Meses Antes.
Ciudad de México (México).
Casa Borbón.
Viernes.
4:00 A. M.
NOAH.
—Joven Noah—
Siento cómo mi cama se hunde y el roce de una mano en mi frente.
—Mmm… —Suelto un quejido. Ahora mismo solo quiero seguir durmiendo, no conversar con nadie.
—Joven Noah… —Insisten de nuevo.
No estoy para atender a nadie.
Tomo mi edredón y me envuelvo en él como un taquito. ¿Desde cuándo hace tanto frío?
—Joven Noah- Por amor a Yisus, ¿así le rogaría a su ex o qué?
—Por la Virgen… —Me quito el edredón de la cara y el antifaz—. ¿Está temblando o por qué me despiertas?
—Disculpe que lo levante —Me dice una joven a la que jamás he visto, aunque supongo que es del servicio porque lleva el uniforme—, pero me mandaron a despertarlo porque es hora de su pastilla.
—Por la Virgen… —Bendito sea el comienzo de este día—. Dámela, por favor.
Me acomodo en la cama. No quiero morir ahogado por una pastilla.
Extiendo la mano esperando el medicamento. Cuando me lo dan, tomo el agua y la trago de inmediato. Que me traten como un enfermo solo porque debo tomar una pastilla para la alergia me irrita.
Cuando la chica se va, me estiro un poco antes de levantarme. Con este frío, salir de la cama es casi un sacrificio, pero ya estoy despierto..
Camino descalzo hasta el baño, sintiendo el frío del mármol en los pies.
Abro la regadera y espero a que el agua se caliente. Me observo en el espejo mientras me deshago de la pijama. Ojeras, una creciente barba… un desastre total. Suspiro y entro a la ducha, dejando que el agua caliente relaje mis músculos.
Después de un rato, salgo envuelto en una toalla. El vapor llena el baño, y me limpio el espejo con la mano para poder verme mejor. Apenas estoy secándome el cuerpo cuando escucho movimiento en mi habitación.
—Joven Noah, le dejamos su uniforme en la cama —Anuncia una de las chicas del servicio desde la puerta.
—Gracias —Respondo, aunque sé que ya se han ido antes de escucharme.
Camino hasta la cama y ahí está mi uniforme, perfectamente acomodado: pantalón de vestir, camisa blanca impecable, saco, corbata… lo mismo de siempre. Me visto sin prisa, abrochando cada botón con calma.
Cuando termino, me dirijo a mi tocador, donde está la verdadera decisión del día: ¿qué sombrero usar? Tengo varios, todos alineados perfectamente en el estante. Tomo uno y me lo pruebo frente al espejo.
—Demasiado formal. Parezco un banquero de 1800…
Lo dejo en su lugar y pruebo otro.
—Este es demasiado casual. No quiero parecer turista en mi propia ciudad.
Me cruzo de brazos, analizando las opciones. Finalmente, tomo uno de mis favoritos: un elegante sombrero negro con detalles sutiles. Me lo coloco y sonrío al verme en el espejo.
—Perfecto.
Tomo mi bolso y salgo de la habitación, listo para enfrentar el día.
El aroma a café y pan recién horneado inunda el pasillo mientras bajo las escaleras con calma. El comedor de mi casa es amplio, con grandes ventanales que dejan entrar la luz de la mañana, aunque a esta hora todavía hay un aire frío en el ambiente.
Cuando entro, mis abuelos ya están en la mesa. Mi abuelo, con su elegante bata de dormir y gafas en la punta de la nariz, lee el periódico con la misma seriedad de siempre. Mi abuela, impecable como de costumbre, está revolviendo su té con delicadeza.
—Buenos días, Noah —Me saluda mi abuela con una sonrisa cálida—. ¿Dormiste bien?
—No lo suficiente —Respondo con un suspiro, sentándome frente a ellos—. Me despertaron demasiado temprano.
—Es por tu pastilla, cariño —Me recuerda ella, con ese tono dulce que usa cada vez que quiere convencerme de que algo es por mi bien—. No queremos que te olvides.
—Ya, ya lo sé…
Antes de que pueda decir más, una de las muchachas del servicio se acerca y me sirve un café exactamente como me gusta: negro, fuerte y sin azúcar. A los pocos segundos, otro plato aparece frente a mí, con huevos, pan tostado, frutas perfectamente cortadas y hasta un pequeño bol con miel.
—¿No es demasiado? —Pregunto, mirando la cantidad de comida.
—¡Por supuesto que no! —Responde mi abuelo, dejando el periódico a un lado—. Eres un muchacho en crecimiento. Debes comer bien.
—Además, eres nuestro único nieto, querido —Agrega mi abuela con cariño—. No podemos permitir que pases hambre.
Tomo el café y doy un sorbo mientras ellos me observan con orgullo. Desde que tengo memoria, siempre han sido así: atentos, protectores… y un poco exagerados.
—Deberíamos pedirle a la cocinera que te haga algo especial para la cena —Dice mi abuela, como si fuera la mejor idea del mundo—. ¿Qué se te antoja, cariño?
—Está bien, abuela, cualquier cosa estará bien —Respondo con una leve sonrisa. Sé que, aunque diga que no es necesario, igual lo harán.
Mi abuelo asiente y vuelve a su lectura, mientras mi abuela me observa como si quisiera decir algo más. Finalmente, suspira y me da una mirada tierna.
—Eres tan parecido a tu madre cuando tenía tu edad…
Bajo la vista a mi plato. No sé qué responder a eso, así que simplemente sigo comiendo.
El desayuno transcurre entre charlas ligeras y más intentos de mis abuelos por asegurarse de que estoy bien. Cuando termino, me levanto, ajusto mi sombrero y beso la mejilla de mi abuela antes de despedirme.
—Byeeee.
—Ten un buen día, querido —Dice ella, con una expresión llena de ternura.
—Y compórtate —Añade mi abuelo con seriedad, aunque sus ojos reflejan su habitual orgullo.
—Maybe haga un desastre descomunal —Respondo con una sonrisa antes de salir.
Cuando salgo, el auto ya está esperando en la entrada. Mi chofer, el señor Bernal, me abre la puerta trasera con su formalidad de siempre.
—Buenos días, joven Noah.
—Buenos días, Bernal.
Subo al auto y me acomodo, ajustando mi sombrero mientras el vehículo se pone en marcha. Apenas hemos avanzado unas cuadras cuando mi teléfono vibra en el bolsillo de mi saco. Miro la pantalla: Odessa.