Escuchaba el timbre de mi celular muy, muy lejano. Era una llamada. Debía ser de mis padres. Se detuvo. Me desperté. Alucard me había recostado en sus piernas y estoy segura que acariciaba mi cabello.
─¡Rosario! ¿Te sientes bien?
Me senté y toqué mi cuello, donde me había mordido. Ya no me dolía y asentí.
─Lo siento─ me dijo─, pero lo necesitaba.
─Está bien, no te preocupes.
─Además, quería tu sangre.
No sé qué expresión tenía en mi rostro pero él parecía muy divertido con mi reacción.
─¿Cómo sigues de tu hombro?─ le pregunté.
─Estoy bien. La sangre humana me ayuda a regenerarme rápidamente.
Mi celular comenzó a sonar.
«Mi papá me va a matar».
─¡Ah! Ese aparato tuyo ha estado sonando desde hace rato.
─Son mis padres─ luego contesté el celular─. ¡Aló!
─¡Rosario! ¡¿Dónde estás?! ¡¿Por qué no contestas el celular?!
Mi padre gritaba tan fuerte que hasta Alucard podía escucharlo.
─Perdón, perdón, papá. Es que me encontré con un amigo a quien no veía hace mucho y perdí la noción del tiempo. Y no escuché el celular.
─¿Un amigo? ¿Cuál amigo?
─Ya, papá, no te afanes. Estoy en el parque, ya voy para la casa.
─¡Acaso no ves la hora! ¡Son las ocho y media! ¡No, Rosario! Iré a recogerte, espérame en la salida del parque.
─Sí, señor.
Estaba en problemas. ¡Y las marcas en el cuello! Si mi padre las veía se pondría histérico. Saqué un pañuelo y lo até alrededor de mi cuello.
─Lo siento─ volvió a disculparse Alucard.
─Ya te dije que no te preocuparas. Además, no era como si yo no quisiera que pasara.
Se sorprendió y aproveché su reacción para acercarme a él y robarle un beso. Nunca había hecho algo así en mi vida.
─Ya estamos a mano. Debo irme, adiós.
Mientras bajaba las escaleras me dijo:
─Ven mañana, debo contarte algo importante.
Al llegar a la salida del parque vi acercarse el auto de mi padre. Mientras me regañaba me preguntó por el pañuelo. Le contesté que era la última moda y continuó sermoneándome.
No creí que mi padre me permitiera ir a la reunión de mi grupo por lo de la noche anterior. El día de la reunión es el único en el que puedo llegar tarde a la casa. Inicia las siete y termina a las nueve de la noche. Tal vez porque mi padre me transporta. Asisto a algo así como un grupo de autoayuda de SHFP positivo en el cual me inscribió mi padre al enterarse que era víctima de abusos en la escuela.
Mi plan era pedirle a mis compañeros que me cubrieran para ir a hablar con Alucard. Y funcionó.
─Creí que no vendrías─ me dijo.
─Y yo que no estarías─ contesté.
Caminábamos por el parque y me invitó a sentarme en una banca bajo la luz de una lámpara.
─En el tiempo en que estuve ausente fui a investigar algunas cosas sobre mí y sobre ti.
─¿Sobre mí?
─Sobre tu “enfermedad”. El Síndrome de Hematofagia Porfírica que realmente es sólo un experimento se salió de control.
─Cuéntame más.