Sangre Azul, Corazones Rotos.

Capítulo 24: “¿A él? ¿Y el otro?”.

Años Antes.

Cuidad de México (México).

Residencia Curiel.

Martes.

4:04 P. M.

VESPER (5 años).

Yo quiero un perrito. Uno chiquito, con orejas grandotas y ojos redondos que parecían entenderlo todo. Lo vi en una tienda de camino a la casa, cuando la señora Lucrecia me llevó por una ruta diferente porque la calle de siempre estaba cerrada.

El perrito estaba detrás del vidrio, temblando un poquito, como si también tuviera frío.

Lo miré.

Me miró.

Y supe que tenía que ser mío.

Cuándo bajé del auto, corrí al despacho donde mi papá siempre habla por teléfono con cara de que el mundo se iba a acabar.

—¡Papá! ¡Papá! ¡Quiero un perrito! Uno chiquito, que cabe en mis brazos. Tiene orejotas y—

—Ahora no, Vesper. Estoy en una llamada. Dile a Rosario que te dé una galleta —Dijo sin mirarme, con la mano levantada como una muralla.

Subí corriendo al cuarto donde mamá tecleaba rápido en la computadora.

—Mamá, vi un perrito. Era perfecto. Si lo ves, te va a gustar. Es—

—Luego, mi amor. Mami tiene una junta muy importante. Habla con Matilde si necesitas algo, ¿sí? —Me respondió, con una sonrisa de esas que parecen un dibujo.

Matilde me preguntó si quería chocolate caliente.

Le dije que no.

Me fui a mi cuarto, abrazando fuerte mi osito. Le dije que no lo iba a cambiar por un perro, que él siempre sería mi favorito. Pero el osito no tiene lengua rosada ni mueve la cola cuando me ve.

Fue Josh el que me encontró sentada en el alféizar de la ventana, con la cara apretada y los pies colgando.

—¿Y ahora qué hiciste, Vespera? —Me dijo, aunque él siempre me llama así con cariño.

—Nada. Solo quiero un perrito, pero a nadie le importa. Todos están ocupados.

Josh no dijo nada al principio. Solo se sentó a mi lado y me dio un empujoncito suave con el hombro.

—Yo te lo compró si pudiera. Uno que sea igualito al de la tienda. Con orejas más grandes que tú.

—¿Sí?

—Sí. Y le pondríamos un nombre tonto como "Capitán Fideos" o algo peor.

Me reí bajito. Josh siempre hace eso: me regala risas cuando el mundo se siente frío.

Me imagine que el perrito entraba a casa solo, se subía a mi cama y se dormía pegado a mi estómago.

En la noche, Rosario me peina como siempre, con la raya a la mitad, y bajamos a cenar. La mesa era larga, con demasiados cubiertos para una sopa y un pedazo de carne que siempre sabe igual. Me senté en mi lugar de siempre, al lado de Josh, aunque él apenas miraba su plato.

Papá tenía un auricular metido en la oreja y estaba hablando en inglés con alguien que se reía mucho del otro lado.

Mamá está con la laptop abierta, con ese brillo azul que le pintaba la cara como un fantasma. A veces asentía sola, como si alguien la escuchara en su cabeza.

Josh tenía el iPad, está viendo un video donde explotaban cosas en cámara lenta. Yo estoy mirando la sopa. No tengo ganas, pero igual le doy vuemta con la cuchara para que piensen que estoy comiendo.

—Hoy... hoy vi un perrito —Dije, en voz bajita al principio.

Nadie dijo nada. Solo el “click click click” del teclado de mamá.

Me enderecé un poquito. Lo intenté otra vez.

—Era chiquito, con orejotas. Estaba en una tienda con moñito azul. Y creo que me miró. En serio. Como si... como si me estuviera esperando.

Papá se sirvió agua sin mirarme. Mamá dijo “ajá” a su computadora. Josh sonrió, pero no era por mí, sino por su video.

—Y le puse nombre. En mi cabeza. Se llama “Toto”. Como el de la película vieja. Pero más bonito. Y... y si me lo dan, yo le enseñaría a correr en círculos y a traer los calcetines. Podríamos hacer eso, ¿no? Tal vez podríamos—

—Vesper —Dijo mamá sin levantar la mirada—. ¿Terminaste de comer? No hables con la boca llena.

—No tengo comida en la boca —Susurré. Pero igual me callé.

El iPad de Josh soltó un ruido fuerte. Se rió. Mamá tecleó más rápido. Papá dijo algo como “I'll call you back”.

Yo solo quiero contar cómo había sido mi día. Lo de la mariposa que se metió en mi cuarto. Lo del dibujo que hice en clase, de mí con Toto en el parque.

Nadie lo ha visto.

Lo tengo guardado debajo de mi almohada.

Terminé la sopa sin sabor.

Me imaginé que era comida de perrito. Que Toto estaba en mis piernas, esperando que le diera un poco. Y entonces sonreí sola, solo un poquito.

A veces, una se inventa mundos donde las cosas son mejores. Donde un perrito sí te escucha. Donde tu voz no rebota en las paredes. Donde alguien mira, y se queda.

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Cuidad de México (México).

Residencia Curiel.

Miércoles.

9:10 A. M.

Me desperté con un poquito de ilusión. Soñé con Toto, me seguía hasta el jardín. Se sentaba encima de mi, calladito, como si fuera parte del jardín. Hasta el señor que corta el arbolito bebé. Era un buen sueño.

Baje al comedor, Matilde me sirvió espagueti verde. Mi favorito. Lo puso en mi plato con esa sonrisa suya que sí parece de verdad.

—Lo preparé especialmente para ti, mi niña —Dijo, y me acarició el cabello con sus manos de harina.

—¡Gracias, Mati! ¡Eres la mejor! —Le dije, y me senté feliz, moviendo los pies en el aire.

Es el día en que no comíamos todos juntos. Solo mamá y papá están en sus lugares, con sus computadoras abiertas frente a sus platos. Papá habla bajito por teléfono. Mamá escribe sin parar.

Me comí un bocado grande y levanté la vista con emoción. Tenía un plan: si hablaba claro y con palabras importantes, como las que usan ellos, seguro me iban a escuchar.

—Papá. Mamá —Dije, con la voz un poco más firme—. Yo sé que tener un perrito es una responsabilidad. Pero yo ya soy grande. Puedo darle de comer, bañarlo, sacarlo a pasear. Lo prometo. En serio.

Mamá tecleó más rápido.

Papá dijo:

—Claro, cariño —Pero no lo dijo para mí. Lo dijo al teléfono.




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