Meses Antes.
Cuidad de México (México).
Club Golden Blood.
Sábado.
9:30 A. M.
NOAH.
Sábado. Nueve y media de la mañana. Y aunque cualquiera juraría que eso es demasiado temprano para un grupo de adolescentes, ahí estábamos: todos juntos, en la terraza del club, rodeados de palmeras, croissants, café y decisiones cuestionables.
—¿Entonces sí o no? —Pregunta Kaida, agitando una fresa en el aire como si eso fuera clave para cerrar el trato—. Fiesta en casa de V, como siempre.
—¿Cuándo hemos dicho que no a eso? —Responde Vesper, con esa media sonrisa suya que la hace parecer que ya está conspirando algo.
Yo, mientras tanto, me concentro en servirme jugo de naranja. Mentira. Estoy observando cómo Akira corta con precisión quirúrgica su tostada con aguacate, como si en eso se le fuera la vida. Ni siquiera es su brunch lo que impresiona, sino cómo logra parecer dueña del mundo desde una simple silla acolchada.
—No hay nada que organizar —Dice Akira, sin levantar la vista—. Ya sabemos que Vittorio va a decir que sí. Lo hace cada sábado. Lo necesita para mantener su estatus de alma caritativa con buena propiedad y peor juicio.
Vittorio ni siquiera se molesta en negarlo. Levanta una ceja y sigue comiendo, con la compostura de alguien que está acostumbrado a que su mansión sirva de epicentro para decisiones apresuradas y desastres sociales.
—Lo hago por ustedes —Dice al fin, dándose aires de mártir—. Y porque tengo piscina, cava llena y nada de supervisión parental.
—Lo haces porque te encanta verte rodeado de gente guapa con peores ideas que tú —Le espeto, antes de darle un sorbo a mi mimosa. No es que tengamos permiso para tomar, pero en el club todos fingen que sí.
Alejandría y Alejandro están compartiendo un muffin, porque claro, son así de irritantes. Él le quita las pasas con cuidado; él otro le da un codazo cuando lo ve. Nada nuevo.
—¿Quién va a invitar al resto? —Pregunta Odessa, mientras revuelve su latte con aire distraído. No se refiere a nosotros, sino al círculo extendido: los desconocidos cool que siempre aparecen como si alguien les hubiera enviado una invitación secreta.
—Yo no. —Dice Kalel, y todos lo ignoramos.
—Yo tampoco —Dice Odessa, igual de ignorada.
—Eso nos deja a mí —Resoplo—. El sin familia, el sin reglas, el sin filtro. No sé si reír o llorar.
—Reír, definitivamente —Responde Kaida, pasándome su celular—. Ya hice una lista. Solo tienes que enviar el mensaje. Mira qué eficientes somos cuando no dormimos.
—¿Y la temática? —Pregunta Alejandría, con la boca llena—. Porque si no hay temática, no pienso ir.
—¿Desde cuándo tú necesitas un pretexto para aparecer con brillo en la cara y sin camisa? —Le lanza Vesper, y el grupo estalla en carcajadas.
Aleksander no ha dicho nada. Está en una esquina, con su café negro y su cara de “ojalá nadie me hablara nunca”. Miro hacia él. Él me mira de vuelta. Parpadea lento.
—¿Y tú? ¿Vienes? —Le lanzo.
—¿Tengo opción? —Responde con su acento marcado y esa ironía que hace que Akira tuerza la boca en una casi-sonrisa.
—Nunca la has tenido —Le dice Odessa, por lo bajo.
Perfecto. Fiesta confirmada. Caos anunciado. Brindamos con jugo, mimosas ilegales y sonrisas de sábado por la mañana. Si hay algo que se nos da bien, es esto: llenar mansiones vacías con risas ruidosas, malas decisiones y promesas de que esta vez no vamos a romper nada.
Spoiler: siempre rompemos algo.
----------------------------------------
Cuidad de México (México).
De camino a la residencia Baronello.
Sábado.
12:48 P. M.
Después del desayuno, Vittorio dice que necesita “verificar el estado de su mansión post-Kaida”, así que nos arrastra a todos a su casa. Lo dice con dramatismo, pero la última vez que fuimos, Kaida apenas dejó una vela torcida. Exagera. Bueno… un poco.
El trayecto en la camioneta de los mellizos es como siempre: lleno de gritos, risas y una playlist que parece hecha por un DJ con déficit de atención. Pasamos de reggaetón a rock francés en segundos. Nadie se queja.
Llegamos a casa de V y, como era de esperarse, está impecable. Vittorio vive en un cuadro de Pinterest con toques de locura italiana. Mármol blanco, paredes color crema, cortinas demasiado elegantes para adolescentes. Pero ahí estamos, otra vez. Descalzándonos, tomando control del lugar como si fuera nuestro.
—Digan adiós a la paz —Declara Kaida, quitándose los tacones y lanzándolos contra un sillón de diseñador—. Este sofá es más caro que mi dignidad.
—Tampoco es que tengas mucha —Le lanza Alejandría, entrando detrás de ella.
Yo me tiro en la alfombra como si fuera mía. Estoy cansado y aún no es mediodía. Alejandro pone música desde su celular y Kalel ya está revisando si hay snacks. Como si esto fuera una junta oficial.
—Vale —Empieza Vittorio, con tono de jefe mafioso de película barata—. Hagamos esto bien. Divisiones.
—¿Qué, como si fuéramos un comité escolar? —Vesper se ríe.
—No. Como si quisiéramos que no sea un desastre total —Le responde V, ya con una libreta en la mano. ¿Por qué tiene una libreta? Nadie sabe.
Asignaciones de Vittorio, versión libre:
Decoración: Kaida y Alejandría (error 404: sutileza no encontrada).
Bebidas: Kalel, porque es el único que sabe mezclar sin envenenar.
Música: Vesper, Alejandro y yo. Aunque probablemente termine siendo solo yo, porque los demás se distraen fácil.
Seguridad: Odessa. No porque sea ruda, sino porque todos le hacen caso.
Invitaciones: Akira. Porque si ella dice “ven”, todo el mundo aparece. Punto.
Supervisión general: Aleksander. No se ofreció, pero se lo dimos para molestarlo. No lo negó, así que cuenta.
—¿Yo qué? —Dice Aleksander, como si acabara de despertarse en medio de una guerra.
—Supervisor silencioso —Le dice Akira cortante—. El que mira desde una esquina y juzga en silencio. Te queda perfecto.