Sangre Azul

1. PRESENTIMIENTOS

 

Una vez escuché decir a mi tía Mara que somos incapaces de sentir cuando algo malo le ocurre a alguien que amas, que los presentimientos son más bien una creencia puramente espiritual. Y decidí creerle. Porque cuando era una niña, en el momento más bajo de mi vida, mientras mi familia se hacía añicos y no teníamos para comer más que lo que la tía Mara nos daba, dejé de creer en el Dios que nos describen en las misas obligatorias para toda la población del sur de Calize. La miseria, no esa que es imperceptible a las afueras del imponente palacio, sino con la que convivo cada día, es mi motivación principal para renunciar a las cegadoras creencias religiosas.

Mis vecinos le ruegan cada día a Dios que ablande el corazón de nuestro egoísta monarca y no lo hace. Ni creo que lo haga en algún momento. Hay situaciones que la mano de Dios se olvida de tocar pero las manos de Gustav Blue, el rey más despiadado de todos los reinos, siempre están dispuestas a marchitar.

El Palacio y las áreas circundantes siempre han pertenecido a la realeza y a los nobles, así que ellos tienen la mejor parte; los lugares bellos y los trabajos cómodos. Pero los que no nacemos en una cuna privilegiada siempre terminamos en la zona sur, la zona pobre, con los peores empleos y las peores vidas plagadas de mala suerte y desgracia.

Tengo la certeza de que los nobles no tienen la culpa de la suerte de los que nacimos para ser sirvientes, pero, hay algo dentro mío que, aun así, me hace culparlos. Creo que siguen teniendo el poder suficiente para cambiar la vida de todo el pueblo. Podríamos prosperar todos juntos, incluso ellos seguirían en la cabeza, pero… no lo hacen. La avaricia y el egoísmo son la ruina de nuestros corazones. Y al parecer son también las dos características más fuertes de los Blue, nuestra familia real, la estirpe que ha gobernado Calize desde el principio de los tiempos.

Como todo lo que me rodea es suficiente para ignorar cualquier “creencia espiritual” como Mara llamó a los presentimientos, me niego a creer que algo muy malo ha ocurrido cuando siento todo mi cuerpo tensarse con un doloroso escalofrío. Me niego a creerlo y me niego aun cuando mi mente interfiere en mi decisión y comienza a repetirse una y otra vez en mi cabeza que ha sucedido algo horrible.

En medio del campo, rodeada únicamente por arboles flacuchos y soledad, me veo obligada a detener mis pasos de forma abrupta ante esa sensación que me quita el aliento. Un roble anciano me sirve de soporte, siento su corteza rugosa a través de la palma de mis manos frías. El tranquilo cauce del río sonando a lo lejos me hace sentir más tranquila porque en un día como este; después de haber pasado un fin de semana tan alegre, nada malo podría ocurrir.

Desde donde estoy ya puedo ver la escuela a unos veinte metros de distancia en medio de un claro boscoso. El jardincito trasero luce un árido color café producto de las hiervas moribundas. Las sequias tienen a toda nuestra flora un poco marchita, al menos el clima templado no permite que los árboles mueran del todo.

Un movimiento al interior de la escuela se roba mi atención. A través de una ventana de vidrios impecables puedo ver las bancas de madera vacías y una persona asomándose. Es Milena Alcot, mi mejor amiga. Me saluda con la mano y a pesar de la distancia puedo percibir su sonrisa poco recatada.

Su rostro siempre sonrosado delata su buena alimentación. Es una de las pocas personas que sigue teniendo buen aspecto después de la para nada sorprendente decisión del Rey Gustav de clausurar el suministro mensual de cereales y legumbres gratis a toda nuestra sección. Han pasado solo cuatro meses desde que no recibimos nada del palacio, pero he visto a más de un chiquillo de la zona sur luciendo figuras esqueléticas.

La familia de Milena siempre ha tenido el control sobre la mayor parte del ganado de Calize y aun cuando pertenecen a la zona sur y por imposición real nunca podrán mudarse a la zona noble, siguen siendo de utilidad para el palacio y sus alrededores. Los Alcot se encargan de proveerles productos frescos cada semana a la realeza y a los nobles. En ocasiones venden en nuestra zona también, aunque pocas veces las monedas alcanzan para pagar una pierna de cerdo o al menos un muslo de pollo.

Me separo del roble y trato de alisar con las manos las arrugas del modesto vestido de manta que con los años se volvió beige pero que cuando mi madre recién lo hizo era blanco. Me queda más ajustado en la zona del pecho y la cintura que hace tres años, pero sigue viéndose aceptable.

Me doy cuenta de que, en algún momento y de forma inconsciente, me llevé una mano al corazón que me late desbocado. Sacudo la cabeza en un intento físico por evadir la sensación y aparto la mano de mi pecho como si quemara.

Noto que Milena sigue observándome con una sonrisilla, que se desvanece un poco cuando se da cuenta de que sigo en medio del bosque, sin avanzar. Sé que ella se preocupará si me quedo más tiempo suspendida en el tiempo y con cara de haber visto un fantasma justo en sus narices. Quizá saldría corriendo de la escuela a mi encuentro, indagaría en las razones de mi palidez y tendría que contarle que tuve un “mal presentimiento”. Y decir eso en voz alta me haría sentir un poco tonta. así que decido retomar el camino después de devolverle el saludo que me dio unos segundos atrás.

Lo que ahora se conoce como la escuela de la zona sur de Calize, antes solía ser una casa pequeña. Perteneció al padre de Milena hasta que él decidió dejarla en las manos del hombre más inteligente y modesto que he conocido en la vida; el señor Frederick Lisben, nuestro profesor, a cambio de que este ultimo brindase educación para todos los jóvenes de Calize que pudieran y quisieran conseguirla.




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