Capítulo 12. Aceptar para sobrevivir
—¡Oh, qué tonta eres! —Agrarva volvió a torcer el gesto, ahora con un desprecio abierto—. No te estoy pidiendo que lo mates. ¡Eso no es hacerle daño! Te estoy pidiendo que hagas mal tu trabajo, hay una gran diferencia. Si el rey está sano, será enérgico, porque es un hombre fuerte y vigoroso. Y querrá arrastrarme a la cama, exigirme… ejem… deberes íntimos. Y eso ahora no me conviene. Hay una razón, y más te vale no conocerla... Por ahora le dije al rey que me duele terriblemente la espalda y que tengo náuseas, así que se apiadó de mí y me dejó ir a dormir a mis aposentos. Pero no podré fingir estar enferma todos los días…
María apenas logró contenerse para no lanzarse contra aquella víbora a puñetazos. Y las palabras sobre “deberes íntimos” despertaron en ella de nuevo unos celos furiosos. Ahora estaba segura de que había un enorme engaño por parte de Agrarva respecto a su embarazo. Oh, esa mujer era peligrosa como una serpiente venenosa.
«Ella es enemiga del rey Ridan, y quizá esté en alianza con sus enemigos. Eso significa que Agrarva también es mi enemiga. Si ahora me niego rotundamente, como tanto deseo, no solo me echará del palacio. Encontrará la forma de destruirme, o peor aún, de dañar al rey y después culparme. Es capaz de eso. Pero si acepto, ganaré algo de tiempo. No seré su amiga, pero tampoco su enemiga. Eso me permitirá estar cerca de Ridan, observar y tal vez hallar una manera de desenmascararla después. Debo aceptar para sobrevivir», —pensaba María.
La muchacha respiró hondo, sacudió la cabeza, fingió un poco de temor y asintió:
—Está bien, no tengo elección. Usted realmente es cercana al rey Ridan. Y puede hacer conmigo lo que desee. Yo soy solo una sanadora que quiere ganar un poco de dinero. Acepto sus condiciones —su voz sonó baja, como si de verdad temiera las amenazas de Agrarva—. Haré lo que pide. Las sesiones serán solo un alivio temporal.
En el rostro de Agrarva apareció una sonrisa depredadora; se alegró de haber convencido, o mejor dicho, asustado tan fácilmente a aquella sanadora ingenua.
—Es una decisión sabia, sanadora Rie. Muy sabia. Recibirás una buena recompensa de mí, como reina, cuando Ridan y yo nos casemos. Y no olvides que es nuestro pequeño secreto. Si una sola palabra de esta conversación llega al rey, nada te salvará de mi venganza...
Asintió como una señora que da órdenes a una sirvienta y, sin esperar respuesta, salió de la estancia.
María cerró la puerta apresuradamente y echó el cerrojo. Se apoyó contra las hojas, sintiendo cómo todo su cuerpo temblaba. Acababa de sellar un pacto con una víbora que se había acomodado junto al corazón del rey.
«¡Oh, debo desenmascarar a esta serpiente!», —cruzó fugaz por su mente. Ahora María ya no era solo una simple sanadora, sino también partícipe de una peligrosa intriga palaciega urdida por Agrarva.
Sacudió la cabeza, como queriendo espantar los pensamientos oscuros y desagradables. Guardó el puñal de nuevo en la bolsa, visitó la sala de baño y se acostó a dormir. El día siguiente prometía ser largo y tenso, lleno de nuevos peligros, pero la muchacha estaba dispuesta a soportarlo todo con tal de salvar al rey Ridan. Al menos, eso era lo que creía…
Editado: 22.10.2025