Capítulo 16. La sesión de sanación
Y partieron hacia el palacio real. Cinco minutos antes del inicio de su sesión con el rey, María se encontraba frente a la puerta de su despacho, lanzando miradas de soslayo hacia la habitación que tan bien recordaba. Sí, sí… eran sus antiguos aposentos, antaño convertidos de un simple almacén, justo frente al despacho de Ridan.
A las once en punto, la puerta del despacho del rey se entreabrió, y de allí asomó la detestada Agrarva. Al ver a María, esbozó una sonrisa triunfante y exclamó:
—¡Sí, Ridan, la sanadora ya ha llegado! ¡Enseguida dejará de dolerte la cabeza! —le guiñó un ojo a María con disimulo y volvió a alzar la voz hacia el interior del despacho—. ¡Espero que la sanadora Ría haga todo tal como lo acordamos!
Y la palabra “acordamos” la pronunció con un énfasis y una entonación especiales. Agrarva dejó la puerta abierta y se adentró en la sala. María cruzó el umbral y vio al rey sentado tras su escritorio. El hombre tenía un aspecto exhausto. Al parecer, otra vez lo atormentaba el dolor de cabeza, pues se frotaba la sien con una mano mientras con la otra sostenía un vaso con algún líquido.
—Otra vez esta maldita cabeza que me estalla —se quejó el rey a Ría—. Ya estaba esperando vuestra sesión. Ayer me sentí tan bien, incluso pude dormir tranquilo.
Agrarva se detuvo junto a la ventana, observando cómo María y el rey se acomodaban en un diván, y cómo la joven colocaba sus dedos sobre las sienes de Ridan. Esta vez planeaba concentrarse en sus sensaciones, intentar encontrar dentro del rey aquella marca negra, y estaba menos nerviosa que el día anterior, aunque la felicidad de ver a su amado era inmensa. Además, quería probar a introducir en el cuerpo del monarca aquellos hilos mágicos con los que soñaba “bordar” poco a poco la sanación definitiva. Pero Agrarva la ponía nerviosa, vigilaba cada uno de sus movimientos…
«¿De veras el sacerdote no ideará nada? —pensaba con desconsuelo María, intentando concentrarse—. Debo entretejer hilos rojos de magia en la verde magia de curación. ¿Y si Agrarva lo nota? ¡Cómo me observa, sin pestañear!».
Y de pronto, a la estancia real irrumpió un criado despavorido que gritó:
—¡Señora Agrarva, en su tocador hay un incendio! ¡Rápido, allí están sus joyas! ¡El humo es tan espeso que no logramos entrar, y no podemos derribar la puerta porque la llave la tiene usted y está encantada mágicamente! ¡Ni cien soldados podrían abrirla!
Agrarva se sobresaltó. Sin duda, allí guardaba muchas de sus riquezas, pues palideció y, sin decir palabra, salió corriendo.
—¿Necesitará ayuda? —quiso levantarse el rey.
Pero María ya sujetaba sus sienes, no le permitió incorporarse y habló con rapidez:
—¡No, no, Majestad, ya hemos comenzado la sesión! Permanezca inmóvil. Pienso que su… eh… amada abrirá la puerta y sus joyas estarán a salvo. Pero su salud es más importante que cualquier tesoro —le dijo con voz firme y persuasiva.
Sus miradas se encontraron y no volvieron a apartarse durante toda la sesión. María no percibía ninguna marca negra, pero sí notaba un extraño velo dentro del rey. Él estaba raro, con los ojos enturbiados… ¿Habría bebido algo fuerte? Esos mismos ojos los había visto en personas ebrias.
—¿Qué bebió hace un momento del vaso? —preguntó María, mientras entrelazaba en su magia sanadora falsas hebras que creaban la ilusión del dolor, sin ser real.
—Agua corriente y un brebaje que me preparó un criado, para aliviar aunque fuera un poco este dolor de cabeza —respondió el rey.
—Creo que no debería beber más de ese brebaje —dijo María con seriedad—. Interfiere con mi influencia curativa. Como su sanadora, le prohíbo tomarlo durante una semana. Y además…
—¿Por qué me parece que ya la he visto en algún lugar? —la interrumpió de repente el rey Ridan.
—No lo sé. Quizás tengo un rostro común —respondió María encogiéndose de hombros, mientras su corazón latía con fuerza. ¿Acaso el rey empezaba a recordar?
Aún no retiraba sus manos de sus sienes, aunque había terminado su labor y la red de magia ya se expandía instintivamente por el cuerpo del rey. Quería prolongar aquel contacto con su amado todo lo posible.
Y entonces, el rey Ridan tomó la mano de María, la apartó de su sien y la llevó a sus labios…
Editado: 22.10.2025