Actualidad.
Cuidad de México (México).
Residencia Azul Alfaro'S.
Cancha de tennis.
Viernes.
5:00 P. M.
ALEJANDRÍA.
La pelota cruza la red.
Otra vez.
Revienta contra la línea.
Otra vez.
Pero no se va el maldito enojo.
Otra vez.
Estoy en la cancha desde hace más de una hora. Mis brazos duelen, la camiseta está empapada y tengo tanto coraje que cada vez que la raqueta toca la bola, siento que podría partirla en dos.
No a la raqueta.
A ella.
A la bola.
O a esa maldita situación que me tiene así.
—¿Otra vez te estás descargando con las pelotas, drama queen? —Escucho la voz de Alejandro desde la grada.
No contesto.
Otra pelota.
Smash.
Fuerte.
Preciso.
Otra pelota que no tiene la culpa de nada, pero se lleva el peso de lo que tengo dentro.
—¿Qué te hizo ahora? ¿Te respiró muy cerca? ¿No te miró como esperabas? —Akira. Cómo no. Siempre sabe cuándo venir a burlarse. Perfecto, justo lo que necesito.
—No se metan. —Mi voz sale más ronca de lo que pensaba.
—Ay, está en sus días —Dice Alejandro, y los dos se ríen como si esto fuera un maldito circo.
Pero no puedo más.
Lanzo la raqueta contra el suelo.
Rebota.
Gira.
Cae con un ruido seco.
—¡Claro! ¡¿Sabes lo que se siente ver cómo le sonríe así a otro?! ¡Cómo lo mira como si yo no hubiera estado ahí, como si lo que pasó no significara nada!
Silencio.
Al fin.
No se ríen.
Pero tampoco dicen nada.
Así que sigo.
—Estoy harto. Harto de sobrepensar. Harto de fingir que no me afecta. ¡Sí me afecta! Me afecta tanto que tengo que venir a romper pelotas a las cinco de la tarde para no ir a buscarlo y partirle la cara.
Akira cruza los brazos.
Alejandro se sienta como si esperara las palomitas.
—¿Y si lo partes? ¿Después qué? ¿Te aplaudimos? —Responde ella, seca.
—¿Y si dejas de hacerte el mártir? —Añade Alejandro—. Mira, Alejandría, si vas a enamorarte de alguien que coquetea con todo lo que respira, al menos hazlo con estilo. Porque ahora pareces protagonista de novela de bajo presupuesto.
—¡No estoy enamorado! —Grito, aunque sé que sí. Maldita sea, sí.
—Claro —Dice Akira, sin creerse una palabra—. Entonces solo estás furioso porque ella que no te importa le habló bonito a otro. Muy lógico.
Lanzo una pelota sin mirar.
Rebota en la malla.
No pasa al otro lado.
Como yo.
Atascado.
Sin poder seguir.
—Es que no es solo eso —Murmuro, más bajo esta vez—. Es que... me sentí invisible.
Los dos callan.
Un segundo.
Luego Alejandro se levanta y se acerca, su tono más suave ahora.
—Eso sí no te lo acepto. Tú no eres invisible, Alejandría. Eres un maldito sol con exceso de ego y una boca enorme, pero invisible no. Solo estás... perdiendo contra ti mismo.
Y eso duele más que cualquier cosa.
Porque es cierto.
Akira también se acerca, cruzando la cancha con elegancia como si estuviera en una pasarela y no en medio de mis miserias.
—Además —Dice—, si quieres que te vea, hazte ver. Pero no mendigues. Tú no eres de esos. Haz que se arrepienta.
Y por un segundo, dejo de querer patear cosas. Solo un segundo.
—¿Y si no se arrepiente?
—Entonces ya vendrá alguien mejor. O nadie. Pero no vas a dejar de brillar, drama queen —Responde Akira, sonriendo.
Me echo al suelo. Boca arriba. Sudado. Molesto. Pero un poco menos solo.
—Igual, se ve que estás enamorado —Dice Alejandro, tirándome una toalla.
—Shut up.
—¿Te vas a bañar o vas a seguir llorando con olor a tenis?
—Shut the fuck up.
—Yo lo vi primero —Bromea Akira, riéndose.
Creí que descargarlo todo me iba a dejar más tranquilo.
Mentira.
El coraje no se va. El pensamiento no se detiene. La imagen de ella riéndose con él sigue metida en mi cabeza como si fuera un tatuaje reciente: duele, escuece, arde.
—¿Vas a seguir pegándole a las pelotas como si fueran sus sentimientos? —Pregunta Alejandro desde la sombra del banco, riéndose con esa voz molesta de siempre.
—¿Sabías que quemas más calorías cuando entrenas con el corazón roto? —Suelta Akira con tono de experta en drama.
Otra risa.
No contesto.
Porque si abro la boca, voy a decir algo peor.
Pelota al aire.
Revés.
Drive.
Slice.
Smash.
Pero no logro concentrarme.
Su risa me retumba en el pecho. Su expresión, su tono. Su maldito “no es lo que parece”.
¿Entonces qué es?
—¿Y si en realidad le gustaba ese otro desde antes? —Murmuro sin querer.
—¿Otra vez eso? —Suspira Alejandro—. Hermano, basta. Estás haciendo que me duela el alma de tanto verte sufrir, llama a Vittorio y dile que te lea poesía.
Akira ríe.
—¡Shut up!
Smash.
Smash.
Otro más.
Y ahí pasa.
CRACK.
La raqueta cede.
Pero esta vez no cae.
La aprieto tan fuerte que el marco roto me roza la palma.
Y duele.
Un corte.
Fino, inmediato, profundo.
Siento la sangre antes de verla.
Una línea roja perfecta cruzando la base de mi mano.
—¡Mierda!
—¿Qué hiciste? —Pregunta Akira, ya más seria.
Lanzo el pedazo de raqueta con la otra mano y miro la sangre.
Me quema.
—Ni eso puedo hacer bien, ¿no? Ni siquiera romper algo sin herirme —Escupo las palabras con rabia.
Alejandro se acerca con una botella de agua y la tira encima de la herida sin avisar. Arde.
—¡Au! ¿Estás loco?
—No tanto como tú. ¿Te cortas por ella? ¿Qué es lo siguiente, escribirle un poema con sangre?
Me paro, mirando la red.
Respiro por la nariz.
Una.
Dos veces.
Y entonces sale.
Sale todo.
Con voz.
Con rabia.
Con todo lo que no he dicho.
—¡Yo soy mejor que él! ¡Mejor en TODO! Soy más rápido, más listo, más intenso, más guapo, más lindo, inteligente, trabajador, chistoso, carismático, amable, amigable, auténtico, increíble, simpático, perfecto, inigualable, único, y tengo muchísimo más dinero que él. Maldita sea, más que toda su maldita familia. Le compraría todo el mundo si me lo pide. Todo. Sé escucharla, sé cómo hacerla reír, sé qué odia, qué le gusta. Sé qué café toma por las mañanas, y que cuando se calla no es porque no tenga nada que decir, sino porque va a decir alguna cosa sin sentido. ¡Yo sé esas cosas! ¡Él no! ¡Él ni la conoce!