Rosary. Era el nombre del primer amor de Alucard. Extraña coincidencia. Su nombre no me permitía dormir, y la sed tampoco. Bajé de puntillas a la cocina, abrí la nevera y comencé a beber bolsas de pseudosangre una tras otra. Cuando iba en la cuarta me percaté de la presencia de Alucard en el comedor.
―¿Tienes sed?―preguntó en tono irónico.
―Sí. ¿Desde cuándo estás ahí?
―Desde que se fueron a dormir.
No lo había visto, ni había notado el aroma de su sangre que ahora invadía mi ser.
―Dime, ¿bebiste sangre humana?
Asentí y me acerqué a él lentamente.
―Beber de la sangre de un vampiro no es igual a beber la de un humano. Ésa es muy adictiva y hace que tu cuerpo te pida más.
―Tengo sed―. Ya estaba frente a él.
―Bebe de mi sangre, eso te calmará.
Me senté en sus piernas y clavé mis colmillos en su cuello. La sangre de Alucard fluía a mi boca como un manantial sublime que satisfacía mi deseo. Bebí y bebí. Parecía no acabar nunca hasta que salí de mi trance y lo solté. Nos miramos a los ojos y él se veía muy tranquilo, como si no le preocupara que hubiera tomado tanto de su sangre. Me abrazó por la cintura, enredó sus dedos en mi cabello y me besó profundamente. Nos abrazamos, nos besamos durante un largo tiempo. Por un momento el mundo pareció desaparecer alrededor nuestro. Sólo éramos nosotros haciéndonos uno en un beso.
Antes de subir a la habitación, vi que Alucard permanecía sentado en el comedor.
―¿No vas a ir a dormir?
―Ya he dormido por más de dos siglos. No tengo sueño.
―¿Cómo supiste que había tomado sangre humana?
―Lo olí en tu aliento cuando estabas en la niebla, al salir de Bazinger Labs.
Alucard era la niebla.
Volví a la cama y dormí como no lo había hecho en mucho tiempo.
En la mañana, mis padres comenzaron a repartir los víveres como a refugiados después de algún desastre. Aunque realmente éramos refugiados. El desayuno consistía en una bolsa de pseudosangre y una porción de pan con carne. Las personas con SHFP comemos mucha proteína. Pero en ese exilio no veríamos mucha carne y mis papás lo sabían. Tomamos juntos el desayuno en el comedor como una familia, una que no se habla. Había mucha tensión en el ambiente. Finalmente mi mamá intervino:
―No podremos quedarnos mucho tiempo aquí.
―Esta tarde nos vamos―dijo mi papá―. Estaba pensando en ir hasta el Cerro de las Brujas.
―¿El Cerro de las Brujas?―preguntó Alucard.
El Cerro de las Brujas es una propiedad abandonada ya hace muchos años pues se cree que está habitado por dichas personas. Por supuesto, mis papás no creen en esas historias.
―Son cuentos para ahuyentar a los merodeadores.
Esa tarde empacamos lo poco que teníamos. Limpiamos y ordenamos la casa para dejarla atrás.
Habría que conducir en dirección hacia la capital unas tres o cuatro horas, y doscientos kilómetros antes de llegar a la ciudad, encontraríamos el desvío hacia el Cerro de las Brujas.
―Dudo mucho que nos busquen allí―dijo mi papá―. Podremos quedarnos un tiempo.
―¿Hasta cuándo nos esconderemos?―pregunté.
Hubo un gran silencio en el auto.
―Hasta que las cosas se calmen―contestó mi papá―. Luego veremos qué hacer. Tal vez comenzar una nueva vida en algún pueblo en las montañas. Ya estamos cerca del desvío.
El atardecer comenzaba a caer sobre el Cerro de las Brujas. Pude divisar el tejado de la vieja casa entre los árboles, a media hora de la carretera.
Justo antes del desvío, los soldados de Bazinger Labs ordenaban a los conductores a hacer una fila.