Sangre Azul, Corazones Rotos.

Capítulo 32:“¿Cómo se puede fingir tanto?”.

Meses Antes.

Cuidad de México (México).

Residencia Baronello.

Domingo.

3:00 A. M.

VESPER.

—¡Ay, Kaida, mírame esto! Parece que me apuñalaron con una uva. ¡Y era mi vestido favorito!

—Relájate, se puede lavar — Me dice, sacando papel húmedo del dispensador y agachándose para ayudarme a limpiar el desastre.

—¿Y si no sale?

—Pues le hacemos otra mancha igual del otro lado. Lo llamamos diseño asimétrico y lo vendemos como alta moda.

Suelto una carcajada, pero la veo y muy bien, algo trae.

—¿Estás bien? —Pregunto de pronto, ladeando la cabeza—. Traes la cara… rara.

—¿Rara cómo? —Responde rápido, demasiado rápido. Ajá.

—No sé… como que vienes muy feliz. Pero también como que te cacharon haciendo algo que no deberías.

—¡¿Qué?! —Suelta entre risas, y me da un codazo— ¡Estás loca!

—¿Tú crees que no te conozco? —Digo con tono medio serio—. Tienes esa sonrisa como cuando me contaste lo de tu primer beso en la primaria… ¿Cómo se llamaba? ¿Cristopher?

—¡Cristobal! —Corrije, y se ríe muy raro — Y fue en el cachete.

—Pero igual te reías igualito. Como ahora.

—No es nada, Vesp —Me dice, dándome otro papel, no le creo nada—. Es solo el vodka. Pegó fuerte.

Kaida nunca ha sido buena mintiendo, se le ve en la cara que trae algo más, pero no voy a insistir, por lo menos no hoy. Asiento y suspiro. Maldita mancha. Maldito Dexter.

—Bueno… por lo menos alguien la está pasando bien.

—¿Por?

—Alejandro está con dolor de cabeza platicando con Vittorio, Noah desapareció, Kalel discutió con Akira otra vez… Y tú andas con sonrisa de “me gané la lotería y nadie lo sabe”.

—Pues… digamos que la noche me está tratando bien.

—Aww, qué bonita manera de decir “me estoy enamorando” —Suelto burlona.

—¡Cállate! —Me grita, ambas nos echamos a reír por su reacción.

Kaida anda viendo el suelo. Basta. Eso no es para nada ella.

La mancha no se fue, ¿Okey?
Pero mínimo ya no se nota a nivel júpiter. Mandaré el vestido a la tintorería porque que oso. O probablemente mejor lo tire.

Salimos del baño directo a la sala. Pero Kaida está cómo que en otro canal. Según me seguía y ahora está más tiesa que un pan.

—¿Qué pasa? —Le pregunto porque se quedó en plan hielo, sólida.

—Nada —Miente, rápido. Umm. Que curioso.

Sigo caminando. Tal vez y quiera espacio y yo quiero ir con mi amorcito. Pobrecito le duele horrible la cabeza. Le buscaré una pastilla y luego iré a dársela a la sala.

___________________________________

—¿Qué... Pasa? —Pregunta Kaida en voz baja, literal hay mucha gente en círculo.

—No sé, compermiso— Trato de pasar, pero la gente no me deja pasar. Incluso empiezan a murmurar cosas y a grabarme.

La sala no es la misma de hace unos minutos. La música sigue, pero es como si el sonido se apagara solo cuando lo ves.

No fue algo pequeño.

Mi corazón empieza a latir más rápido. El vestido nuevo ya no importa. Ni el gloss. Ni la música. Ni el calor de la fiesta.

Todo lo que quiero saber es qué fue lo que rompió este momento. Porque algo se quebró.

Y no sé si podamos arreglarlo.

—Kaida… algo no está bien —Le digo, apretando su brazo mientras tratamos de pasar a la gente en círculo.

Pero no hay gritos esta vez.

No hay discusión.

Solo silencio.

Bueno, no completo. La música de fondo todavía retumba desde el jardín, y hay risas lejanas en alguna parte del pasillo, pero aquí… aquí parece que el aire se hubiera congelado.

Y entonces lo veo.

Ahí, en el centro del sofá blanco. Sentado con la espalda apoyada contra el respaldo. Su camisa blanca abierta, arrugada. Su pecho expuesto. El cabello revuelto. Las manos apoyadas sobre el muslo de alguien más.

Y esa alguien más es una chica.

Desconocida.

Encima de él.

Besándolo.

Y él… él no la detiene.

Al contrario. Está besándola.

No como alguien borracho que no sabe lo que hace.

No. Como alguien que lo está haciendo.

Siento como si todo se me viniera abajo. El corazón me late en las sienes. Mis manos tiemblan. Siento el estómago encogerse. La respiración se me traba. Por un segundo, ni siquiera escucho la música. Solo el pulso desesperado dentro de mi pecho.

—Vespa… —Susurra Kaida a mi lado, igual de paralizada.

No me muevo.

No digo nada.

Solo miro a Alejandro. Mi Alejandro. Mi novio. Mi amor.

Y veo cómo besa a otra.

Como si yo no existiera.

Y entonces, él alza la vista, tal vez por el reflejo del brillo de mi vestido o porque sintió algo. Nuestros ojos se encuentran.

Y su expresión cambia de inmediato.

Pero ya es tarde.

Demasiado tarde.

—¡¿Qué mierda Alejandro?! —Mi voz sale antes de que pueda pensar, temblando, furiosa, quebrada. Casi ni me reconozco. Y lo peor es que no me importa.

La chica se separa de él, que se ajusta la falda y se hace a un lado rápidamente. Él se queda ahí, sentado, con la camisa abierta, los labios hinchados… la cara desorientada.

—Mi amor… —balbucea. Apenas puede abrir bien los ojos—. Mi amor…

—¡¿Que pedo, Alejandro?! —Me acerco un paso—. ¡¿Que estabas borracho?! ¡¿Que no sabías lo que hacías?! ¡No me jodas! ¡Me estabas besando a mí hace una hora!

Él intenta levantarse y tropieza con el borde del sofá.

—Yo… Ves…Bonita..

—¡No me llames así! —Grito. Siento la garganta arder, la cara caliente, los ojos a punto de llorar pero no. No voy a llorar. No aquí. No frente a él.

El escándalo empieza a atraer atención.

Alejandría es el primero en aparecer desde la cocina, una copa en la mano, la camisa semidesabotonada como siempre, el cabello despeinado y la mirada alerta. Luego viene Vittorio, con el ceño fruncido, entrando desde el pasillo.

—¿Qué está pasando? —Dice Alejandría, ya acercándose.

—¡Tu hermano es un imbécil! —Le escupo con rabia, sin pensar.




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