Capítulo 15. "El bordado"
Después de escoger en la tienda la ropa adecuada, María y el Sumo Sacerdote dieron un paseo por la ciudad. Y si antes la capital le había parecido oscura y temible, ahora, por alguna razón, le gustaba mucho. Tal vez porque había tomado una decisión y comprendía que viviría allí para siempre; o tal vez porque allí vivía su amado Ridan, y todo aquello formaba parte de sus dominios, inseparables de su reino, y por lo tanto, de él mismo como hombre. Además, cuando había entrado a la ciudad la primera vez, estaba asustada y completamente confundida, y cargaba con el estatus de esclava. Al menos Oswald se había encargado de recordárselo en cada momento. Ahora, en cambio, era libre, independiente, y hasta aquella marca de esclava que tenía en la mano había desaparecido de manera milagrosa. Cuando había regresado a casa ya no la encontró, y ahora sus manos estaban limpias de cualquier señal.
Resultaba extraño, desde luego, que aquella marca hubiera aparecido en su piel y que, además, fuese el símbolo del alcalde del fuerte Arsold. Por otro lado, quizá la magia de ese mundo la había fijado en aquella realidad, vinculándola con algún signo cercano de poder mágico que allí existiera. Pero de poco servía especular: María ya estaba en Padirán, y esa realidad la había aceptado.
Quedaba mucho por descubrir sobre aquel mundo, sobre sus habitantes, que la sorprendían con su vestimenta y con sus extrañas joyas, que ahora observaba con atención tanto en los hombres como en las mujeres. Incluso, a petición de la joven, se subieron con el sacerdote a una de esas plataformas móviles que llevaba tiempo viendo. Tal como había sospechado, se movían gracias a fuerzas mágicas. Eran anchas, como si flotaran sobre la calle, y servían tanto para transportar carga como pasajeros. Había unas destinadas a la gente, con asientos fijados, aunque no se parecían en nada a un autobús ni a una furgoneta, pues no tenían techo. Más aún: ¡ni siquiera había que pagar! La plataforma avanzaba lentamente y cualquiera podía subir en cualquier momento, recorrer un tramo y descender en su destino, sin costo alguno.
—Un verdadero paraíso para los pasajeros —pensaba María mientras, junto al sacerdote, subían a una de ellas y viajaban hasta un río angosto que cruzaba Grokkil.
Allí, junto al río, apartados del bullicio de las calles, el sacerdote comenzó a preguntar a María por Agrarva. Ella le contó todo, y Tarion coincidió en que debían idear algo para no dañar al rey: o bien curarlo, o bien no interferir en su mente en absoluto.
—La marca negra dentro de Ridan… ¿la sentiste? —preguntó el sacerdote.
—No la sentí en absoluto —negó María con la cabeza—. Tal vez no soy lo bastante hábil en magia. Estaba tan emocionada, que no era consciente de nada. Vi a Ridan delante de mí y lo olvidé todo.
—Eres muy emocional, María —murmuró el sacerdote—. Incluso Mospar te agradó, aunque yo percibo de él, incluso a distancia, un aura pesada. Pero quizá es porque no eres de nuestro mundo, aún no has aprendido a sentirlo.
—Puede ser —se encogió de hombros María—. Pero, por otra parte, yo siempre pienso bien de la gente, y no espero nada malo de nadie. Excepto de Agrarva, a quien ya conozco demasiado bien y de quien siempre estaré alerta. ¿Y sabe qué? —añadió, compartiendo con el sacerdote la idea que había estado madurando desde temprano—. Creo que he encontrado qué hacer cuando me encuentre con Ridan a solas. Solo necesito cinco o diez minutos para poner en práctica mi plan. No se preocupe, no revelaré mi identidad secreta, porque sé que el rey no me creería: ha perdido la memoria. Una confesión solo empeoraría las cosas. Pero… tengo un propósito en mente.
Se detuvo un instante, reflexionando, y luego continuó:
—No puedo enfrentar a Agrarva abiertamente, pero tampoco quiero que el dolor regrese al rey una y otra vez, convirtiéndose en algo constante. Y se me ocurrió una idea. ¿Y si yo… cómo explicarlo… distribuyo la curación del rey en el tiempo?
—¿Qué quieres decir? —se sorprendió Tarion.
—Haré lo que pide Agrarva. Que el dolor desaparezca un corto tiempo, pero después regrese. Pero ese dolor no será verdadero, solo una ilusión, que no debilitará el cuerpo. Y durante cada sesión de sanación, yo “tejeré” en su aura o en su cuerpo pequeños hilos invisibles de magia curativa. Será como en el bordado: iré bordando flores separadas cada día, y solo al final, en el último día, bordaré el tallo que las una, y entonces el diseño completo de la sanación se revelará.
—Hilos de magia… —susurró el sacerdote, mirándola con atención—. Es genial. Estarás cumpliendo tu tarea, pero el efecto no se verá de inmediato. Agrarva quedará satisfecha, y el rey se irá curando poco a poco, en secreto. Un plan magnífico.
—Exactamente. Pero como Agrarva dijo que estará presente en nuestras sesiones, no sé cómo lograr quedarme a solas con el rey.
—Ya pensaré en algo —prometió el sacerdote—. Y ahora… ya es hora de marcharnos...
Editado: 22.10.2025