Meses Antes.
Ciudad de México (México).
Residencia Alfaro’S Villareal.
Miércoles.
5:47 P.M.
KALEL.
El aire en la sala está tan denso que se puede masticar. Nadie respira profundo; todos tememos que si lo hacemos, el silencio se rompa y ya no haya vuelta atrás.
—¿Si vinieron? —Nikolai rompe el hielo, pero su voz suena lejana, como si hablara desde el fondo de un pozo.
—Sí, la semana pasada—Contesta Vittorio, y su suspiro pesa más que la palabra.
Alejandría no espera más. Se gira hacia Akira con los ojos inyectados de sangre.
—¿Por qué carajos les dejaste verlo así?
—No les dejé —Responde ella, fría como acero—. Se metieron solos. Yo solo… no los detuve.
—¡ES LO MISMO, AKIRA!
El grito retumba contra las paredes. Vittorio da un paso, pero Alejandría ya está encima de ella, tan cerca que sus frentes casi chocitan.
—Habla —Ordena entre dientes—. Ahora.
Akira alza la barbilla. No retrocede ni un milímetro.
—No.
—¿No? —La risa que suelta Alejandría es puro veneno—. ¿Después de todo lo que ha pasado sigues escondiéndome mierda?
—Dría… —Intento yo, pero me corta con una mirada que quema.
—Cállate, Kalel, ahora no.
Vittorio lo agarra del brazo.
—Basta.
Alejandría se zafa el agarre con violencia.
—¿Qué me ocultas, Akira? ¿Qué tan jodido está mi hermano para que ni siquiera yo pueda saberlo?
Ella aprieta la mandíbula. Los segundos se alargan como cuchillos.
—Dime —Insiste él, y su voz se quiebra en la última sílaba—. Dime o te juro que…
—No vas a poder con esto —Lo corta ella, bajito, mortal—. Te conozco y no podrás.
Alejandría la agarra de los hombros. No fuerte, pero sí desesperado.
—Suéltame la verdad o te juro que reviento esta casa hasta encontrarla yo mismo.
Un latido. Dos.
Akira cierra los ojos un segundo. Cuando los abre, hay algo roto dentro.
—Ayer —Dice, y su voz tiembla apenas— Alejandro se encerró en el baño con un pedazo de espejo roto. Lo encontré con las muñecas abiertas, sangrando en la tina, llorando tan bajito que casi no lo escucho.
El mundo se detiene.
Alejandría suelta sus hombros como si quemaran. Retrocede un paso. Dos. Se le doblan las rodillas, pero Vittorio lo sostiene antes de que caiga.
—Qué… —Susurra, y suena como si le arrancaran el alma.
—Llegué a tiempo —Continúa Akira, sin piedad—. Lo detuve. Lo até con unas vendas para que no se desangrara. Astrid me ayudó y lo cargamos hasta la cama y me quedé con él toda la noche mientras temblaba. Astrid me contó que Alejandro se siente una carga, una falla, que prefiere morirse para que nosotros no tengamos un ancla.
Alejandría se lleva las manos a la cara. Los dedos le tiemblan tanto que parecen a punto de romperse.
—Dios mío… Ale… —Un sollozo gutural se le escapa, crudo, animal. Vittorio lo abraza con fuerza, pero él ya no está aquí; está perdido en algún lugar oscuro donde solo existe su hermano pequeño con las venas abiertas.
Akira sigue hablando, implacable.
—No te lo dije porque tú ya estás muerto por dentro cuidándonos. Si te enterabas, te lanzabas de cabeza detrás de él. Y yo no pierdo. Mucho menos a los dos.
Alejandría levanta la vista. Tiene la cara empapada, los ojos vacíos.
—¿Dónde está?
—Con Astrid. Dormido. Sedado.
Se limpia la cara con la manga, respira como si le doliera el pecho, y camina hacia el pasillo. Antes de desaparecer, se detiene. Sin voltear:
—Te quiero.
Y se va.
El silencio que deja es peor que cualquier grito.
Vittorio se deja caer en el sillón, blanco como papel.
—¿De verdad intentó…?
—Tema cerrado —Corta Akira, sentándose de golpe. Su voz ya no tiembla; es puro hielo—. Aleksander. ¿Qué tienes?
Aleksander desliza el celular hacia ella. En la pantalla: fotos borrosas de tres tipos encapuchados y una chica.
—No son del colegio. Caras limpias en el sistema. Alguien los contrató.
—¿Para qué? —Pregunta Vittorio, apenas un hilo.
—Para drogar a Alejandro, a Alejandría… y a Akira—Responde Aleksander—. La dosis era letal si se combinaba con alcohol. Querían que por lo menos uno no despertara, pero parece que Alejandro fue el único blanco libre.
Nikolai suelta una maldición en ruso.
—Y todavía no sabemos quién pagó —Añade Aleksander, y sus ojos se clavan en Akira—. Pero el transferencia vino de una cuenta mexicana. Y el titular…
Se detiene.
Akira entrecierra los ojos.
—Habla.
—…es alguien muerto.
El corazón me da un vuelco.
Aleksander gira el celular para que todos veamos la captura de pantalla.
El nombre del titular está ahí, en negro sobre blanco:
“Alera Montiel Valle”.
El silencio que cae ahora es distinto: es el tipo de silencio que precede a una explosión.
Akira se queda mirando la pantalla como si pudiera prenderle fuego con los ojos.
—¿Quién demonios es ella y por qué se relaciona con nosotros? —Su voz es baja, peligrosamente calmada.
—Lo que investigue, resulta que ella no existe, es un nombre falso y al parecer, la mujer está muerta desde hace mucho tiempo, no pude investigar el porqué, pero no vive.
—Quiero saber todo de ella, y lo quiero saber ahora —Akira le ordena.
Aleksander no responde de inmediato. Solo asiente, lento.
—Dame veinticuatro horas. Los encuentro. Vivos o en pedazos, tú eliges —Dice, y ya está marcando un número en su celular.
Nikolai se levanta sin decir nada, se pone la chaqueta y le hace una seña a Aleksander. Los dos desaparecen por la puerta principal. El clic del seguro suena como un disparo lejano.
Vittorio se pasa una mano por el pelo, todavía pálido.
—Voy a… voy a preparar algo. Té, café, lo que sea —Murmura, y se escapa hacia la cocina como si necesitara poner distancia del veneno que flota en el aire.
Quedamos solo Akira y yo.