La familia de Rosary huyó y se ocultó en otra ciudad. Mis padres habían salido en un viaje de negocios y recibí de ellos una carta en clave diciéndome que estaban siendo perseguidos por los cazadores de vampiros, razón por la que se esconderían en el extranjero y yo debía dejar el castillo.
Fui a la sede de la Sociedad y me hospedaron en las habitaciones secretas bajo el castillo del conde. Allí encontré a otros vampiros en las mismas condiciones. El líder se acercó a mí con una carta en sus manos y, entregándomela, dijo:
―Lo siento, joven Edward, la señorita Rosary está muerta.
Recibí la carta y él se marchó, dejándome solo en la habitación. La carta de Rosary había sido enviada a mi castillo varios días antes pero fue interceptada por los miembros de la Sociedad antes que los cazadores lo hicieran.
Mi estimado Edward:
La distancia nunca fue tan larga ni la tristeza tan dolorosa. Sin embargo, el recuerdo de tu mirada y tu cálida voz me hacen fuerte ante esta adversidad. Anhelo que esto termine pronto, poder caminar de tu mano bajo las estrellas y al fin convertirnos en uno solo por la eternidad. Quiero saborear la dulzura de tu sangre una vez más.
Por siempre tuya,
Rosary.
Un caballero no debe llorar pero el sufrimiento me consumía por dentro. Abandoné la sede de la Sociedad y emprendí un viaje, huyendo de los cazadores y del dolor. Meses después la sede cayó en manos del enemigo. Luego de algunos años llegué a la ciudad donde fue asesinada Rosary. La quemaron viva junto a su familia. Mientras estuve allí no fui cauteloso a la hora de alimentarme y los ataques a ebrios alertaron a la población y los cazadores de vampiros. Me persiguieron durante una semana hasta que la sed de sangre me debilitó. Lograron capturarme, durante el día y con una herida provocada por una bala de plata. Fui llevado a unas catacumbas donde me encadenaron. Rociaron los barrotes con agua bendita. En tres días sería mi juicio y posterior ejecución pero nunca regresaron. Evoqué el recuerdo Rosary una vez más antes de caer en un profundo sueño producto de la sed y la herida.
Desperté atado a una cama y rodeado de extrañas personas vistiendo batas blancas. De a poco fui entendiendo lo que sucedía: habían transcurrido doscientos años y estos sujetos me encontraron gracias a los manuscritos dejados por los cazadores.
Su intención era la de encontrar la fórmula de la vida eterna escudriñando en mi sangre. Aterrado, veía las atrocidades que cometían con sus supuestos “conejillos de Indias”. Aquellos que no presentaban reacción alguna podían marcharse sin problema. Fue así como uno de ellos esparció la enfermedad.
―¿Ya te enteraste?―me decía el líder del proyecto, Cornelius Aeneid―. Ahora hay más como tú allá afuera.
Realmente me preocupaba qué clase de perversiones se estaban llevando a cabo con mi sangre. Pasé los siguientes sesenta años entre dormido y despierto hasta que en uno de sus experimentos me suministraron sangre humana. Por unos minutos fingí que nada sucedía y cuando bajaron la guardia, escapé.
Durante algunas semanas sólo me limitaba a huir y esconderme. La sangre que había recibido de ellos no era mucha pero sí suficiente para alejarme de ese lugar. Por fin llegué a una ciudad y encontré refugio bajo un puente. Una vez más era cazado como a un animal. Transcurrieron algunos días durante los cuales no me alimenté y comencé a sentir los estragos de mi abstinencia obligada.
Los vi llegar a la ciudad y sin pensarlo mucho, abandoné mi refugio a plena luz del día. Me movía evitando a más el sol hasta que divisé unas pequeñas casa de madera arriba de los árboles en un parque. Trepé por las escaleras clavadas al tronco, entré en la casa y cerré las ventanas. Sentado en el suelo pensaba en la posibilidad de haber sido visto y escuché a alguien escalar el árbol. El olor de su sangre era diferente, joven y fresca. De una mujer, sin duda. Unos ojos azules se asomaron por la puerta y de repente cambiaron a amarillo. ¿Acaso había visto mal? Mas al hablarme vi unos colmillos largos, no mucho y pensé que era como yo. Me ofreció pseudosangre, de insípido sabor pero efectiva.
Había encontrado un mundo nuevo. Un mundo de vampiros que ven la luz del día y Rosario, sin saberlo, fue quien me dio la bienvenida a ese mundo.
―Es por eso que nunca le haría daño a Rosario. Les prometo que traeré a su hija sana y salva.
―Rosario ha pasado por mucho en el último año―comenzó el padre de Rosario―Hace un año se convirtió en la víctima de unos matones en su escuela, su hermano menor enfermó gravemente y murió. Ya ocho meses de su muerte y ella aún no se repone. Actúa como si él nunca hubiera existido y encierra todo su dolor en su corazón. Incluso trató de atentar contra su propia vida. Ya no quiero verla sufrir más.