Sangre ajena. Embarazada del rey

Capítulo 48. El discurso del Señor

Capítulo 48. El discurso del Señor

El Señor de las Sombras, Grez, habiendo terminado su oscura labor, se acercó al borde de la plataforma y levantó la mano. La multitud guardó silencio, esperando las palabras de uno de sus señores.

—¡Pueblo de la capital subterránea! —su voz era fuerte y autoritaria, y retumbaba sobre la multitud, amplificada por la magia—. ¡Hoy habéis sido testigos de mi poder! ¿Quién, si no yo, logró capturar al rey de Padirán? ¿Quién, si no yo, demostró que incluso su soberano se inclina bajo nuestro golpe?

Las sombras negras a su alrededor giraban agitadas, formando un torbellino frenético que transmitía su seguridad y soberbia. La multitud rugió, vítores de aprobación recorrieron las filas.

—¡Nosotros, los cuatro Señores de las Sombras —continuó Grez, con una voz aún más poderosa—, hoy estamos unidos como nunca antes! ¡Nuestros poderes se han fundido en uno solo, y ahora Padirán caerá! ¡Saldremos de estas profundidades, destruiremos sus muros, y nuestros hijos vivirán bajo un cielo abierto que será nuestro!

El clamor del gentío, lleno de apoyo y entusiasmo, fue su respuesta. La gente gritaba, silbaba, levantaba las manos en un mismo gesto de aprobación, lanzando consignas jubilosas, mientras el rostro de Grez brillaba con triunfo.

—¡Y hoy mismo —alzando la palma, la multitud volvió a callar— celebráis mi victoria! Los invitados nos acompañarán a la gran plaza frente al castillo. ¡Los demás, que beban y se regocijen en cada taberna de la ciudad! ¡Porque hoy las bebidas correrán gratis! ¡Hoy es el día de gloria de los Señores de las Sombras!

Ese grito se ahogó en el rugido de la multitud. De nuevo, la gente vitoreaba, alababa a su Señor, se alzaban cantos, y algunos incluso saltaban y bailaban de alegría. Los esclavos, atónitos y asustados, siguieron a sus amos, sabiendo que les esperaba una larga noche de servicio y trabajo agotador.

Cuando pasaron junto al podio donde estaba el rey, María se detuvo un instante, incapaz de apartar la mirada del poste al que colgaban a Ridan. Su cabeza descansaba sobre el pecho, el rostro pálido, y su cuerpo, marcado por el látigo, se veía agotado hasta el límite. Pero ella lo vio: seguía con vida. Su pecho se alzaba despacio, pero con regularidad, y eso hacía que el corazón de María se encogiera de compasión.

Mientras llevaban a los esclavos de regreso por las calles de la ciudad, María marchaba en la columna, con la cabeza gacha para que nadie notara cómo sus ojos brillaban de lágrimas. Pero sus pensamientos se quedaban allí, en la plaza, junto al rey torturado que pendía entre la vida y la muerte. Y ya sabía que debía hacer todo lo posible para salvarlo...

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En el texto hay: fantasia, embarazada, rey cruel

Editado: 07.09.2025

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