Meses Antes.
Cuidad de México (México).
Residencia Baronello.
Domingo.
2:41 A. M.
ODESSA.
La música seguía retumbando en las paredes del salón, pero ya era esa hora mágica en la que el humo de la fiesta empieza a disiparse y solo quedan los que no quieren volver a casa. Algunos estaban tirados en sillones, otros dormitando en rincones con copas a medio terminar. Yo no tenía sueño. O más bien, no quería dormir. Porque sabía que si cerraba los ojos, probablemente pensaría en él. Otra vez.
Estaba junto a la barra improvisada, jugando con la pajilla de mi vaso, mientras el chico frente a mí hablaba de películas japonesas que, honestamente, apenas si conocía. Pero me gustaba oírlo. Tenía esa voz tranquila, como si nunca se apresurara con nada.
—Y entonces le pregunté al profesor si creía que el vacío existía por sí mismo o si solo era ausencia —Dijo él, como si estuviéramos en clase y no a las cuatro de la mañana en una fiesta medio destruida.
—¿Y qué dijo? —Le pregunté sonriendo, divertida.
—Que era demasiado temprano para eso… eran las siete de la mañana —Rió.
Él se llamaba Ushi. Lo había visto algunas veces en el aula A2. Silencioso, con el cabello negro siempre perfecto, y esa mirada de quien observa más de lo que dice. Y ahora estaba aquí, hablándome como si nos conociéramos de siempre. Aunque yo sabía que no.
El celular vibró. No pensé mucho al mirarlo.
Número desconocido.
Abrí el mensaje.
Una sola foto.
Una sola imagen que me clavó el estómago al suelo: mi novio besando a otra tipa. No era una imagen borrosa. No era un malentendido. Era clara, nítida, como si quien la tomó hubiera querido asegurarse de destruirme sin dejar dudas.
Sentí cómo mi respiración se detenía por un segundo. No dije nada. No tenía que hacerlo. Las emociones se movieron dentro de mí como olas agitadas, pero en la superficie, solo parpadeé. Tomé un sorbo de mi vaso y seguí mirando a Ushi.
Pero él me estaba mirando distinto. Como si lo supiera. Como si lo hubiera visto también.
—No mires atrás —Dijo en voz baja, sin perder su tono calmo—. También me llegó.
Mi corazón dio un vuelco.
—¿Qué? —Pregunté, apenas audible.
—El mensaje. Me llegó. Justo antes que a ti. No soy tonto, Odessa —Se acercó un poco más, con esa energía suave, como si su presencia pudiera apagar incendios—. Vi cómo cambió tu expresión. Tú nunca parpadeas así.
Tragué saliva.
—¿Quién lo mandó?
—No lo sé… pero claramente sabía que estaríamos aquí. Que tú estarías aquí. —Se cruzó de brazos—. Que yo estaría hablando contigo.
Me recargué en la barra, de espaldas al resto del mundo. Las luces bailaban entre azules y violetas, como si todo estuviera bien. Como si no se me acabara de romper algo dentro.
—¿Y qué se supone que haga? ¿Le escribo? ¿Le pregunto? ¿Grito? ¿Lloro en el baño como cliché?
—¿Quieres hacer todo eso? —Preguntó con una leve sonrisa.
—No —Respondí firme.
—Entonces no lo hagas. Pero tampoco actúes como si no te doliera. Porque sí te dolió. Y tienes derecho.
—No me conoces —Dije, aunque no sonó tan convincente.
—Claro que te conozco —Ushi me miró directo a los ojos—. He estado en tu misma clase de filosofía todo el semestre. Siempre levantas la mano solo cuando sabes que tu respuesta es la mejor. Siempre das media vuelta exacta al salir del aula. Y siempre tocas tu collar cuando estás nerviosa, como ahora.
Miré mi mano, efectivamente, enredada en el collar. Lo solté.
—Okay… un poco me conoces.
Él se inclinó hacia mí, esta vez más cerca, como si la música bajara justo para darle espacio a su voz.
—No mereces a alguien que te esconde. Ni que te hace dudar de ti. Y si quieres quemar algo… que sea el recuerdo de cómo te hizo sentir ahora.
Me quedé callada.
Y por primera vez en mucho tiempo, no sentí que estaba sola. Porque incluso si no sabía quién demonios había enviado esa foto… esta vez alguien la había visto conmigo. Y eso, aunque fuera un poquito, me hizo sentir menos rota.
—Gracias, Ushi.
—Cuando quieras. Aunque espero que no te manden más fotos como esas, dan cosas —Sonrió.
La música cambió a una canción más suave, casi etérea, como si la playlist supiera lo que estaba pasando. Ushi seguía frente a mí, con esa postura despreocupada, pero con los ojos demasiado atentos para no notarse. Yo seguía procesando todo… y a la vez, por alguna razón extraña, empezaba a sentirme bien.
Sí, bien. ¿Raro, no?
—¿Sabes qué es peor que recibir una foto así? —Dije de pronto, con la voz algo ronca, pero el corazón menos apretado.
—¿Que sea un sticker? —Respondió sin pensarlo.
Solté una carcajada por lo absurdo, y él sonrió satisfecho.
—No, idiota. Que alguien más la haya recibido antes que tú.
—Tienes razón —Dijo, levantando su vaso—. Brindemos por el trauma compartido.
—Por las traiciones.
—Por las chicas que fingen estar bien… y en realidad sí lo están, pero también no.
Chocamos los vasos con un sonido sordo. Fue tan ridículo como reconfortante.
—¿Y tú? —Pregunté—. ¿Tienes a alguien? ¿Un amor prohibido? ¿Una ex que te mandó un bonsái envenenado?
—Por ahora solo tengo un pez beta que creo que me odia —Respondió con seriedad teatral—. Se llama Nietzsche.
—¿Le pusiste así por el filósofo o porque es deprimente?
—Por ambas. Nietzsche nada en círculos existenciales y me juzga cada vez que le echo la comida.
Me reí otra vez. Esa risa sincera que no me salía desde hace semanas. Tal vez meses.
—Eres muy raro.
—Gracias. Tú también —Me guiñó el ojo—. Pero en plan bien. Eres la clase de rara que uno no quiere dejar de observar.
Me quedé callada por un segundo, sorprendida por lo directo que fue. Pero no me incomodó. Al contrario, fue un cumplido que no tenía intención oculta. Solo… genuino.
—¿Siempre hablas así?