Sangre ajena. Embarazada del rey

Capítulo 55. La sinceridad de Ridan

Capítulo 55. La sinceridad de Ridan

El rey Ridan asintió con la cabeza, dándole la razón.

—Oh, María, sientes lo mismo que sentí yo al realizar aquel estúpido ritual. Pero debía hacerlo por mi gente, por mi reino. Además, no son pocas las mujeres que desean convertirse en reinas, ¿acaso no lo sé yo mejor que nadie? Cada una que se acercaba a mí intentaba meterse en mi cama para quedar embarazada; cada una daba a entender que era la elegida. Tú misma viste que aquellas tres mujeres, que supuestamente estaban embarazadas, hicieron de todo para disfrazarse y presentar su embarazo como un regalo del destino para mí. Por suerte, existe la piedra ritual, que las rechazó de inmediato.

Pero incluso cuando fuiste elegida tú, no pude creerlo: años antes la piedra había señalado a otra mujer. También brilló en verde, y ella, evidentemente, llevaba en su vientre un hijo mío. Entonces, debo confesarte, me alegré mucho: la recibí como reina, la vestí, la colmé de joyas, la instalé en los mejores aposentos. Pero las intrigas… oh, esas intrigas en la corte real, que tan a menudo conducen a la muerte. Siempre hay envidiosos. Sobre todo cuando se trata de mujeres que sienten celos o que, cueste lo que cueste, desean convertirse en reina… Aquella mujer murió. —Ridan bajó la cabeza, recordando visiblemente los sucesos de antaño.

—Frela me habló de ello —dijo María lentamente—. Y también tu amante, Agrarva, me amenazó, dejándome entender que estaba implicada en ese caso, cuando murió la primera elegida. Aunque, dime, ¿no suena extraño eso de “la primera elegida”? —María se quedó pensativa—. Yo no me considero una elegida. Lo único que quiero es volver a casa y no regresar jamás aquí. Este es un mundo cruel y despiadado. Y si ya voy a tener a este hijo, que se quede conmigo para siempre. Pero no aquí, donde todos ansían mi muerte. Agrarva también me amenazó, y aunque nunca lo dijo de manera directa, insinuó estar implicada en la muerte de aquella primera elegida.

—Agrarva es un caso especial —asintió lentamente el rey Ridan—. En la corte apareció hace ya bastante tiempo; al principio era agradable en el trato, a mí también me gustaba. Pero en todos los casos en que ocurrió alguna violación de la ley, juegos mortales o intrigas al límite, jamás fue señalada. Incluso si tomamos tu envenenamiento… ¡Agrarva resultó no estar implicada! Tenía una coartada muy sólida, así que no podía acusarla. Mis hombres revisaron todo cuidadosamente.

—No dudo que haya borrado bien sus huellas —dijo María con una mueca escéptica—. Pero aun sospechando de ella en tantas cosas oscuras, ¡de todos modos compartías tu lecho con ella!

—María, a los enemigos hay que conocerlos en el rostro y comprender su carácter —explicó el rey con severidad—. Existe una regla no escrita: si tienes un enemigo, es mejor mantenerlo cerca y vigilarlo de cerca. Por eso mantuve a esa mujer a mi lado. Al contrario, me aseguraba de que no dañara a nadie.

—¡Oh, claro! Ella se jactaba de calentar siempre tu cama —se irritó María, y en su corazón sintió una punzada de celos.

La muchacha se estremeció ante aquel sentimiento. Tuvo que reconocer con sinceridad que, en efecto, sentía celos. Aquello desconocido, tan extraño y ligero, que ella creía simple bondad y compasión, crecía en su corazón en algo más grande, y eso la aterraba. Le daba miedo llegar a enamorarse de verdad del rey, de aquel hombre atractivo que poco a poco se le hacía cercano. Le asustaba no poder apartarse de él después, porque no quería quedarse ni junto al rey ni en este mundo. Quería huir…

—He tenido que hacerlo, y no diré que me resultara desagradable —continuó Ridan—. María, yo, aunque sea rey de un gran reino, también soy un hombre como todos. Como cualquiera, me gustan las mujeres, me gustan los lujos, me gusta el poder, y eso nadie puede quitármelo. Si ahora, aquí, en estas cuevas, me siento débil e indefenso, y tal vez muestro flaqueza contándote todo esto, en cuanto esté rodeado de mis súbditos, probablemente cambiaré otra vez. Me veré obligado a convertirme en un rey cruel y despiadado, porque solo así se sobrevive en este mundo. Y esas habilidades se perfeccionaron en mí con los años. Pero, por favor, no dudes y recuerda: ahora, en este instante de debilidad, soy sincero contigo.

Un rey no puede permitirse parecer débil. Aunque en el alma sienta un dolor feroz y lágrimas traicioneras, sus súbditos jamás deben verlo. Pero… a solas con uno mismo no se puede fingir. Y no se puede mentir a quien te salvó la vida. A ti, María. Ante ti soy tan franco como nunca lo fui con nadie...



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En el texto hay: fantasia, embarazada, rey cruel

Editado: 24.09.2025

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