Capítulo 46. El inicio de la celebración
Al caer la tarde, María se enteró de que el Señor de las Sombras Grez, ya había regresado al castillo y recibía a sus tres hermanos —también Señores de las Sombras—, pues pensaban celebrar juntos. Todo el castillo bullía de nervios y preparativos, pues la fiesta estaba a punto de comenzar. A los esclavos les aflojaron la atadura de los brazaletes, limitándolos solo al castillo, y les permitieron moverse por la ciudad, aunque no más allá, porque si era necesario, la magia podía arrastrarlos de inmediato hacia la morada de su amo.
Así que tanto María como Frela también se disponían a ir a la plaza, pues ni siquiera pensaban evitarlo: a todos los esclavos y sirvientes se les había ordenado estar allí obligatoriamente.
En la ciudad subterránea, en la amplia plaza frente al palacio del Señor, ardían cientos de antorchas, y las oscuras calles se llenaban de rumor y expectación. Parecía que la ciudad misma se había transformado en un escenario para el grandioso espectáculo que debía demostrar la fuerza y la gloria de Grez ante todo el pueblo.
A los esclavos del castillo de Grez los llevaron en gran multitud a la plaza, para que también fueran testigos del triunfo de su Señor. Grez quería que cada uno, incluso el más miserable de los esclavos, viera su poder, para que el miedo y la admiración se instalaran en los corazones de todos para siempre.
En el centro de la plaza, bajo un alto poste colocado sobre una tarima para que todos pudieran verlo, ya preparaban el lugar para el espectáculo principal. Las pesadas cadenas, unidas al poste, tintineaban cuando los guardias las revisaban y los servidores especiales las impregnaban de magia. La multitud murmuraba, intentando adivinar a quién llevarían allí. Probablemente tales castigos eran frecuentes en esa plaza, porque nadie parecía sorprendido.
María, sin embargo, sabía muy bien a quién aguardaba aquel poste de la vergüenza, y sus piernas apenas podían sostenerla. Se aferró con fuerza a la mano de Frela, que le susurraba algo compasivamente. Junto a Frela se encontraba un hombre bajo y rubio, que resultó ser el sirviente enamorado de ella. Lo conocieron con María, y a ella le agradó. Él miraba con ternura a Frela, claramente enamorado, y les decía palabras de aliento a ambas.
De pronto, sonaron trompetas por todo el perímetro de la plaza, y en el largo pasillo abierto por los guardias entre la multitud apareció un destacamento de soldados y guardianes. Avanzaban lentamente, paso a paso, llevando a un hombre bien conocido por todos.
Una ola de gritos, silbidos e insultos recorrió la multitud. Voces enfervorizadas clamaron:
—¡Es él! ¡Es el mismo rey de Padirán! ¡Mátalo, destrúyelo, es nuestro enemigo! ¡Gloria al Señor de las Sombras Grez! ¡Grez es invencible! ¡Hurra!
A su alrededor retumbaban los tambores, tanto que con cada golpe temblaba la tierra bajo los pies, mientras las trompetas lanzaban notas largas y agudas. La gente estiraba el cuello intentando distinguir al prisionero más odiado; algunos incluso alzaban a los niños sobre los hombros para que también pudieran verlo. Todos deseaban ser testigos del triunfo del Señor de las Sombras Grez...
Editado: 06.09.2025