Sangre Azul, Corazones Rotos.

Capítulo 20:“¿Te estás sonrojando otra vez?”.

Actualidad.

Lugar desconocido.

Hora desconocida.

VITTORIO.

No sé cuánto tiempo ha pasado. Minutos, horas... días, tal vez. La noción del tiempo se volvió líquida. Irónica palabra. Líquida. Como la sangre en mi boca. Como la que chorrea en algún punto detrás de mi oreja. Como la que siento enfriándose en mi camiseta.

O como el agua.

El agua que vuelve.

Splash.

El balde choca contra mi cara. No lo veo venir, no lo escucho. Solo lo siento. Fría. Brutal. Como un latigazo que me arranca de donde sea que estaba.

Me ahogo. Tos. Arcadas. El aire duele al entrar. Me retuerzo. El cuerpo responde con espasmos que ya no controlo del todo.

—¿Estás con nosotros, príncipe? —Ríe una voz que no reconozco. O tal vez sí. No estoy seguro. No estoy seguro de nada.

Trato de abrir los ojos, pero solo uno coopera. El otro es una piedra sellada por la hinchazón. Veo manchas. Luces filtrándose por un lugar que huele a óxido, sudor y mugre vieja.

Estoy atado. Eso sí lo sé.

Muñecas. Tobillos. Dolor en cada músculo, como si cada uno hubiera sido recordado a golpes. Quizá lo fue.

Cada hora, dijeron. Cada hora vendrán. Para que no duerma. Para que no escape. Para que no olvide.

No sé qué quieren. O sí. Pero no me importa. Porque no es eso lo que me duele más.

Lo que duele... es que nadie venga.
Lo que duele es ella.

Akira.

¿Pensará en mí?

¿Sabrá que estoy aquí?

¿Le importa?

La imagen de ella me llega como una llamarada en medio del delirio. La veo con ese vestido negro. La gala. La música. Su sonrisa... pero no para mí. Nunca para mí.

¿Dónde estás, Akira?

Me arde el pecho. No sé si es fiebre o angustia o ambas. Estoy hablando en voz alta, creo. O soñando. ¿Estoy soñando?

—... kira... —Mi voz suena como papel mojado. No sirve de nada.

—Tranquilo príncipe, ya que tú estas soportando tanto, a ella aún no la hemos tocado—Escucho la voz del asqueroso tipo.

—Maiale, ec..co cosa s-ei, un maia-le—Logró decir.

Una bota me cruza la cara. Otro golpe. Otro instante de conciencia robada.

—¡¿Qué te hemos dicho de que hables en otro maldito idioma príncipe?! —Siento el golpe otra vez en las costillas.

¿Se puede romper aún más algo que ya está roto?

Vuelvo a irme. Me hundo otra vez en ese lugar donde no hay tiempo, ni espacio, ni cuerpo. Solo pensamientos flotando entre el dolor.

Solo ella. Siempre ella.

Y yo…..siempre tarde.
Siempre invisible.

El cuerpo humano se acostumbra a todo.
O eso dicen.

Mentira.

Esto... esto no es acostumbrarse.

Esto es sobrevivir.

Esto es el infierno con nombre y apellido.

No sé cuántos días van. Cinco. Seis. Quizá más. Pero lo sé porque al principio contaba los baldes de agua. Cada hora. Como si fueran campanadas. Al principio sentía rabia. Después miedo. Ahora solo siento frío. Un frío que me habita por dentro, como si en vez de sangre me corriera hielo sucio por las venas.

Mi boca está seca. La lengua pegada al paladar como papel quemado. Me pasaron la esponja hace rato... o hace días. No sé. Solo recuerdo que olía a algo podrido. Que sabía a metal. Que me rozaron los labios con asco, como si ya no fuera un chico, como si fuera un animal enfermo.

Tengo hambre. Pero no de comida. Tengo hambre de oxígeno.

Respiro con dificultad. Las costillas… algo está mal ahí.

Lo sé.

No hace falta ser doctor para saber que no puedo llenar los pulmones. Que hay una punzada constante cuando trato de inhalar un poco más. Algo se rompió. Algo se hundió.

Y la mugre. Dios... huelo a encierro, a sangre seca, a mi propia orina.

Me duele todo. Hasta lo que no sabía que tenía.

Mis ojos… cerrados por naturaleza ahora. Hinchados. Reventados. Uno de los tipos que me pega —el más sádico— lo dijo con burla:

—Tres veces ya, eh. Como los boxeadores, campeón.

—Por lo menos aguantas cómo los machos —Se burlan de mí.

—Creí que los italianos eran más débiles, eran menos hombres —Me tocan la cara con fuerza.

Tres cortes con algo filoso para drenar la sangre, para que pudiera ver. Qué ironía. Solo para que pudiera seguir viéndolos cuando se turnan para golpearme.
Lo hicieron para que no me escapara en mi propia oscuridad.

Y funcionó. Porque los veo. Siempre los veo.

A veces pienso en ella.

A veces desearía no hacerlo.

Pero mi mente la busca como quien busca consuelo en una canción vieja. Akira. Mi faro, incluso cuando me ignora. Incluso cuando ya no me mira.

Pienso en si se enteró.

En si alguien preguntó por mí.

En si alguien se dio cuenta de que desaparecí.

Nadie viene.

Nadie llega.

Quizá no me busquen. Quizá no les importe.
Quizá...

No. No puedo seguir pensando. Me va a consumir.

El agua llega otra vez. Esta vez más fría. Más violenta. Me revuelco con lo poco que puedo mover. Me dan arcadas. Escupo sangre vieja. La siento resbalar por la comisura de mi boca.

Escucho risas. Siento el metal del balde arrastrarse por el suelo.

No puedo más.

De verdad.

No puedo más.

Y si muero aquí… que al menos alguien sepa cómo dolió.

—¿Cuánto más piensas aguantar príncipe? —Me dan un golpe en la cara con fuerza.

Ese golpe me marea, pero el dolor ya no llega, ya ni siento algo.

—Ya estamos un poco hartos de ti —Me obligan a mantenerme firme.

—Queremos jugar con tu cadáver, pero sigues resistiendo, tal vez por eso te dejemos morir sin dolor —Se burlan en mi cara y me golpean otra vez.

Otra tanda de golpes, ya no sé sí voy a resistir, ya no podré.

Siento los golpes, las patadas, los puñetazos por un largo tiempo. Siempre me han golpeado hasta cansarse y tal vez lo hicieron, porque ya no los siento.

Creo que están tan cansados para seguir. Solo escucho la puerta cerrarse y siento un vacío otra vez.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.