Sangre Azul, Corazones Rotos.

Akira Totally.

Bienvenidos a Totally, la revista más codiciada, exclusiva y con más actitud de todo México.

Donde el estilo no es opcional, el drama es garantizado y solo los verdaderamente icónicos logran portada.

Queridísimos lectores:

No cualquiera tiene la capacidad —ni la osadía— de alterar la atmósfera de un lugar con el simple vaivén de sus caderas. Pero ella… ella es un fenómeno atmosférico con pestañas postizas.

Akira Azul Alfaro'S apareció hoy como un eclipse voluntario, envolviendo el restaurante en un halo de nonchalance coreografiada, acompañada en su cabeza por los inconfundibles acordes de Frankie Valli. Su silueta avanzaba a ritmo de “Grease is the word”, como si el suelo mismo existiera únicamente para ser tocado por sus tacones bajos de charol.

Su falda verde flotaba en torno a sus piernas con la misma determinación que un poema barroco, mientras su blusa azul medianoche parecía atrapar la luz para reflejarla en su piel dorada. Los tacones bajos que ella le encanta usar, es su estilo, es su marca, su sello. El mini bolso colgaba de su hombro como trofeo de guerra: diminuto, caprichoso, casi insultante en su inutilidad… y sin embargo, imprescindible en su narrativa estética.

Pero lo que verdaderamente desarma a quien la observa son sus manos.

Ah, esas manos… una sinfonía de anillos y más anillos, como constelaciones personales que orbitan sobre sus dedos perfectamente esmaltados. Dorados, vino, esmeralda, incluso algunos muchos de oro con detalles indeciblemente complejos. Cada dedo, salvo tal vez uno, está engalanado por un anillo distinto, y cada anillo cuenta una historia que nadie más tiene el privilegio de conocer.

Las pulseras, por supuesto, existen… pero para ella son apenas un acompañamiento armónico a la ópera de anillos que despliega en cada gesto.

Un tintineo delicado acompaña sus movimientos: una campanilla de advertencia para quienes no saben en qué idioma (ruso, francés o spanglish) les va a lanzar la próxima grosería.

Sus lentes —ya sean cuadrados o tipo ojo de gato— le enmarcan las pestañas monumentales y la mirada que puede partir en dos a quien sea. Su cabello, en ondas caprichosas y con un frizz deliciosamente caótico, la hace parecer a ratos una musa enfadada, a ratos una emperatriz moderna.

Y no olvidemos su trauma con “los tres triángulos” (un detalle que susurra en las sombras, una herida estética imperdonable) ni su amor-odio visceral por los llaveros con gloss, que considera “un atentado a la dignidad cosmética”, pero son tan "cuchis" que son top.

Cuando camina, su voz —mezcla de inglés improvisado, español de alta alcurnia y sukin suka— deja a todos en silencio. Es una oración blasfema y al mismo tiempo un rezo glorioso a la divinidad del estilo personal.

Porque Akira no se viste para ustedes. Ni para nadie.

Akira se viste como quien se pone una armadura.

Una armadura de anillos brillantes, uñas perfectas, lentes mortales y labios con gloss.

Para conquistar.

Para recordarle al mundo que no está a su altura.

Y si todavía no entienden la lección, queridos lectores, aquí la tienen, en sus propias palabras:

“Te puedes operar todo, menos el cerebro... Pero cómo tengo belleza e inteligencia, no opino. Bye, bye darlings.”

Hasta la próxima, darlings.

Sean dignos, o al menos, pretendan serlo.




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