Actualidad.
Cuidad de México (México).
Camioneta de Aleksander Smirnov.
Domingo.
4:30 A. M.
ALEJANDRO.
El ambiente en la camioneta está tenso, pero no por miedo al diablo ni nada de eso. No. Ahora el verdadero terror es que mi novia ya me tiene fregado con lo del café.
Y, peor aún, Aleksander no ha terminado de humillarnos.
—A ver, expliquen —Dice con tono
divertido—, ¿cómo terminaron ustedes, un grupo de supuestos seres inteligentes, en medio de la nada a las 3:33 A.M., listos para ser sacrificados por el demonio?
Silencio.
Kaida, Noah y yo nos miramos.
Aleksander sonríe aún más.
—Oh, no. No me digan que ni siquiera saben cómo pasó.
—Mira, ruso, no es que no sepamos —Dice Kaida, cruzándose de brazos—, es solo que…
—¡Vittorio y Akira nos dejaron tirados! —Grita Noah, como si eso lo justificara todo.
Aleksander hace una pausa.
Parpadea.
Y luego estalla en carcajadas.
—¡¿ESPERA, QUÉ?! ¡¿LOS DEJARON TIRADOS?!
Nosotros, avergonzados, asentimos.
Aleksander se carcajea tanto que casi choca la camioneta.
—¡JAJAJAJAJAJAJAJA! ¡SON LOS SERES MÁS TRISTES QUE HE CONOCIDO EN MI VIDA!
—¡CÁLLATE, RUSO! —Grita Kaida, roja de la vergüenza.
—¡No, no, no, esto es demasiado bueno! —Aleksander intenta recuperar el aliento—. Los dejaron como basura en medio de la nada, y ustedes LO PERMITIERON.
—¡No lo permitimos! —Me defiendo—. Es solo que… pasó muy rápido…
—Ajá, sí, y seguro la abuelita de Noah también les dijo que la traición a amigos idiotas es un mandato divino.
Noah, ofendido, aprieta su pequeña cruz.
—Mi abuela es una santa, maldito infiel.
Aleksander lo ignora.
—Déjenme ver si entiendo el resumen de esta noche: primero los abandonan, luego se asustan por una hora que ni siquiera hace nada, después casi mueren de un infarto por una camioneta negra que era la mía, y para cerrar con broche de oro, Alejandro se vuelve el peor novio del año.
—¡OYE! —Protesto.
Mi novia suspira dramáticamente.
—No lo niegues, mi amor.
—¡Tú también estabas en shock, ni siquiera me seguiste!
—Ah, claro, la culpa es mía porque tú corriste como si estuvieras en un apocalipsis zombi y me dejaste atrás.
Aleksander vuelve a reírse.
—Lo siento, esto es oro puro. Debí traer mi grabadora.
Odessa, fastidiada, le lanza un cojín que había en el asiento trasero.
—¡Basta, Aleksander!
Él lo atrapa sin esfuerzo y sonríe.
—Oye, ¿y si subimos esto a internet? “El grupo de idiotas que casi es abducido por el diablo”.
—¡CÁLLATE! —Gritamos todos al mismo tiempo.
Aleksander sonríe con una maldad pura y genuina.
—Oh, sí. De esto no se van a librar. Nunca.
Nos hundimos en el asiento, sabiendo que, efectivamente, este idiota se asegurará de que jamás olvidemos lo ocurrido.
Y lo peor de todo…
Es que se lo va a contar a Vittorio y Akira.
Hemos perdido.
El resto del camino es puro sufrimiento.
No porque sigamos asustados.
Sino porque Aleksander no deja de humillarnos.
—A ver, recapitulemos otra vez. Por diversión. —Nos mira por el espejo retrovisor—. Ustedes, un grupo de adolescentes con mínimo dos neuronas funcionales, ¿dejaron que Vittorio y Akira los abandonaran en medio de la nada?
—Ya entendimos, ruso. Cállate. —Gruñe Kaida.
—¡No, no han entendido! Porque si lo hubieran entendido, no habrían sido tan estúpidos.
—Aleksander, ¿puedes dejar de hablar por cinco minutos? —Suplico.
—Puedo, pero no quiero.
Todos suspiramos.
—Bueno, al menos no nos pasó nada, ¿no? —Trata de animarnos Odessa.
Aleksander sonríe.
—¿Nada? ¿Nada? Querida Odessa, perdieron el respeto de Akira y el mío.
—¿Cuál respeto? —Murmura Kalel.
—¿QUÉ DIJISTE, PEQUEÑO PEZ?
Kalel finge no haber hablado.
Aleksander se carcajea.
—Ay, no, esto es espectacular. En serio, no puedo esperar a contarles a más personas.
—¿Más personas? —Pregunta Noah, pálido.
—Por supuesto. Akira y Vittorio no serán los únicos en reírse de esto.
Kaida se pone en modo defensa.
—¡No puedes decirle a más personas!
Aleksander sonríe con malicia.
—Kaida, mi querida e ingenua Kaida… ¿Quién me va a detener?
Kaida abre la boca.
Se queda callada.
—…Maldita sea.
—Exacto.
Nos hundimos en los asientos. Esto no se va a quedar entre nosotros.
Esto será material de burla por generaciones.
—Bueno —dice Aleksander con alegría—, Ahora que hemos establecido su idiotez, ¿qué quieren de cenar?
—Nada, se nos fue el hambre de la humillación —Responde Noah.
—¡Ah, qué aburridos! Vamos, es el último deseo de unos muertos en vida.
—Oye, ¿y si mejor nos dejas en paz? —Sugiere mi novia con sarcasmo.
Aleksander finge pensarlo.
—Mmm… No.
El silencio en la camioneta es sepulcral.
No porque estemos asustados.
Sino porque ya no tenemos dignidad.
Aleksander, satisfecho con su victoria absoluta, pone música rusa a todo volumen.
—A ver, niños, hoy aprendimos una lección muy importante —Dice con tono de maestro condescendiente—. ¿Cuál fue?
—Que el diablo no nos llevó, pero tú sí nos hiciste desear la muerte. —Gruñe Kaida.
—Exacto, pequeña langosta.
—¡No me digas langosta!
—¡Silencio, langosta!
Kaida suelta un quejido de frustración.
Yo respiro hondo y trato de no explotar.
—Aleksander, ¿puedes dejarnos en paz?
—Puedo, pero…
—¡NO QUIERO! ¡YA SABEMOS! —Gritamos todos al unísono.
Aleksander sonríe, orgulloso de nuestra miseria.
—Ah, qué bonito cuando ya me leen la mente.
Kalel resopla.
—¿Falta mucho para llegar?
—¿Por qué? ¿Tienes prisa por seguir con tu vida de perdedor?
—Aleksander.
—Bueno, bueno, ya casi llegamos. No se me estresen, bebés.