Meses Antes.
Cuidad de México (México).
Residencia Baronello.
Domingo.
2:58 A. M.
ALEJANDRO.
La sala estaba extrañamente tranquila. El bajo de la música retumbaba en las paredes como un eco lejano, y por primera vez en toda la noche, sentí que podía respirar. El dolor de cabeza aún seguía, pero no me martillaba tanto cómo antes. Es un dolor tolerable aunque sigue siendo igual de feo.
Estoy esperando a mi novia que regrese del baño, cuándo lo haga nos iremos, la llevaré a su casa y me iré a dormir porque realmente me siento muy mal. No quería seguir tanto tiempo aquí, desde las 10 quería irme, pero no voy a privar de su diversión a mi novia. Así que seguimos aquí.
Me dejé caer en el sofá, aflojando el primer botón de la camisa. No entendía cómo podían soportar tanto calor los demás. Tal vez era solo yo. Tal vez estaba demasiado tenso.
No me gustaban las fiestas. Me cansaban. Me sobreestimulaban. Pero estaba ahí porque era lo que tocaba. Porque Vittorio lo organizó con tanta emoción. Porque todos estarían ahí. Porque mi novia estaría ahí.
Pensar en ella me arrancó una pequeña sonrisa.
—Ey, bro —Escuché una voz. Alcé la vista.
Dos chicos, con ropa llamativa, vasos en la mano. No los conocía, pero tampoco me pareció extraño. En las fiestas de Vittorio siempre había rostros nuevos.
—¿Solo? ¿Quieres algo?
Negué con la cabeza, educado.
—No bebo alcohol, gracias.
El otro chico, con un aro en la ceja, se rio.
—¿Alcohol? Nah. Solo soda. Tranquilo. Nada raro.
Levantó una botella oscura. La etiqueta era familiar. No me pareció sospechosa. Me relajé un poco. No quería parecer grosero ni paranoico. Siempre me enseñaron a ser amable. Siempre me enseñaron a confiar.
—Gracias —Dije, aceptando la botella. Tal vez el no tomar bebida sea el causante de mi dolor.
La destapé. El gas salió con un sonido suave, típico.
Bebí.
Sabía normal.
Seguimos platicando. No mucho. Comentarios sueltos. Risas casuales. Pero no duraron.
Fue... rápido.
Primero sentí un leve mareo. Pensé que era el calor. O el ruido. Pero luego... el piso me pareció más lejano. Las palabras empezaron a mezclarse en mi cabeza. Como si ya no llegaran completas. Como si alguien les bajara el volumen antes de tiempo.
Intenté hablar.
—Oye...que es est...
Pero la lengua me pesaba. Como si llevara piedras en la boca. Mi voz no salía bien. Las letras se deshacían.
Miré mis manos. No podía mantenerlas quietas.
Quise pararme, pero mis piernas no respondieron. Todo... se hacía lento. Borroso.
Vi a los chicos. Sus caras. Algo se dijeron entre ellos. Ya no los escuché.
Mi cuerpo se hundía en el sofá. Como si el peso del mundo me cayera encima.
¿Qué está pasando?
Quise gritar.
Pero ni siquiera podía mantener los ojos abiertos.
Y entonces...
Todo se volvió negro.
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El mundo regresó en forma de un peso.
Algo —alguien— encima de mí. Calor. Contacto. Manos. Un roce sobre mi pecho descubierto. Dedos deslizándose por mi piel como si me conocieran. Como si tuvieran derecho.
¿Qué pasa?
Todo estaba oscuro detrás de mis párpados, pero mi cuerpo ya no dormía. No del todo.
El tacto seguía. Unos labios presionaban los míos, suaves pero desconocidos. Demasiado dulces. Demasiado insistentes. No reaccioné al principio. No pude.
Mi mente era una niebla pesada, espesa, como si mis pensamientos caminaran por pantanos.
Y entonces escuché una voz, baja, susurrante, casi cantada.
—Tranquilo, mi amor... estoy contigo.
¿Vesper?
Mis latidos se aceleraron. El corazón me golpeó el pecho como si acabara de reconocer el universo.
Claro. Mi novia. Ella está aquí.
Por supuesto que vendría por mí. Ella siempre ha sido mi ancla. Mi centro. Mi amor.
Una sonrisa tonta, torpe, se dibujó en mi rostro. Intenté alzar una mano para tocar su mejilla, su cabello, lo que fuera. Pero el cuerpo no respondía. Cada músculo parecía hecho de mármol húmedo. Frío y muerto.
Ella —Vesper— siguió besándome. Acariciándome. Su cuerpo encima del mío. El contacto se volvió más íntimo, más invasivo. Sus manos viajaron hacia abajo. Me tocó con familiaridad. Puso sus palmas en mis pompis.
Quise abrir los ojos. Decirle algo. Tal vez un te amo, tal vez solo balbucear su nombre. Pero los párpados pesaban una tonelada. Me ardían.
Y el beso…
El beso sabía diferente.
No como ella. No como la Vesper que conocía.
Era como besar a una sombra que pretendía ser sol. Algo dentro de mí sabía que algo estaba mal, pero...
Estoy cansado. Muy cansado.
Pero es ella... ¿verdad?
No la quiero soltar. Aunque mi cuerpo tiemble por dentro. Aunque algo me grite que despierte del todo.
Aunque ese beso se sienta más extraño con cada segundo.
Y sin embargo, la abrazo en mi mente como si fuera mi salvación.
Como si no pudiera vivir sin ella.
Como si no estuviera equivocado.
Me siento… flotando.
Como si el tiempo estuviera colgado de un hilo muy delgado y el mundo girara sin mí.
Pero sé que estás aquí, bonita. Siempre estás conmigo.
Tu voz es suficiente para hacerme sonreír como idiota.
“Mi amor…”
Me llamas así.
Y eso es todo lo que necesito para sentirme feliz, incluso en este raro sueño.
No puedo moverme mucho, apenas si siento mis manos, pero eso no importa. Porque estás aquí.
Contigo todo está bien.
Me esfuerzo por abrir los ojos. Quiero verte. Necesito ver ese rostro tan perfecto que el universo moldeó con esmero, como si supiera que algún día iba a enamorarme de ti tan profundamente que doliera.
Quiero verte.
Tus ojos, tu sonrisa.
Esa expresión que haces cuando te ríes con mis chistes malos o cuando te pones celosa aunque lo niegues.
Quiero ver todo eso.