Sangre Azul, Corazones Rotos.

Capítulo 36:“¿Te regañó?”.

Meses antes.

Ciudad de México (México).

Residencia Borbón.

Miércoles .

6:20 A. M.

NOAH

Me gustaría haber dicho que desperté, pero ni siquiera pude dormir. Todo se jodió, literal, se fue al caño. Desde las 4 estoy despierto, no pude dormir bien debido a estar pensando sobre la fiesta. Es que, en plan, ¿en qué momento se salió todo de control para que Vesper y Alejandro terminaran separados? Y para que el grupo se disolviera.

Yo creo en la inocencia de Alejandro. O sea, el tipo es una bandera verde y blanca en el sentido de la palabra. Puedo decir incluso que él es pacifista; jamás lo he visto decir alguna mala palabra, ni molestarse con alguien, tampoco desearle mal a nadie. En plan, no critica a nadie. A NADIE.

Pero las circunstancias lo tienen de culpable. Maldita sea, ¿por qué pasó eso?

Qué frustrante es dudar de alguien que tiene un registro impecable. Además de que sé cuánto ama a Vesper; desde que la conoció, se enamoró de ella. Los ojos no mienten, y Alejandro lo daría todo por ella.

Me levanto de la cama y voy a la ducha. La situación está gruesa. Igual y está cagado pensar, pero no poderse jalar el cabello porque estás rapado ya es otro tipo de castigo. Entro al baño, me quito la pijama y entro a la bañera. Un buen baño caliente me ayudará a no pensar sobre lo que pasó.
No quiero tardar mucho hoy, no me apetece. Me termino de lavar, me pongo la bata y salgo.

Como siempre, mi uniforme extendido en la cama, sin ninguna arruga, al igual que mis tenis blancos sin manchas. En otro humor estaría molesto porque me tratan como un discapacitado, pero hoy estoy agradecido porque toman decisiones por mí. Me visto lo más lento que puedo: la camisa de vestir blanca, abrocho los botones con una calma que desesperaría a mi yo habitual. Me coloco el saco azul oscuro; los que usan el chaleco son unos mega nerds, a mi punto de vista. La corbata sobre el cuello, de hueva amarrarla bien. El pantalón. Mis tenis blancos y relucientes como la calva de un pelón.

Me acerco a mi tocador, me coloco mi reloj y colonia. No tengo humor de arreglarme, pero hay que oler bien siempre. Me acerco al clóset de mis sombreros, y aunque sé que nunca tengo que verme mal, no tengo humor para llevar un sombrero nice, así que mejor una gorra básica.

Tomo mi bolso y salgo. Las pastillas para la alergia, que se las tome el perro; asco empezar el día así. Le diré a mi abue que mejor pongan un elevador, las malditas escaleras se me hacen eternas siempre. Un día de estos me voy a salir cayendo de ellas. Ojalá quede en coma.

Paso por el comedor, espío un poco y ahí veo a mis abuelos desayunando. No tengo ni ánimos de comer, me cruzo el bolso y me agacho. Necesito pasar sin que me vean.

—Cielo, ¿qué haces así?

Genial, ni gatear me sale. Mi abuela ya se dio cuenta. Volteo lentamente la cabeza y veo a mi querida abuela, a mi abuelo y a su asistente mirarme con confusión.

—Hay que pulir el suelo, no rechina lo suficiente —Me levanto y entro al comedor.

—¿Qué se supone que hacías, Noah? —Mi abuelo hasta baja el periódico para verme mejor.

—Huyendo de ustedes, no quería que se dieran cuenta de que ya me iba —Confieso.

—Ay, mi amor, ¿por qué? ¿No quieres contarle a tu abuela? —Mi abue me acaricia la mejilla.

—Un Borbón no huye, ni mucho menos gatea por ahí, Noah —Me regaña mi abuelo.

—Justo por eso no quería que me vieran, pero no lo conseguí —Suspiro.

—Ya, ya, ya, deja al niño —Mi abuela me abraza—¿Qué vas a querer para desayunar, tesoro?

—No es un niño, mujer, ya es un hombre. Debe comportarse como tal y debes tratarlo como uno.

—Para mí siempre será un niño —Mi abue me defiende—, y lo voy a consentir hasta que muera. Así que, ¿qué vas a desayunar?

—Nada, abue, no tengo ánimos de comer nada —Le doy un beso en la mejilla—. De hecho, ya voy tarde al colegio, así que chao, chao —Me despido y salgo de la casa.

—Joven Borbón, buenos días —Diego me abre la puerta de la camioneta.

—Hola, bro. Good morning. Ya sabes, a la casa de Odessa —Le ordeno y entro a la camioneta.

—Enseguida, joven —Diego cierra la puerta, sube y enciende la camioneta.

—Oye, ¿no sabes por qué están arreglando el jardín con mesas y eso? —Le pregunto.

—Tengo entendido que el señor Borbón dará una cena importante, joven —Salimos de la residencia.

—¿Sabes quiénes vendrán o nadota?

—Me temo que esa información no fue compartida hacia el personal, joven Noah.

—Mmm, está bien, Diego, ya lo voy a descubrir. Quitando eso, ¿qué hiciste el fin? ¿Fuiste con la señora que te gusta a comer o no?

—Joven, eso no es un tema del que podamos hablar. Su abuelo me regañó por hablar con usted de esos temas.

—¿Te regañó? No puede ser, Diego. ¿A mi abuelo qué? Pero ándale, cuéntame, ¿cómo te fue? En plan, ¿ya hubo beso?

—Joven, por favor, no me complique el trabajo.

—Diego, no es complicar. Te doy consejos para que tengas pareja antes de morir. No hay que hacer que mueras solo, duh.

—Ay, joven, usted y sus ocurrencias —Me dice.

—No son ocurrencias, son planes. Y si siguieras mis métodos de conquista, ya hasta estarías en tu luna de miel —Me cruzo de brazos.

—Anda, Diego, no seas aguafiestas, viejo, dime algo. Solo algo chiquito, una pista, una señal divina —Le insisto, apoyando la cabeza contra el asiento.

—Joven, ya le dije que no puedo hablar de eso —Contesta con esa paciencia de santo que ya me tiene entrenado.

—¿Ni un "sí" o un "no"? Vamos, solo dime si la señora al menos te sonrió —Lo miro por el retrovisor con una sonrisa de esas que fastidian.

—No diré nada, joven Noah.

—Eres de los que se van a la tumba con los secretos, ¿eh? Qué aburrido. Al menos podrías aprender algo de mí, yo ni muerto me callo.

—Y por eso su abuelo me regaña, joven —Responde, con una risita contenida.

—Ay, qué exagerado. Uno solo quiere saber si su chofer favorito ya dejó la soltería atrás, ¿qué tiene de malo? —Me acomodo el saco y me miro en el reflejo de la ventana—. Aunque bueno, si no quieres contarme, lo tomaré como que no hubo beso.




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