Meses Antes.
Cuidad de México (Mex).
Casa Baronello.
Sábado
1:45 A. M.
Vittorio.
Mi casa estaba llena, pero la atmósfera no era caótica, no para mí. Noah, como siempre, se movía con la eficiencia de un maestro del control, gestionando la fiesta con entusiasmo, asegurándose de que todo estuviera en su lugar. Yo, en cambio, me deslizaba entre las sombras, observando, vigilando, manteniendo el control desde un rincón tranquilo. La música retumbaba a través de las paredes, las luces estroboscópicas cambiaban como si intentaran replicar un estallido de emociones. La energía de la fiesta era palpable, pero no me atraía. No necesitaba estar en el centro. La oscuridad me agradaba; me dejaba ver las cosas desde un lugar seguro.
Pero entonces la vi. No sé qué fue, no supe en ese momento, pero en el instante en que cruzó el umbral del salón, rodeada de un grupo de amigos, mi mundo se detuvo. Akira. Era como si la música misma se desvaneciera y todo se concentrara en ella. Su presencia me aniquiló de una forma que no supe cómo gestionar. Mis ojos no podían despegarse de su figura, de la forma en que se movía, como si el aire mismo la invitara a danzar. Su cuerpo fluía con la música, sin esfuerzo, sin reservas, como si el espacio entero hubiera sido hecho para ella. Cada paso era un destello de gracia. Su sonrisa, espontánea, como una chispa de luz pura, iluminó la habitación. Y entonces esos ojos... esos ojos dorados que parecían ver más allá de mí, de todo lo que había a su alrededor, como si pudiera leer hasta el último rincón de mi ser.
Era imposible ignorarla, y aunque traté, no pude. La forma en que sus ojos se achicaban al sonreír, cómo su alegría era tan genuina que me desarmaba... todo eso me atrapó sin que pudiera evitarlo. Sus dientes, esos pequeños dientes que siempre se mostraban cuando sonreía, me dieron una sensación extraña, como si todo lo que hacía fuera auténtico. Y eso me volvía loco.
Me quedé ahí, observándola como un espectador, incapaz de moverme. Y fue entonces cuando entendí. De una forma tan cruda, tan pura, que me dejó sin aire. Me di cuenta de que estaba enamorado de ella. No era solo una atracción superficial. Era algo más profundo, algo que no había reconocido hasta ese momento, algo que me estaba consumiendo sin remedio. Akira no solo era una chica atractiva, era un enigma, una fuerza que movía todo a su alrededor con una naturalidad que me dejaba sin palabras.
Me acerqué un poco, tratando de mantener mi compostura, pero no pude evitar la sonrisa que se escapó de mis labios. Mi corazón latía con fuerza, y un cosquilleo recorrió mi cuerpo. Estaba confundido, pero también excitado. Era un caos interno que no sabía cómo manejar. No podía dejar de mirarla, y aunque intenté desviar la vista, mi mente no hacía más que regresar a ella. Todo lo que tenía que hacer era disfrutar del momento, pero... algo más había nacido en mí, algo que no podía negar. Akira me había marcado de una manera que no podía entender.
En la pista de baile, ella seguía moviéndose con esa libertad, esa felicidad que la rodeaba y que parecía hacerla brillar aún más. Cada giro de su cuerpo, cada destello de su sonrisa, me dejaba sin palabras. Era como si la fiesta dejara de existir, como si solo hubiera ella, y el mundo entero se desvaneciera. Mis pensamientos no dejaban de dar vueltas, tratando de comprender qué era lo que me atraía tanto, qué era esa fuerza magnética que me mantenía cautivo.
De repente, sentí una palmada en la espalda, que me sacó de mis pensamientos. Me giré rápidamente, y allí estaba Alejandría, con esa sonrisa provocadora que solía ponerme nervioso.
—¡Deja de ver así a mi prima, idiota! —Dijo, en tono juguetón, como si estuviera divirtiéndose con mi incomodidad—. Si sigues mirando así, todo el mundo se va a dar cuenta de que estás enamorado de ella.
Silencio. Miré a Akira, que seguía bailando, completamente ajena a nuestra conversación. ¿Cómo no admirarla? ¿Cómo no quedar atrapado por alguien tan... perfecta?
—¿Por qué estás tan callado, eh? —Alejandría cruzó los brazos, su mirada era traviesa, pero había algo serio en su tono—. ¿En serio estás enamorado de ella? ¡Dimeeeeeee!
La pregunta me golpeó con fuerza, pero no pude evitar reír, nervioso, intentando ocultar lo obvio. ¿Cómo explicarle lo que sentía? Sabía que, si alguien me entendería, ese sería él. Así que lo miré, sin más preámbulos, y dejé escapar lo que había estado guardando.
—Es que... son demasiadas razones. Son tantas que no sé por dónde empezar.
Alejandría me miró fijamente, esperando más, y continué, como si las palabras fluyeran solas.
—Es... es tan inteligente. Es impresionante la forma en que piensa. Cada palabra que dice tiene un propósito, no hay nada al azar en ella. Es más sabia de lo que muchos imaginan.
Suspiré, mirando nuevamente a Akira. Ella seguía ahí, riendo, disfrutando del momento, pero había algo en su energía que me hacía sentir que, aunque estuviera rodeada de gente, todo giraba alrededor de ella.
—Es... una buena persona. No necesita la aprobación de nadie. Su bondad es real, genuina. Lo da todo sin esperar nada a cambio, y eso... eso es algo que me desconcierta.
Alejandría no dijo nada. Solo me observaba, completamente en silencio, esperando. Respire hondo y seguí.
—Es fuerte. Tiene esa capacidad de mantenerse firme, de luchar por lo que quiere sin importar lo que piensen los demás. No hay nada que la haga retroceder.
Mi voz se quebró un poco, como si hubiera hablado demasiado rápido, pero las palabras seguían saliendo de mi boca, como si estuvieran fuera de mi control.
—Y... es hermosa. No solo por fuera. Sus ojos... esos ojos dorados... son tan profundos que te pierdes en ellos, como si pudieran leerlo todo.
Alejandría se quedó en silencio, observándome con una expresión casi curiosa.
—Y tiene una energía única, ¿sabes? Es como si... como si todo lo bueno en ella no pudiera evitar brillar.