Bienvenidos a Totally, la revista más codiciada, exclusiva y con más actitud de todo México.
Donde el estilo no es opcional, el drama es garantizado y solo los verdaderamente icónicos logran portada.
Queridísimos lectores:
No todas las diosas bajan del Olimpo a ritmo de Doja Cat. Pero Kaida Rubs Olivaz, sí.
Porque si alguien puede convertir el beat de “Streets” en un manifiesto personal, es ella.
Hoy, como siempre, se presentó en el centro comercial con la osadía de un rayo de sol descarado en pleno eclipse. Coqueta sin pedir perdón, risueña con esa risa extrañamente adorable —que desafía las convenciones de lo “bonito” y, paradójicamente, la hace aún más magnética—, y caminando con la certeza absoluta de que la vida es un juego donde ella siempre gana… o al menos siempre seduce.
Empecemos con la paleta.
Kaida es un carnaval de colores ejecutado con precisión felina: dorado, vino, azul cielo, lila y amarillo. Ella mezcla tonos con la misma facilidad con la que mezcla groserías en español con piropos disfrazados de insulto. Porque si te dice “estúpido” mientras te sonríe, considéralo un cumplido.
Siempre en tacones, sin excepción. No existen para ella los flats, las sandalias aburridas ni las excusas. Tacones forever, como un pacto eterno con la gravedad.
Hoy eligió un vestido lila ceñido, con un escote que dejaba poco a la imaginación y mucho al deseo ajeno. Su cabello, suelto y perfectamente rizado —sin un solo atisbo de frizz, una maravilla de disciplina capilar—, caía en cascada sobre los hombros.
Una diadema dorada, sencilla pero mortal, sostenía su corona invisible.
Las uñas, vino oscuro. Siempre vino.
Y las manos engalanadas con una selección de anillos que parecían jurar amor eterno a sus dedos. (En Kaida no hay término medio: los anillos son amor. Punto.)
El statement piece, como siempre, era su collar con ojito turco. Un amuleto perenne, tan parte de su identidad como su coqueteo descarado. Y no importa cuán atrevida sea la ropa —faldas mini, tops con aberturas impensables, vestidos que apenas cubren lo justo—, el ojito siempre está ahí, vigilando, cuidando… o intimidando.
Sus bolsos medianos y mini completaban el look: uno para el gloss, otro para la actitud. Y, claro, un Duvalín jamás. Jamás.
La leyenda dice que alguien le ofreció uno en su infancia y lo partieron sin que ella alcanzara su parte, dejándola con el trauma dulce-amargo de lo injusto. Hasta hoy, apenas lo huele y dice:
—Puñetas, quítame esa cochinada de enfrente.
Pero miente porque tiene una obsesión no sana con ellos.
Cuando pasa, todos lo saben.
Primero se escucha el sonido de sus tacones, después su risa rara como un himno desafinado pero encantador, luego el murmullo inevitable:
"¿Ya viste a Kaida?"
Porque Kaida no sólo viste ropa atrevida: viste una personalidad entera. Desarma y embelesa.
Y en cuanto te mira con esos ojos bajo la diadema y te llama baboso con una sonrisita, entiendes que ella no vino aquí a caerle bien a nadie… sino a dominar a todos.
Para quienes aún no lo comprenden, aquí lo dejo en sus palabras, pronunciadas mientras aplicaba gloss frente al espejo:
“¿Soy yo o estoy igual de guapa que un Bubulubu?”.
Hasta la próxima, darlings.
Y no olviden: quien no sabe caminar en tacones, que ni sueñe con seguirle el paso