Saqué de entre mis ropas una granada de mano que encontré en la bodega y coloqué mi dedo en el seguro.
―¡Atrás todos! Liberen a Alucard―ordené.
Los soldados que me rodeaban se apartaron pero no hicieron lo mismo los que sujetaban a Alucard. Noté un ligero vapor que se desprendía de las zonas que rozaban las cadenas en su cuerpo.
Lentamente quité el seguro y todos palidecieron. Liberaron a Alucard. Él se puso en pie y me miró fijamente con asombro, luego, comenzó a desvanecerse y el lugar se inundó con una espesa niebla fría. Con cuidado, coloqué el seguro a la granada y la dejé en el suelo. Sentí que los soldados me buscaban entre la niebla así que trepé por la pared y luego al techo. Salí pasando justo sobre sus cabezas.
Hasta fuera del edificio se extendía la niebla. Alucard me hablaba desde ésta.
―Gira a tu izquierda y sigue de frente.
Hice lo que me dijo y unos metros adelante choqué con un árbol.
―Ten cuidado―dijo mientras se materializaba a mi lado―.Corre, hay que darnos prisa.
Me tomó de la mano y me guio a través de lo que parecía un bosque hasta el límite de éste, rodeado por una cerca metálica que daba hacia la carretera. Allí pude ver un auto con las luces apagadas. ¡Eran mis padres! Trepamos la cerca y saltamos hacia la carretera. Mientras subíamos al auto, mi padre dio arranque y aceleró hasta el fondo. Condujo un trayecto sin luces, sólo con la visión nocturna.
Atrás dejábamos el edificio de Bazinger Labs y el bullicio de los soldados y científicos.
Alucard y yo viajábamos en el asiento trasero. Nos dormimos. El amanecer nos sorprendió antes de llegar a la ciudad. Un terrible ardor en mi brazo derecho, producido por el contacto con la luz del sol, me despertó haciéndome gritar.
Subí los pies al asiento acurrucándome en posición fetal contra Alucard. Gritaba y miraba la luz del sol que entraba por la ventanilla como si le tuviera miedo. De hecho, fue aterrador. Mi padre frenó y sacó del maletero una gruesa cobija con la cual me cubrió. Mi brazo ardía, mas la quemadura sanó en un par de horas.
―No podemos ir a casa―dijo mi madre―, nos buscarán allá posiblemente.
―Es cierto―continuó mi padre―, tendremos que abastecernos y ocultarnos y luego…
Hubo silencio en el auto. Alucard se veía pensativo.
Fuimos a la tienda de mis padres, entramos por la parte trasera y sacamos ropa para los cuatro. Mis padres vaciaron la caja fuerte, tomaron el computador portátil y medicamentos. Antes de salir de la tienda, tomé algunas pastillas para la sensibilidad a la luz. De allí nos dirigimos a la tienda de abarrotes L & M. El señor Morvant salió a saludarnos y mi padre le pidió que fuéramos a su oficina. Le contamos lo que sucedía.
―¡Esos malditos perros de Bazinger!―exclamó el señor Morvant dando un golpe con su puño al escritorio―. Perdón por mi expresión pero jamás me han agradado esos sujetos. Esconden algo, estoy seguro. Algo peor que lo que nos han hecho, Gabriel. Pueden ocultarse en mi casa, la que tengo a las afueras, donde celebramos la boda de mi hermana, ¿la recuerdas?
―Sí, la recuerdo. Gracias, viejo amigo. Perdóname por causarte molestias pero no sabía a quién más acudir.
El señor Morvant sacó unas llaves de su escritorio y se las entregó a mi papá diciéndole:
―No te preocupes por nada. Tomen de la tienda lo que necesiten―luego se dirigió a Alucard―. Y tú, tómate unos días.
Mis padres y yo fuimos a surtirnos con víveres para más de un mes. Alucard buscó a Luciano en la bodega para contarle también que Bazinger Labs nos perseguía y para despedirse de él.
Nos despedimos de todos, de todo y emprendimos un camino incierto. Llegamos a una cabaña luego de dos horas de viaje. Nos instalamos en la planta alta donde estaban las habitaciones y bajamos al comedor. Alucard sacó de su bolsillo una memoria USB.
―Necesito un computador.
Mi papá sacó el suyo, el que tomó del almacén. Alucard conectó la memoria y esperamos a que cargaran los archivos de Bazinger Labs.