El ayudante Lanish me mostró la que sería mi habitación los próximos diez años. Es tan pequeña que se siente asfixiante. El mobiliario es escaso; un catre en una esquina, una mesa a la que le falta media pata y le colocaron una torre de ladrillos para nivelarla y un armario de madera vieja sin puertas. Cuando entré por primera vez vi cosas regadas por todas partes y para el momento en el que Lanish me dijo que eran las partencias de mi madre, yo ya lo sabía.
El ayudante mayor me informó con voz anodina que si quería usar el baño tenía que buscar los de los sirvientes; en la planta baja, en una esquina alejada de los salones principales. Dijo que era mejor porque siempre tenían agua caliente, pero algo en el tono que usó me hizo dudar de la veracidad en sus palabras.
—Conduce a los aposentos del príncipe, debes estar cerca por si necesita cualquier cosa —me dijo Lanish cuando notó mi mirada descansando en una misteriosa puerta que no era por la que habíamos entrado.
Hice una mueca y él sonrió.
—Entonces… ¿esto hacía mi madre?
—Esto hacía, aquí vivía, aquí dormía, sí. Así es. — Cruzó los rollizos brazos sobre su pecho, tomó una inhalación que sonó rasposa y volvió a hablar: — ¿Sabes, señorita Rubssen? Estoy siendo muy amable contigo, he perdido mucho tiempo valioso dándote explicaciones. Generalmente no es mi deber consolar a los sirvientes y tampoco me importa mucho. Así que espero que, a cambio, seas buena conmigo y cumplas mis órdenes. Aquí va la primera; compórtate. No digas cosas de las que podrías arrepentirte. No hables con los guardias ni te acerques mucho a ellos —farfulló, con los ojos vagando por el pequeño espacio.
Imité su gesto y miré todo lo que me rodeaba. Si pensé que la oficina de Lanish era miserable era porque aún no había visto esto. Las paredes tienen un tono gris apagado y no hay una sola ventana. Queda muy claro que es un lugar para la servidumbre. Y está aún más claro que para el palacio los sirvientes significan muy poco.
El hombre me dio una mirada condescendiente antes de salir. Me dejó sola y con una única indicación clara; “tienes que estar disponible para el príncipe todo tu tiempo”.
En cuanto lo vi cruzar la puerta me dejé caer en el catre, los resortes chirriaron bajo mi peso. Y desde entonces han transcurrido unas dos horas, en las que he hecho poco más que pensar en todo lo que está pasándome como si fuera algo imposible. Mis ojos se pasean por el último lugar en el que durmió mi mamá. Un dibujo de las dos que hice cuando tenía nueve descansa en su mesa y un dibujo más de una rana está sujeto con un clavo oxidado en una de las paredes. No recuerdo cuando fue que hice este último, pero encuentro graciosa la cercanía de los ojos del dibujo y no puedo dejar de mirar las torcidas letras que dicen “Te quiero”.
Me pongo de pie y comienzo a dar lentas vueltas en el pequeño espacio, acariciando con la punta de mis dedos cada objeto que se cruza en mi campo de visión.
Hay dos vestidos de manta en el ropero y dos camisones de flores, anticuados, envejecidos. Al llevarme una punta de la tela a la nariz encuentro el aroma de mi madre en ellos. Una lágrima rebelde se niega a permanecer en mi interior aun con mis esfuerzos de por medio. La nostalgia cae sobre mi cuerpo como un velo cegador, de pronto, lo único que quiero es estar en mi casa. No aquí, aun cuando siento más a mi madre en estas cosas que en las que dejó en casa. Aun cuando el palacio huele a madera buena, calor arropador y comida deliciosa.
Pienso en las palabras de mi tía; Mientras más rápido llegues al palacio más pronto sabremos qué es lo que quieren de ti y más temprano volverás a casa.
El recordar mi hogar me hace sentir lenta. Porque Lanish dijo que no podría salir de aquí en al menos tres semanas. Pienso en mi cabra, alguien debe ordeñarla. Pienso en la barra de chocolate que me regaló Frederick, se volverá rancia en la mesa donde la dejé. Pienso en el valde lleno de agua que dejé en el baño, el metal comenzará a picarse por la humedad. Debo encontrar una forma de avisarle a mi tía lo que está ocurriendo. Ella debe saber que no regresaré y por qué. Yo no podría vivir con la angustia de estar en su lugar; sin saber por qué un familiar querido no regresó a casa.
No me atrevo a salir del cuarto hasta que los pasos apresurados en el pasillo me convencen de hacerlo. La primera persona con la que me cruzo es Lanish, no sé si es una suerte ya que es el único que conozco o una desgracia sabiendo los antecedentes. En cuanto sus ojos me encuentran me hace una seña para que me acerque.
—Quédate de pie con esas damas, las presentaremos ante las doncellas del príncipe —me dice, apuntando al primer piso, donde, en una esquina, bajo la sombra de las enormes escaleras están cinco mujeres de pie.
Sigo su indicación sin decir una palabra, es como si las fuerzas hubiesen abandonado mi cuerpo. No sé qué hago, no sé cómo me siento en realidad. Todo ha pasado con una rapidez arrolladora. Y ni siquiera tengo tiempo de analizarlo todo cuando veo entrar a mi mejor amiga por la enorme puerta principal del palacio.
Milena lleva un vestido del color de las hojas de los árboles en primavera, sus mejillas sonrosadas se encienden aún más cuando sus ojos se encuentran con los míos. Una mueca sorprendida invade todas sus facciones. Es como si se planteara correr hasta mí y preguntarme las razones por las que me encuentro ahí, pero sé que es lo suficientemente inteligente para no hacerlo. Las seis doncellas muestran una actitud tranquila y sonrisas modestas, miran con ojos brillantes y sumisos, como si quisieran impresionar al príncipe con sus buenos modales. Sé que algunas de ellas no lo conocen, las ansias en sus miradas cuando Lanish lo menciona las delatan.
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Editado: 05.05.2024