Mis padres tienen una tienda de ropa en el centro de la ciudad. Durante la temporada alta atienden hasta las seis de la tarde, incluso hasta las siete, por lo que debo irme caminando a casa. Los fines de semana les ayudo en la tienda casi todo el día. Al llegar la temporada baja, mis padres cierran la tienda a las cuatro y pasan a recogerme a la escuela.
Al día siguiente de mi conversación con Alucard, mis padres cerraron temprano y pasaron por mí. No pude verlo en los siguientes dos días.
Era viernes y mis padres tardaron mucho. Me senté en la jardinera de la entrada de la escuela y me revisé las cicatrices de la mordida en un espejo. Las disimulaba con el cuello de la camisa polo. Vi entonces que se acercaban los matones de mi salón y yo estaba sola. Sin dudarlo corrí dentro de la escuela, un maestro me gritó que ‘no se corría en los pasillos’, salí a la zona deportiva buscando la otra salida. Uno de ellos me sujetó del cabello y me tiró al suelo. Luego me arrojaron agua fría y mi uniforme se llenó de lodo. Golpeé a uno de ellos y traté de huir pero me derribaron de nuevo. Me dieron una patada en el rostro y lancé un quejido. Al abrir los ojos vi que quien me había golpeado volaba por los aires. Estaba confundida. Podía ver a alguien enfrentándose a ellos sin ayuda. Eran cinco y los venció con facilidad. Era Alucard.
―¿Estás bien? ¿Qué demonios está pasando?
Me ayudó a incorporarme. Esta avergonzada, mojada, embarrada, con un ojo hinchado y llorando. Lo abracé pues era la primera vez que alguien me salvaba de los matones. Pero esos sujetos llamaron sus amigos de los otros salones y todo parecía empeorar. Alucard me apartó y los retó. Los insultos iban y venían seguidos de golpes. Tal vez Alucard es muy fuerte pero no sabía si podía solo contra quince. Entonces apareció el grupo de último año que me ayudara a salir en otra ocasión. Se convirtió en una batalla de chicos y chicas, vampiros y “normales”, golpeándose e insultándose. Uno de los matones se sintió intimidado por Alucard y les ordenó a los demás que se retiraran. Y al fin terminó. Los maestros observaron la escena sin siquiera intervenir.
―Oye, tú, chico grande ―le dijo una chica de último año a Alucard ―, eres bastante fuerte.
Todos los demás también decían lo mismo mientras yo admiraba a mi héroe y noté que vestía una camiseta azul rey con el logo de una tienda de abarrotes. Alucard se abrió paso para acercarse a mí.
―¿Te sientes bien, Rosario? Tu ojo… lo siento.
Sentí un poco de dolor cuando Alucard me revisó así que sólo me abrazó.
―¿Cómo llegaste aquí?
―Luciano me dijo dónde estudias. Estoy trabajando con él cerca de aquí.
―¡Vaya! Pero… ¿tú? ¿Aquí? ¿De día? ―esto último se lo susurré, los de último año aún no se iban.
Alucard se inclinó hacia mí para susurrarme también:
―Pseudosangre. También estoy tomando medicamentos.
Noté que sus ojos eran de un amarillo más oscuro y me pregunté si con el tiempo cambiarían de color.
«Se ve muy bien.»
Mi celular comenzó a sonar arruinando la atmósfera.
―¿Aló?
―¡Aló! Rosario, ya llegamos, ¿dónde estás?―preguntó mi madre al otro lado del teléfono.
―Estoy dentro de la escuela, ya salgo.
Saqué de mi bolso una toallita húmeda y Alucard me ayudó a limpiarme el rostro, cuidando de no lastimarme el ojo. Lo tomé de la mano y caminamos juntos seguidos por la procesión de los de último año.
―Mis padres me recogen todos los días después de la escuela así que no sé cuándo podamos vernos.
―Entonces nos veremos en la reunión del grupo de Luciano.