Sangre Azul

9. CANCIONES DE CUNA

 

Pajarito que cantas en la laguna,

no despiertes a mi niña que está en la cuna

A dormir van las rosas en los rosales

A dormir va mi niña porque ya es tarde

 

Despierto con la canción de cuna que cantaba mi madre en mi mente. Se repite una y otra vez hasta que estoy consciente por completo. En medio de la ensoñación puedo escuchar con claridad su voz dulce interpretándola. Mi pecho se vuelve pesado y siento lágrimas detrás de mis ojos suplicando salir.

De pronto, he comenzado a sentir. Siento mucho y muchas cosas. Pero, todo lo que se roba mi atención es el odio. Porque no puedo estar tranquila, sabiendo que el hombre al que debo llevarle el almuerzo, prepararle los baños con sales y atender con devoción y amabilidad, es alguien a quien aborrezco. No puedo seguir aplazando el aceptar que hay rencor en mi corazón y el completo destinatario respira cerca de mí cada día. Aborrezco al ayudante Lanish, al difunto rey, sus leyes injustas, las oportunidades que no he tenido, aborrezco el color azul y las despedidas. Pero a él, a él lo odio. Odio a Cardenian. Me pregunto qué tan desalmados deben ser para tirar en una fosa a todas las personas que les sirvieron por años.

Debería saberlo todo el pueblo, quizá lo que necesita Calize es cambiar de familia real. Y los Blue deberían ser acusados por deshonestos.

Me pongo de pie, el vestido que he usado desde que llegué necesita ser lavado, así que utilizo uno de los que dejó mi madre. Es amplio para mí, pero supongo que no necesito preocuparme por cómo luzco en este lugar.

Cuando entro a la habitación del príncipe para prepararle su ducha de la mañana, espero no encontrarlo despierto, pero lo está. Me mira divertido, siguiendo cada uno de mis movimientos y eso me hace enfadar.

—Deja de mirarme — Sale de mí casi como el ladrido de un perro rabioso.

—No te estoy mirando, eres solo una sosa campesina, no hay nada que mirar en ti.

La elegancia de su voz y sus palabras me recuerda un poco a la forma de hablar de Frederick. Claro que él jamás diría algo tan grotesco como lo que el príncipe acaba de lanzar pretendiendo insultarme.

—Eres un niñito en un cuerpo de hombre, ¡inmaduro!

—Eso no lo creen tus contemporáneas —su tono se torna lúgubre e insinuador, me lanza una sonrisa malévola desde su enorme cama.

—Eres tan asqueroso.

—Y tú una aburrida…

Me mira con indignación, de una manera que en otras circunstancias me habría echo soltar una carcajada. Pero como estamos enfrascándonos en otra de nuestras discusiones, no puedo darle el privilegio de encontrarlo gracioso. No, todo lo que puedo demostrar es lo mucho que me desagrada.

Se pone de pie y comienza a acercarse a mí, estirando los brazos como un gato. Me sigue al interior del baño y se queda muy cerca de mi espalda.

—Apestas —me alejo de inmediato, en cuanto el olor de su sudor inunda mis fosas nasales.

—Prepárame la ducha —ordena.

Y es justamente lo que estaba por hacer, pero de pronto, las ganas de completar dicha tarea se han esfumado de mi organismo.

—No.

—¿No?

—Hágalo usted mismo, majestad. Estoy segura de que podría recrearse siendo útil para su propio beneficio. Y yo tengo más cosas que hacer.

Una sonrisa tranquila se forma en sus labios.

—Oh, duce Nyx, lo único que tienes que hacer es complacerme.

—Lo haré el día que me pida las cosas con amabilidad.

—No te equivoques, lo harás simplemente porque lo pido.

Le lanzo a través de una mirada todo el desprecio que es capaz de exhalar mi cuerpo.

—Por desgracia, casi diario las personas podemos vernos forzadas a hacer cosas abominables, como servirles a repulsivos príncipes que no conocen la compasión. Debe saber, señor, que estar aquí es para mí un infierno en vida —le digo mientras paseo por su cuarto de baño y comienzo a lanzar de mala gana las sales de baño, los pétalos de flores y los aceites a la bañera de porcelana con intrincaciones doradas.

— ¿Sabes, querida Nyx? debo decir que entiendo muy bien la amargura que genera el hacer cosas que no quieres.

—No creo que pueda entenderlo, su alteza —suavizo la voz en la última palabra y lo miro mientras le dedico una reverencia llena de burla.

Su mirada se agudiza. Comienza a deshacerse de sus ropas sin vergüenza alguna, con movimientos un tanto bruscos pero suaves a la vez. Me doy la vuelta, negándome a que el primer hombre desnudo que vean mis ojos sea él.

—Yo no creo que quieras tener problemas conmigo, querida, así que lo mejor es que dejes de hablarme así, aun si nadie está escuchando —dice, como continuando con una conversación casual que definitivamente no estábamos teniendo.

—Si lo siguiente que hará será enlistar los posibles castigos, es mejor que no gaste su solemne voz en ello, los he aprendido en estas tres semanas.




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