Capítulo 6. En el palacio real
El camino hacia la capital fue largo y le pareció a María agotador, pues la joven estaba terriblemente nerviosa. Se contenía con todas sus fuerzas para no bombardear al Sumo Sacerdote con sus preguntas. Veía que él también estaba preocupado, y no quería inquietarlo más. Sea como fuere, haría todo lo posible para devolverle la memoria a Ridan.
El pequeño carruaje del Sumo Sacerdote Tarion era modesto, similar a los que usaban los ciudadanos no muy adinerados. María vestía una amplia túnica azul oscuro de sanadora que disimulaba su vientre, aunque apenas se notaba, ya que el amuleto mágico seguía actuando. La mancha negra y su embarazo parecían haber desaparecido, pero la joven aún sentía en su interior los movimientos de su hijo y rogaba que el artefacto no afectara al bebé en su vientre.
Por la ventana desfilaban paisajes montañosos que poco a poco daban paso a verdes llanuras, luego a campos y aldeas bulliciosas. Pero María no podía dejar de recordar la escena que había visto en la esfera mágica, aquella en la que Tarion le mostró a Ridan: frío, distante y… junto a una “embarazada” Agrarva. Esa imagen la atormentaba sin cesar. Sabía que Agrarva era una mujer astuta, capaz incluso de desenmascararla, de descubrir que era una sanadora falsa, por lo que debía tener mucho cuidado.
«Una semana —pensaba la joven—. Solo una semana para romper el sello negro. Una semana para hacer que me recuerde… a mí, a nuestro hijo, a nosotros. ¡Qué poco tiempo!»
Cuando por fin llegaron a la capital, todo le resultó familiar, casi entrañable, aunque apenas había salido del palacio real durante su estancia anterior. Las dos altas estatuas doradas a la entrada de las enormes puertas ya no le parecían amenazantes, sino casi amables. Dios mío, ¿acaso extrañaba todo esto? ¿Cuándo había pasado? Si apenas estuvo una hora en su propio hogar…
La ciudad era bulliciosa, majestuosa, llena de gente y criaturas extrañas, y el palacio real se alzaba sobre todo aquel caos como una inmensa fortaleza negra. Pero ahora tampoco le parecía temible. Tal vez porque allí vivía su amado Ridan.
En la entrada del palacio real los recibieron la guardia real y luego uno de los cortesanos de alto rango. María comprendió que Tarion había avisado con antelación de su visita.
—¡Su Santidad, el Sumo Sacerdote Tarion! ¡Qué honor! —exclamó el cortesano inclinándose con respeto—. El rey Ridan los espera esta noche. Y esta… —miró a María con curiosidad.
—Es la reconocida sanadora Ría —explicó Tarion, usando el nombre falso que habían acordado para proteger su verdadera identidad—. Ha venido al palacio real a mi solicitud. Su Majestad, según hemos oído, sufre, y la anterior sanadora no cumplió con las expectativas. Ría se encargará de su sanación. Posee un don especial y ha ayudado a muchas personas.
A María la condujeron a través de salones majestuosos pero fríos hasta una habitación pequeña y acogedora en el ala oriental del palacio. Su nuevo alojamiento tenía una gran ventana desde la cual se veía el jardín real. La joven recordó el momento en que había abofeteado al insoportable rey, y aquella memoria incluso le provocó una satisfacción extraña. “Lo recuerdo todo”, pensó, “pero Ridan lo ha olvidado todo…”.
Editado: 22.10.2025