Meses Antes.
Cuidad de México (México).
Casa Azul Alfaro'S.
Sábado.
10:45 A. M.
KALEL.
El sol brilla con fuerza, y el aire fresco del sábado parece perfecto para el día que llevo esperando toda la semana. Hoy es el día. El día en que finalmente vamos a pasar todo el fin de semana juntos. Después de tantas promesas rotas, por fin vamos a tener el tiempo que ambos necesitamos.
Estoy emocionado, ansioso, listo para hacer todo con ella. Sé que todo saldrá bien, porque mi novia y yo vamos a estar juntos. Nada nos detendrá.
Cuando llego a la puerta de la casa, la señora de limpieza me recibe con una sonrisa, pero algo en su rostro me parece extraño. Le pregunto por mi novia, y ella, algo evasiva, me dice que está en su habitación empacando.
Mi mente da un giro. ¿Empacando? Pensé que íbamos a salir, que íbamos a disfrutar de este fin de semana al máximo. La sonrisa se me desdibuja, pero trato de no darle importancia. Subo las escaleras, mi paso rápido, mi corazón acelerado. ¿Por qué empacando?
Entro en su habitación sin previo aviso, y allí está: Mi novia, con su maleta abierta, llenándola con ropa sin la más mínima preocupación.
— ¿Qué haces bonita? —Pregunto, mi voz algo rasposa.
Ella levanta la mirada por un momento, sin apresurarse, sin parecer sorprendida. Su calma, como siempre, me desconcierta más que cualquier otra cosa.
— Estoy empacando porque tengo que ir a Rusia, Kalel. Así que no podré quedarme este fin contigo.
Mi mente se queda en blanco. ¿Rusia? El fin de semana. Lo prometido.
— ¿Rusia? ¿Por qué no me habías dicho nada? — Mi voz empieza a temblar, pero intento mantenerme en control. Sé que Akira no tiene la culpa, pero esa maldita promesa rota me ahoga.
— Porque no sabía, apenas me enteré . Mi madre me lo pidió. Tengo que irme en una hora y media.— Su tono es sereno, sin ningún indicio de preocupación, como si fuera lo más natural del mundo.
Y ahí estoy yo, parado frente a ella, con la sensación de que el aire me falta.
Fingo estar bien, como siempre. Fingo que no me importa.
— Entonces, ¿no vamos a salir? ¿No…?— Mi voz se rompe al final. Mi cuerpo está tenso, y la calma que siempre he logrado mantener comienza a desmoronarse.
No puedo más.
No puedo más.
— ¡¿Por qué siempre es lo mismo?! ¡¿Me prometes algo y luego, simplemente, todo desaparece?! ¡¿Siempre tienes que hacer esto?!
Las palabras salen disparadas sin control. La rabia, la frustración, todo lo que he estado guardando estalla.
No quiero gritar, no quiero pelear, pero ya no puedo callarlo más. Y mientras me desahogo, veo su cara serena.
Siempre tan serena, siempre tan calma, mientras yo me estoy rompiendo.
Mi novia no se mueve. Solo me observa, en silencio. La mirada que me da es la misma de siempre: paciencia, comprensión, la calma que siempre me ofreció cuando más la necesitaba.
— Kalel…— Su voz es suave, casi imperceptible, como si estuviera midiendo cada palabra.— No quería que esto te pasara, pero te prometo que no es algo personal. Tengo que hacerlo. Mi familia necesita que lo haga.
Yo no puedo escuchar más excusas. Ya no puedo con esto. Siento el peso de su promesa rota aplastándome.
A pesar de que trato de que mi tono se mantenga controlado, mis palabras salen duras y frías.
— Siempre es lo mismo. Todo gira alrededor de ti, y yo soy el que tiene que esperar. Me prometiste un fin de semana, Akira. Algo que ni siquiera puedo tener.
El silencio se hace pesado entre los dos. Mis palabras flotan en el aire, llenas de dolor y frustración, pero en sus ojos no veo reproche. No veo enfado, ni tristeza. Veo comprensión.
La misma comprensión que me desarmaba cada vez que ella decidía ser tan perfecta, tan increíblemente comprensiva. Es como si ya lo supiera. Sabía lo que me pasaba, lo sabía todo.
Y entonces, sin decir una palabra, se acerca y me abraza. Un abrazo. Un abrazo que, inexplicablemente, me calma. Algo en mí se rompe por completo en ese momento. Sin esperarlo, sin quererlo, siento que la lucha se apaga. Siempre tiene ese poder sobre mí, y no entiendo por qué ni cómo. Pero me calma. La tensión en mi cuerpo desaparece poco a poco, y me dejo llevar.
No sé cuánto tiempo estamos así, pero, cuando se separa, las palabras salen solas, como si las necesitara más que nunca.
— Kalel... —Su voz es suave, pero algo en ella me hace detenerme.— No quiero seguir haciéndote daño… yo no soy lo que tú necesitas.
La mirada en sus ojos es seria, y aunque su tono está lleno de sinceridad, siento que esa frase significa más que solo un simple comentario.
— No digas eso bonita.
Me mira, su rostro tan cálido, tan lleno de comprensión, y, por un momento, sé que ninguno de los dos quiere admitir la verdad. La verdad de que nuestra relación no va a funcionar.
Pero ahí estamos, intentando hacerlo funcionar, aunque no sepamos si podemos.
Ella sonríe, pero no una sonrisa normal. Es una sonrisa seductora, coqueta, casi juguetona.
— Bueno, aunque no pueda quedarme, no significa que no debas de ir. —Sus palabras son ligeras, pero el tono con el que las dice me deja desconcertado. —¿O prefieres quedarte solo en tu casa sin hacer nada, en lugar de venir conmigo a Rusia?
Mi mente da un giro. ¿Rusia? ¿Cómo se le ocurre hacerme esa propuesta ahora? Estoy confundido, y no puedo evitarlo.
— No acepto, bonita. —Mi voz se llena de indignación.
—No voy a ir.— Pero su sonrisa crece, y puedo ver ese brillo en sus ojos.
Ella se acerca a mí, y su tono cambia a uno más suave, más juguetón, casi como si estuviera haciendo un juego.
— ¿No quieres venir? —Me dice de una forma tan seductora que me siento desarmado. —¿O no me quieres acompañar?
La forma en que me mira, como si apenas me conociera, me hace sentir incómodo, pero a la vez, me desarma. ¿Cómo puede ser tan... perfecta?