Actualidad.
Ciudad de México (México).
Sábado.
10:45 P. M.
El aire en la ciudad está pesado esta noche. Observo el reflejo de las luces de neón sobre el parabrisas del auto mientras mis dedos tamborilean contra el volante. Llevo días intentando apartarla de mi mente, pero la imagen de su rostro permanece grabada con una intensidad que me resulta irritante.
El mensaje llega sin remitente, con coordenadas precisas y una advertencia velada. No soy tonto. Sé lo que significa. Se supone que no debo interferir, que debo quedarme en mi lugar y permitir que todo ocurra sin inmutarme. Pero yo no soy alguien que se queda de brazos cruzados, y menos cuando ella está involucrada.
Maldición. ¿Cómo he llegado a esto?
Enciendo el motor y piso el acelerador. Mientras las calles pasan fugazmente a mi alrededor, mi mente trabaja frenéticamente. Su familia es la más influyente del país. Si alguien se ha atrevido a tocarla, o siquiera a pensar en hacerle daño, no son amateurs. Esto no es un simple secuestro por dinero. Hay algo más.
Aparco el coche a unas cuadras de la bodega señalada. Desde la distancia, observo la edificación oscura y aparentemente abandonada. No hay guardias visibles, lo que significa que confían demasiado en su anonimato o que es una trampa. Tomo un arma del compartimento del coche y salgo, asegurándome de que mi presencia pase desapercibida.
El sonido del metal crujiendo bajo mi peso mientras me deslizo por una ventana rota me hace contener el aliento. Avanzo con cautela entre las sombras, agudizando el oído hasta que percibo un murmullo al fondo. Voces apagadas. Una conversación tensa. Me acerco lo suficiente para ver sin ser detectado.
Está atada a una silla en el centro de la habitación. Su vestido de seda está arrugado y manchado, pero su expresión no muestra miedo, sino desafío. Incluso en esta situación, mantiene la compostura. Siento una mezcla de admiración y rabia.
—No tienes idea de con quién te metiste —Su voz es baja, cortante, como si en cualquier momento pudiera destrozar a sus captores con una sola mirada.
Uno de los hombres se inclina hacia ella con una sonrisa burlona.
—Oh, sí que lo sabemos. Y sabemos que vales más que cualquier fortuna. Pero no es dinero lo que queremos.
No necesito escuchar más. Levanto el arma y me muevo con rapidez, reduciendo a uno de los hombres antes de que pueda reaccionar. El otro gira, sacando su propia pistola, pero soy más rápido. Un disparo limpio. Silencio.
Me mira fijamente mientras corto sus ataduras. Sus ojos oscuros reflejan algo que no logro descifrar de inmediato.
—¿Así que también estás dentro de esto? —Dice, enderezando la postura con una dignidad que pocos podrían replicar en esta situación.
Dejo escapar un suspiro entre dientes, ocultando el alivio en mi tono sarcástico.
—Tendrás que perdonarme. No quería arruinar la sorpresa.
Ella esboza una sonrisa leve antes de levantarse. Sé en este instante que quien ha planeado esto no dejará las cosas así. Y también sé que, me guste o no, ya estoy demasiado involucrado en su mundo para dar marcha atrás.
Sacude su vestido con calma, como si lo sucedido fuera apenas un inconveniente menor. Me mira con ese brillo burlón en los ojos antes de soltar, con su habitual ironía:
—Hiciste muy mal en involucrarte con las personas que me hicieron esto. Ahora estás en su lista y en la de mi familia.
Frunzo el ceño, pero ella simplemente sonríe con diversión, como si la amenaza sobre mi vida fuera un simple juego. Maldita sea. No sé si me molesta más su actitud despreocupada o el hecho de que tenga razón.
—¿Sabes quiénes fueron? —Pregunto, bajando el arma y escaneando el lugar por si queda algún otro enemigo escondido.
Ladea la cabeza, pensativa.
—Varias ideas, pero todas son un problema, además que no es tan creíble —Admite. Luego me mira y añade con un deje de burla—. Aunque, considerando tu historial, no me sorprendería que esto también sea culpa tuya.
Ignoro el comentario y me concentro en salir de allí antes de que lleguen refuerzos. La tomo del brazo con firmeza, guiándola hacia la salida.
—Podemos discutir esto después. Ahora hay que irnos.
Ella se suelta con un tirón elegante y camina delante de mí, como si no acabara de estar secuestrada. Su seguridad me exaspera y me fascina al mismo tiempo. Mientras subimos al coche, sé que esta historia no ha terminado. En realidad, apenas ha comenzado.
—No voy a agradecerte si eso esperas porque en primer lugar estoy demasiado segura que tú tuviste algo que ver —Me aclara y claro que pensé que no me agradecería.
Es decir, es ella.
—Solo me mantuve al margen, pero no sabía que iban a hacer justo esto— Digo la verdad.
Aunque sabía que planeaban algo, no sabía qué era y por ningún momento se me pasó que harían algo así.
—Qué conveniente —Bufa— estabas enterado que harían algo, pero no qué, por favor, que te lo crea otro.
—Pues es la verdad. Si lo hubiera sabido créeme cuándo te digo que no hubiera dejado que ellos te atraparan, ni mucho menos te mantuvieran en este lugar.
El camino hacia mi departamento transcurre en silencio. Ella observa la ciudad a través de la ventana, su expresión inescrutable. Sé que está analizando cada detalle de lo que ha ocurrido, atando cabos. Es irritante lo rápido que procesa todo.
De pronto, rompe el silencio.
—¿Dónde está él?
Tenso las manos sobre el volante. Sé a quién se refiere, pero no tengo la menor idea de su paradero.
—No lo sé —Respondo con honestidad.
Gira la cabeza lentamente para mirarme, su expresión gélida.
—Búscalo —Ordena con voz firme—. Encuéntralo. De lo contrario, tú vas a pagar por todo esto.
Aprieto la mandíbula y suelto un bufido incrédulo.
—No tuve nada que ver con esto.
—¿Y por qué debería creerte? —Arquea una ceja, desafiándome.
La miro de reojo, intentando contener mi frustración.