Sangre ajena. Embarazada del rey

Capítulo 57. El lago subterráneo

Capítulo 57. El lago subterráneo

María se estremeció ante aquel contacto, casi retiró la mano de golpe. Sentir el calor de la palma de Ridan resultaba agradable, pero… de algún modo extraño. Se tensó como una cuerda, y el hombre retiró la mano al notarlo.

—Esperaba que estuvieras viva, que hubieras podido salvarte, huir. Lástima que no fuera así. Y el hecho de que los esbirros de Grez vinieran cada día a arrancarme toda la verdad sobre mi prometida —de la que habían oído hablar hacía poco por medio de sus espías— demostraba que no habían avanzado demasiado en su búsqueda. Los enemigos no sabían quién eras ni cómo eras. Ni siquiera sabían si habías estado en mi escolta. Y mi captura, aquella emboscada en las montañas, fue, evidentemente, un movimiento planeado desde hacía tiempo. Pues yo solía visitar al rey de Torvald, y los enemigos lo sabían. Incluso si habías caído en el castillo del Señor de las Sombras Grez, al menos confiaba en que pudieras conservarte a ti misma y a nuestro hijo. Y aunque los magos negros del Señor de las Sombras Grez me torturaban, no te delaté, no les conté nada. ¡Prefería la muerte, pensaba yo, antes que la muerte de mi hijo y de mi prometida! Y con el Señor de las Sombras Grez tenemos viejas cuentas, ¡casi centenarias! Nos odiamos con un odio puro…

—¡Oh, sí! El Señor de las Sombras Grez se regocijaba al atormentarte —asintió María. Un escalofrío recorrió su cuerpo al recordar la ejecución en la plaza—. Creo que al tercer día en aquel pilar ya estarías muerto, pues nadie soporta golpes tan crueles de látigo, ni siquiera el guerrero más fuerte. Por eso comprendí que debía ayudarte, pero no sabía cómo. Es increíble que mi magia se haya despertado, y que ahora pueda, al menos, sostenernos un poco en esta huida. Pero estas catacumbas me asustan… —miró hacia el oscuro corredor, donde se espesaba la negrura.

—Oh, María, no conozco estas catacumbas ni adónde lleva este camino, pero he oído hablar de este lugar —respondió Ridan—. Mis espías no comen su pan en vano; también me informaron que esta zona, cerca de la ciudad subterránea, casi no ha sido explorada. Aquí temen entrar incluso las propias sombras. Aunque, seguramente, si los Señores envían a buscarme, revisarán también aquí. Y si traen a sus magos negros, podrán enfrentarse a cualquier monstruo. Pero confío en que primero me busquen en la propia ciudad subterránea y después en los túneles y ramales de la gran caverna principal. Y no son tantos: unos pocos pasajes conocidos, varias salidas y, por supuesto, las catacumbas. Lógicamente, hasta yo pensaría que nos hemos escondido en las catacumbas, porque las entradas y salidas a la ciudad subterránea están fuertemente vigiladas por los Caballeros Negros y los magos.

—Tenemos un poco de ventaja para alejarnos lo más posible de la ciudad —convino la joven—. Pero si al menos supiéramos hacia dónde ir y si esto nos llevará a la superficie…

—Pronto nos perseguirán, si no han empezado ya —asintió el rey—. Y como hemos descansado un poco, debemos seguir. ¡Debemos encontrar una salida hacia la superficie, cueste lo que cueste! En cuanto aparezca bajo nuestros soles, en cuanto los rayos comiencen a tocarme, poco a poco podré recuperar la fuerza mágica que me arrancaron aquí, bajo tierra. Pero mientras esté vacío de magia y completamente agotado, toda la esperanza recae en tu esencia mágica —suspiró el rey—. ¡Ni imaginas lo insoportable y doloroso que es para mí comprender que eres tú quien me protege, y no yo quien protege a mi prometida, como debería hacerlo un verdadero hombre!

—Pues vayamos —asintió María, levantándose—. Intentemos encontrar la salida…

Y María y el rey Ridan volvieron a avanzar por las estrechas catacumbas. Parecía que aquello duraba una eternidad: corredores oscuros, los pesados pasos del rey herido, la respiración fatigada de la joven, que sentía que pronto no podría dar ni un paso más, pues los nervios, la magia consumida y el simple cansancio pesaban sobre ella. Y justo cuando estuvo a punto de pedir detenerse otra vez y descansar un poco, de pronto, al frente del corredor, divisaron un resplandor pálido. El túnel por el que avanzaban los condujo, inesperadamente, a una gran caverna con un lago subterráneo. Allí había incluso un poco de luz, proveniente de extrañas setas fosforescentes y multicolores que cubrían las paredes. El agua reflejaba aquella débil claridad y formaba dibujos centelleantes en las rocas. El rey se detuvo y aguzó el oído al silencio, que nada perturbaba en aquella caverna. Y María se alegró de que pudieran descansar un poco, pues hasta el momento no habían encontrado ningún monstruo ni criatura. Aquello era inquietante y, al mismo tiempo, reconfortante…



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En el texto hay: fantasia, embarazada, rey cruel

Editado: 24.09.2025

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