Años Antes.
Cuidad de México (México).
Casa Rubs.
Miércoles.
11:45 A. M.
KAIDA (5 años).
Hoy me desperté y el sol estaba dorado-dorado, así que supe que era un día para usar mi tutú rosa. Tengo muchos gracias a papi, pero este es el que gira más bonito. También me puse mi corona número uno, la de las mañanas. Es de plástico, porque si me pongo mis otras coronas me lastiman, papi me las ha comprado, dice que están bañadas en oro y tiene muchas piedras bonitas, pero debo usar las que me ha comprado qué son de plástico para no lastimarme la cabeza, aunque brilla si le da el sol justo cuando giro. Y yo sé girar muy rápido.
Thiago estaba en el sillón. Siempre está ahí. Dice que está “descansando”, pero yo creo que está esperando que le diga algo interesante. Así que le conté que hoy venía Vespita y que íbamos a ser princesas piratas del espacio. Pero él solo dijo “Ajá”.
Entonces vi su corona. Papi también le compra a él porque dice que es un príncipe, puff, ¿Quién quiere ser un príncipe? Yo por supuesto que soy una reina. La compra de Thiago esta muy bonita, pero a mi me quedaría mucho mejor.
—¡Dámela! ¡Soy la reina del jardín!
Y él dijo que no, que ya tenía una. ¡Pero no entiende nada! No se puede tener solo una corona. ¿Y si llega una visita? ¿Y si te ensucias una? ¿Y si Vesper viene y la mía no brilla lo suficiente?
Así que corrí. Corrí rápido. Me subí al sillón, se la quité (con delicadeza, obvio), y bajé de un brinco como una ninja elegante. Papi me vio y dijo:
—¿Quién te enseñó a hablar tanto?
Y yo le dije que yo solita. Porque es verdad. Y también mami dice que tengo talento y que puedo ser lo que quiera. Reina, presidenta, astronauta con vestido, bailarina de fuego... Lo que sea.
¡Y justo cuando estaba practicando mi reverencia elegante… sonó el timbre!
—¡VESPITAAAA! —Grité, porque si no lo gritás, no es verdadero.
Y ví cómo Luis iba a abrirle la puerta, Luis es un señor que parece un abuelito, me cae muy bien. Ahí está ella. Mi mejor amiga del mundo mundial, con sus trenzas lindas y su mochila de osito. Me abrazó fuerte. Nos abrazamos fuerte siempre. Porque somos mejores amigas desde que éramos bebés, y eso no se rompe ni con dragones.
—¿Trajiste tu capa? —Le pregunté.
—¡Sí! —Dijo ella, sonriendo.
Y entonces supe que era el mejor día. Porque estaba con mi corona número tres, mi tutú que gira y Vesper. Y cuando estoy con Vesper, todo es más bonito.
Después del abrazo, agarré a Vesper de la mano y la llevé corriendo al jardín.
—Hoy vamos a ser las reinas piratas del espacio mágico, ¿ok?
—¿Pero por qué piratas y reinas? —Preguntó Vesper, con la ceja levantada como siempre que duda.
—¡Porque las piratas roban cosas! Pero nosotras solo vamos a robar coronas, dulces y galaxias enteras. ¡Y también podemos hacer que los unicornios vuelen con cohetes! —Le dije, sin respirar.
Ella frunció la boca.
—No sé si los unicornios necesitan cohetes…
—¡Claro que sí! Porque si el espacio es gigante, se cansan. ¿Te imaginas un unicornio cansado? Sería como... un caballo con brillos triste. No puede pasar. Además, yo ya inventé los cohetes de glitter. Están detrás de la maceta azul, pero no los toques que aún están “en construcción” —Le hice comillas con los deditos, como hacen los adultos.
—¿Y por qué tú tienes coronas y yo ninguna? —Vesper me miró con cara seria.
Me reí bajito, como las reinas misteriosas.
—Porque yo soy Kaida. Soy la reina del jardín, del pasillo, de la cocina y del mundo. Pero tú puedes ser mi consejera mágica. O la generala de los caballitos de vapor. O la presidenta de las nubes.
—¿Y qué hace una presidenta de las nubes? —insistió.
—¡Uuuy, muchas cosas! Como decidir qué forma van a tener las nubes hoy. Si una va a parecer un gato, otra un sandwich o una conejita bailarina. Y también tienes que decir cuándo llueve. Pero solo los martes. Porque los martes son aburridos.
—¿Y si llueve el viernes?
—¡Ah! Eso lo decido yo. Porque soy la reina.
Vesper me miró con los ojos grandes, como si estuviera procesando todo. Ya estaba mareada. Lo sabía. Porque cuando hablo mucho y muy rápido, los adultos dicen “ay, Kaida, ya, respira, hija”. Pero yo no me canso. Nunca.
—¿Y puedo tener una corona? —Preguntó al fin.
Me la quedé viendo.
—Te puedo prestar la de desayuno, pero solo si prometes no convertirla en cohete.
Ella suspiró.
—Está bien… pero solo si yo decido la forma de las nubes hoy.
La miré un segundo. Luego asentí, seria como en las películas.
—Trato hecho. Pero que haya una conejita bailarina. Eso no se negocia.
Y así, nos pusimos a jugar. Yo mandaba, claro, pero Vesper siempre me cuestionaba todo. Y eso me gusta. Porque si no, ¿a quién le explico mis ideas?
Aunque a veces, cuando termino de hablar, Vesper se queda callada, como si se hubiera ido a otro planeta.
—¿Vespita? —Le digo.
—Estoy pensando… creo.
Y yo solo sonrío, porque seguro está pensando en cohetes de glitter. O en unicornios tristes. O en coronas que brillan sin sol. O en mí, que soy su mejor amiga desde siempre. Y siempre lo seré.
Aunque yo mande.
Siempre.
Estábamos organizando nuestro reino-galaxia-jardín cuando Vesper agarró una ramita y la clavó en el suelo.
—Esto es una torre de vigilancia. Aquí mando yo —Dijo, cruzada de brazos.
—¿Quéeee? —Me paré con las manos en la cintura, haciendo mi mejor pose de reina ofendida—. ¡Vespita, tú eres la presidenta de las nubes! ¡No puedes mandar en la torre! Eso va en mis terrenos.
—Pero si es torre de vigilancia, necesito ver todo. ¡Y no me puedo quedar sentada en las nubes mientras tú decides todo!
—¡Pero es mi juego!
—¡Pero estamos jugando las dos! —Vesper alzó la voz, cosa que casi nunca hacía. Me sorprendí un poco.
Me crucé de brazos también. Nos quedamos así, las dos mirándonos muy serias, como si estuviéramos en una película donde alguien iba a decir “¡guerra!”.