Las marcas en la mano de Alucard desaparecieron enseguida. Bajamos de la casa en el árbol y comencé a sentirme un poco abrumada: las luces y los sonidos eran muy fuertes y podía percibir el olor de la sangre en todos a mi alrededor. Me llevé las manos a la cabeza como tratando de poner todo en orden.
―¿Te sientes bien? Parece que tus sentidos se agudizaron.
Comencé a acostumbrarme de a poco. Alucard continuó:
―Creo que te hizo efecto mi sangre. Vamos.
Nos tomamos de la mano y caminamos hacia el salón de reuniones. Alucard apretó fuertemente mi mano y yo hice lo mismo. Él volteó a verme algo sorprendido.
―¿Rosario?
―¿Sí?
―¿Es verdad que lo del incidente en tu escuela te ha pasado muchas veces?
No quería responder.
―Sí―respondí.
Alucard se detuvo, se paró frente a mí y, tomándome de los hombros, me miró fijamente.
―No quiero que vuelvas a permitir que alguien te ponga un dedo encima.
―¿Y cómo voy a hacerlo? Soy yo sola contra cinco.
―Tienes más fuerza de la que crees. Recuerda, eres una vampiresa. Sólo te falta más confianza en ti misma.
Llegando al salón de reuniones revisé mi mano y noté que las marcas de los colmillos comenzaban a cicatrizar rápidamente, aunque no tanto como las de Alucard.
Mi padre llegó. Saludó a todos y miró a Alucard de arriba abajo. Me despedí del grupo, tomé a Alucard de la mano y le di un beso en la mejilla. Mi mano se deslizó entre la suya como una leve caricia de despedida. Luego subí al auto de mi padre, junto a él.
―¿Quién es ese chico?―me reclamó y arrancó el auto.
―Mi novio―contesté tranquilamente.
Pensé que mi padre frenaría, daría vuelta al auto e iría a amenazar a Alucard pero no fue así. Extraño. Lo tomó de manera muy natural.
―¿Y hace cuánto que son novios?
―Desde esta noche.
* * *
Al día siguiente, en la escuela, no podía concentrarme en la clase. Los sonidos y la luz eran muy fuertes para mí. Pero eso no me incomodaba más que el olor a sangre que emanaba de mis compañeros y maestros. Sentía mucha sed. Tuve que beber pseudosangre en el salón porque no lo soportaba más, sin embargo, no sirvió de mucho. Por un instante temí perder el control y saltar sobre algún compañero por lo que pedí permiso para ir a la enfermería. Sólo que no llegué a la enfermería por mi propio pie, un maestro tuvo que llevarme porque perdí el sentido por un momento. Como no encontraron explicación a lo sucedido, llegaron a la conclusión de que podía estar relacionado con el SHFP y al rato volví al salón.
La psicoorientadora, de nombre Icy, fue a buscarme un rato después. De camino a su oficina me preguntaba cómo estaba y cómo me sentía, a lo que respondía con monosílabos. El olor de su sangre me distraía. Tenía ansiedad.
―Muy bien, Rosario―comenzó una vez estuvimos en su oficina―, el director me pasó tu expediente. Dice que has tenido problemas con un grupo de intimidadores.
Habló sobre lo que debía hacer en esos casos: hablar con un adulto. Básicamente lo mismo que el director me dijera en la última conversación. Nada que yo ya no supiera, que ya hubiera intentado y que no me hubiera funcionado. Al terminar, hizo una pausa y miró mi mano.
―¿Cómo te hiciste esas marcas?
«¡Oops! Las marcas» pensé. Las había disimulado en la mañana con las mangas de mi abrigo pero debido al calor me lo había quitado.
La doctora Icy también tenía SHFP.
―Esas marcas son de una mordida, ¿verdad?―continuó.
Yo sujetaba mi mano mas no respondía ni la miraba al rostro. Ella siguió hablando:
―Es un pacto de sangre, ¿no es cierto? Algo romántico pero a la vez peligroso. Rosario, sólo tú sabes si ese chico te conviene o no. Y con respecto a lo del acoso, recuerda: ellos te intimidan porque les demuestras miedo. Debes enfrentarlo y demostrarles lo contrario.
―Muchas gracias, doctora Icy.
―Y si necesitas hablar de tu chico, puedes venir conmigo.
―Ese chico fue quien me salvó de esos matones la última vez.
Pero esta vez tenía que seguir los consejos de la doctora Icy salvarme yo sola. A la hora de la salida, esperaba a mis padres sentada en la jardinera de la escuela. Los matones estaban suspendidos por cinco días y llegaron a la hora de la salida a buscarme.
―¡Oye tú, vampira!―me gritó Devin, el mismo que me pateara en el rostro―Por tu culpa nos castigaron.
―No es vampira es vampiresa y no me importa si los castigaron.