Sangre Azul

3. RECUERDOS Y REALIDADES

 

Definitivamente las noches se sienten más largas cuando el sueño no te visita. Los ojos me pesan y no estoy segura si el mérito se lo lleva el insomnio o las lágrimas derramadas en memoria de mi madre.

Me duele el corazón solo de pensar en ella y en la indiferencia con la que el ayudante Lanish anunció su muerte y la de los otros empleados. La información que brindaron me es insuficiente, no paro de preguntarme cómo fue que murió, cómo la encontraron, si alguien sostuvo su mano mientras partía al otro mundo.

Y es que nunca la necesité tanto como ahora que no está…

Sus guantes siguen en mi bolso. Su sonrisa sigue en mi memoria. Su voz sigue en la letra de las canciones de cuna que le gustaba cantar. Pero ella, ella ya no está.

Pienso en todos esos momentos que ya no tuvimos, los años que nos pasamos separadas por su empleo. Incluso, las circunstancias me llevan a pensar en mí misma como una hija egoísta, porque pude haberle pedido a mi madre que dejara ese empleo, pude haberle dicho que no necesitábamos el sueldo del Palacio, que estudiar ya no era mi sueño. Y ella lo habría dejado. Sin embargo, nunca se lo pedí, ni siquiera llegué a plantearme la posibilidad. No hasta este momento, en el que ya nada se puede hacer.

Mi tía Mara me ofreció quedarme en su casa los tres días de luto, pero me negué. Aunque lo más sensato habría sido aceptar y dejar de revolcarme en mi miseria rodeada de soledad, lo único que necesito ahora mismo es estar en este hogar. Mi hogar, en el que alguna vez años atrás vivía una familia feliz y completa.

No vi a nadie durante estos días, solo a una vecina que la noche anterior tuvo el valor de escabullirse de su casa para comprar leche de mi cabra. La vieja Milly llegó con unas condolencias rebuscadas y mirada condescendiente. Luego, cuando se aseguró de que no sacaría información nueva de mí, decidió compartir la suya. Así pues, me dijo, con una sonrisa indiscreta, que comenzaba a circular la idea de que el reino estaba por cambiar de forma drástica y contrario a lo que muchos solíamos creer, sería para bien.

—Yo no estaría tan segura —murmuré con pesimismo. Nos rodeaba la oscuridad de la noche, un entorno perfecto para intercambiar chismes rompiendo el toque de queda por el luto del Rey.

—Que si niña, ¿no estabas presente cuando anunciaron los nombres de tres de nuestras chicas? —me preguntó, las arrugas de sus ojos se acentuaron.

—Lo estaba —dije, «por desgracia lo estaba».

Ella pareció arrepentirse al darse cuenta de que iba implícita la muerte de mi madre en los acontecimientos de dos días atrás.

—Bueno, criatura, eso lo sé. Pero la cosa es que ahora hay una esperanza para nosotros los pobres. Han escuchado mis fuentes que los nobles tradicionalistas no están contentos, dicen que tienen miedo de perder el poco o mucho poder que poseen. Eso solo puede significar que esta es la oportunidad de nuestro sector de avanzar.

—Toda la responsabilidad en manos de esas chicas.

—Así es, la niña Alcot está muy feliz, ¿cierto?

—No he hablado con ella.

—Vaya, pensé que se habría pasado por aquí para darte el pésame.

—Pues no, seguro que los demás sí respetan el toque de queda.

Los ojos de la anciana se arrugaron con la sonrisa. Sé que ella es así, que no tiene un filtro efectivo y habla sin parar. Pero, no esperaba que me doliera lo que dijo:

—No están respetando nada. Ahora que van a ir al palacio las familias de esas chicas andan de aquí a allá.

Si eso es verdad, significa que mi mejor amiga no consideró importante pasar a saludarme. Y, aun así, sé que ya tengo claro lo que pienso; debe estar demasiado ocupada.

— ¿Y tu madre nunca te habló del príncipe? Todos dicen que es alguien de cuidado, pero, no lo sé, ella estaba mucho tiempo a su alrededor, seguro sabía muchas cosas de él.

Muy pocas personas, por no decir casi nadie, de la sección pobre de Calize conocen al príncipe, ahora heredero del trono. Él no acostumbra a salir mucho en público. Y los únicos que entraban al palacio durante el mandato de Gustav Blue eran los nobles de mejor posición. Al menos yo no lo he visto jamás. Y esa mujer con ojos hambrientos de información parecía estar en las mismas.

Negué con la cabeza, mientras tendía en su dirección el bote de vidrio con dos litros de leche fresca.

—Bueno —dijo con tono inconformista y un encogimiento de sus huesudos hombros. Su rostro surcado de arrugas acentuadas se quedó fijo en el mío —. Igual algo de maldad debe de tener, si por sus venas corre la sangre de un asesino como lo fue su padre.

El dolo en su voz al hacer tal acusación que algunos días atrás no se hubiese siquiera planteado decir en voz alta le provocó una sonrisa maliciosa a la vieja Milly. Tomó el bote de leche de entre mis manos y lo envolvió con ambos brazos, como abrazándolo. 

—Es mejor que vuelva a casa, hay castigos por no respetar los toques de queda.

De su boca salió un gruñido y dejó un par de monedas en mi mano antes de marcharse decepcionada por no poder encontrar en mí otra más de sus “fuentes confiables”.

Esa noche no dormí mejor que la anterior. Así que sé muy bien que debo estar luciendo mi peor aspecto. La capa dolorosa que se pega a todo mi ser; desde mis huesos hasta la piel, me impide sentir mucho más que tristeza. Al menos no tengo manera de confirmar lo mal que luzco. Hace años que se rompió el último espejo que teníamos en casa. Mi papá solía fabricarlos con uno de sus amigos de la infancia. Los hacían para el palacio; ornamentados con preciosas figuras de oro. Pero, cuando papá murió, su amigo; Jacob Luscinia, se quedó con todo el negocio.




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