Sangre Azul, Corazones Rotos.

Capítulo 8:"¡¿POR QUÉ HAY UN DUENDE EN LA CASA?!

Actualidad.

Cuidad de México (México).

Casa Azul's Villareal.

Domingo.

5:13 A. M.

KALEL.

Siempre he sido alguien racional. Alguien que no se deja llevar por supersticiones ni tonterías. Pero esta noche… esta noche estaba dispuesto a creer en cualquier cosa con tal de encontrar una explicación lógica a lo que estaba ocurriendo.

—¡No deberíamos estar aquí! —Dije en voz baja, sintiendo cómo mi propio pulso resonaba en mis oídos.

El apagón ya era bastante molesto. Pero los golpes, los ruidos extraños… eso era otra historia. La casa de los mellizos no era precisamente una mansión embrujada, pero en ese momento, podría haber sido cualquier cosa y yo lo creería.

—Tranquilo, Kalel. —Odessa puso una mano en mi hombro. —No es nada, solo el viento o… algo así.

Sí, claro. El viento. Porque el viento golpea las puertas como si exigiera entrar.

Los chicos estaban tensos, todos pegados en la sala. Kaida aún envuelta en su toalla, Noah murmurando algo que no entendí, y Vesper pegada a Alejandro como si fuera su escudo personal.

—Voy a abrir la puerta. —Anunció Alejandro con su típico tono seguro.

—¡¿Estás loco?! —Chillé sin querer.

No sé qué me pasó, pero el puro pensamiento de que la puerta se abriera me hizo sentir un vértigo horrible. Me agarré el pecho. ¿Por qué me estaba sintiendo así?

Alejandro me miró raro, pero igual ignoró mi reacción y se acercó a la puerta.

Justo cuando su mano tocó la perilla, un ruido aterrador resonó en la casa. No era un golpe. No eran pasos.

Era una risa.

No. Una carcajada.

Alta, aguda, burlona. Como la de un niño travieso… pero malvada.

—No, no, no, no… —Murmuré. Mi respiración se volvió errática. Las luces estaban apagadas. Todo estaba oscuro.

Y entonces lo vi.

Dos ojitos brillantes, asomándose desde la penumbra, justo en el umbral de la puerta. Pequeños, pero intensos. Como si disfrutaran nuestro miedo.

Mis piernas se volvieron gelatina.

—No… puede ser… —Balbuceé, sintiendo que me iba a desmayar otra vez.

Pero antes de que pudiera caer, Kaida me sujetó.

—Kalel, cálmate.

—¡NO PUEDO CALMARME, KAIDA! —Le grité sin querer, sintiendo cómo el pánico me ahogaba.

La risa aumentó. Se volvió más fuerte.

De repente, algo se movió en la ventana. Algo pequeño, rápido. Como una sombra diminuta que corría de un lado a otro.

—¡¿QUÉ ES ESO?! —Gritó Kaida, ya a punto de llorar.

—Un… un… —Traté de decirlo, pero no podía.

No podía.

Porque si lo decía en voz alta, entonces sería real.

Nos quedamos congelados. Nadie se atrevía a moverse, ni siquiera a respirar fuerte.

La piedra y el gorro estaban ahí, sobre la mesa, como si alguien los hubiera puesto a propósito. Como si fuera una ofrenda. O peor… una advertencia.

—…no. —Alejandría susurró con la voz rota.

—…sí. —Murmuré, sintiendo el pánico subir otra vez por mi garganta.

El silencio se extendió por la casa. Un silencio tan espeso que dolía.

Y entonces…

TAC TAC TAC.

Un sonido seco, rítmico. Como pasitos diminutos sobre el suelo de madera.

—No. —Alejandro negó con la cabeza, completamente tenso.

TAC TAC TAC.

Venía de la cocina. O del pasillo. No lo sabía.

Y entonces, lo vimos.

Algo pequeño, con piernas cortas y brazos delgados, salió corriendo entre las sombras, demasiado rápido para que pudiéramos verlo bien. Pero lo suficiente como para saber que era real.

—¡¿QUÉ ES ESO?! —Gritó Vesper, aferrándose a Alejandro.

—¡UN DUENDE! —Chilló Noah, saltando sobre el sofá como si así pudiera alejarse más.

—¡NO, NO, NO, NO! —Alejandría me abrazó más fuerte, y yo le devolví el abrazo con todas mis fuerzas.

Yo, Kalel, el racional, el tranquilo, el lógico, estaba abrazado a Alejandría, gritando como si mi vida dependiera de ello.

—¡¿POR QUÉ HAY UN DUENDE EN LA CASA?! —Kaida prácticamente estaba trepada sobre Odessa, su toalla a punto de caerse.

—¡YO QUÉ CARAJOS VOY A SABER! —Odessa se veía al borde de los nervios, mirando a todos lados con desesperación.

TAC TAC TAC.

Los pasitos volvieron a sonar.

De pronto, la piedra en la mesa… se movió sola.

No sé quién gritó primero, pero en un segundo ya todos estábamos en pánico absoluto.

Alejandro intentó mantener la calma, pero hasta él estaba sudando.

—¡¿CÓMO SE SUPONE QUE NOS DESHACEMOS DE UN DUENDE?! —Preguntó Kaida, temblando.

—¡NO LO SÉ, PERO ESTO NO ES NORMAL! —Grité, abrazando más fuerte a Alejandría.

—¡LOS DUENDES SON TRAVIESOS, PERO NO MALOS! —Intentó decir Alejandro, aunque su voz temblaba.

—¡DILE ESO A ESE MALDITO GORRO MALDITO! —Le respondió Noah, señalando la mesa con un dedo tembloroso.

Y entonces…

Risas.

La misma carcajada aguda de antes, pero ahora más fuerte. Más cercana.

No podíamos verlo, pero sabíamos que estaba ahí.

Jugando con nosotros.

Yo no nací para esto. No nací para pelear contra seres diminutos con carcajadas diabólicas y gorros rojos malditos. No nací para escuchar ruidos en la oscuridad y sentir cómo una presencia pequeña pero terrorífica se nos burlaba en la cara.

Yo nací para estar tranquilo. Para estudiar. Para vivir en paz.

Pero ahí estaba, abrazado a Alejandría, gritando como si fuera el fin del mundo.

—¡¿QUÉ QUIERE?! —Solté, sintiendo el sudor frío recorrerme la espalda.

—¡NO LO SÉ, PERO HAY QUE HACER ALGO! —Chilló Kaida, subiéndose más al sofá como si estuviera en una isla en medio del infierno.

La carcajada volvió a sonar, pero esta vez… más cerca.

No lo veíamos, pero estaba ahí. Sabía que lo sabíamos.

Y entonces, de la nada, la piedra en la mesa salió disparada por los aires.

¡PUM!

Le pegó a Noah en el hombro.

—¡AAAAAAH! —Gritó Noah, cayéndose dramáticamente al suelo. —¡ME ATACÓ! ¡EL MALDITO ME ATACÓ!




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.