso preguntarle qué había ocurrido con Ridan, porque ella hablaba como si supiera algo y se negara a contarlo, pero no tuvo tiempo. De pronto salieron del túnel, y una luz cegadora inundó sus ojos, obligándola a cerrarlos.

Cuando volvió a abrirlos, contempló una ciudad inmensa bajo tierra. La bóveda de piedra de la gigantesca caverna se perdía en la oscuridad, y la luz de antorchas y lámparas mágicas iluminaba las calles estrechas y los extraños edificios. Las calles, empedradas con piedra negra de brillo rojizo, serpenteaban bajo un enredo de arcos, pilares y pasarelas que se cruzaban entre sí, semejando una red tosca de araña suspendida sobre sus cabezas. El aire era pesado, cargado de un hedor a azufre y ceniza.

Lo primero que llamó su atención fueron cuatro enormes palacios negros. El túnel por el que salieron se encontraba en lo alto de una de las paredes, por encima de las casas, y desde allí se dominaba todo el lugar. Los cuatro palacios estaban situados formando un cuadrado, y sus torres más altas marcaban cada ángulo de esa fortaleza invisible.

Los prisioneros comenzaron a descender hacia la ciudad. Por las calles transitaban figuras silenciosas cubiertas de negro y guerreros con armaduras oscuras. Aquellas siluetas encapuchadas se movían como sombras, deslizándose entre la multitud silenciosa de cautivos. De las callejuelas laterales brotaban de vez en cuando nubes de humo acre, que hacía toser y llorar a los recién llegados.

Y entonces llegaron al bazar, que en el Reino Oscuro no se parecía en nada a los mercados humanos. María contempló hileras de plataformas de hierro y enormes jaulas, donde se amontonaban hombres y criaturas que no eran hombres. El aire estaba impregnado del hedor a sudor. A los cautivos los empujaban hacia las plataformas como a bestias, los subastaban, los compraban y los arrastraban con cadenas.
—¿Nos venderán como esclavos? —preguntó María, asustada, a Frela, cuando las empujaron a una jaula junto a la plataforma.
—Sí… Y mejor así —murmuró la muchacha, mirando hacia un punto lejano—. Ser esclava aquí es preferible… a caer en manos de un Señor de las Sombras…

María siguió con la mirada la dirección de los ojos de Frela. Y entonces un escalofrío le heló la sangre: lo que vio le arrebató el aliento...



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En el texto hay: fantasia, embarazada, rey cruel

Editado: 05.09.2025

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