Era muy tarde para devolvernos, la fila se hacía cada vez más larga tras nosotros. Mi papá apretaba y soltaba el volante una y otra vez, le dio dos palmadas, miró a mi mamá y se volteó hacia nosotros.
―Vayan ustedes al Cerro de las Brujas.
―Pe… pero, papá. ¿Y ustedes?
―Nosotros estaremos bien, vayan ustedes.
Alucard y yo tomamos nuestros bolsos y salimos del auto.
―Descuiden, señores Altamirano, yo cuidaré de Rosario.
―Lo sé. Ahora corran.
Nos tomamos de las manos y nos metimos entre la maleza. Comenzaba a oscurecer. Caminamos hasta encontrar el camino hacia la casa. Desde la carretera venía un alboroto, vi cómo mis padres eran detenidos por los soldados de Bazinger Labs. Quería llorar, quería ayudarlos pero me sentía impotente.
―Vamos, Rosario. No hay que desperdiciar la oportunidad que nos dieron tus padres.
Hasta ese momento no sabía absolutamente nada sobre los planes de Alucard y mi papá. Los había sentido cercanos y silenciosos sin sospechar nada.
Luego de caminar un rato, llegamos a la vieja casa. Estaba a oscuras, completamente abandonada en un claro del bosque. Tenía la apariencia de una casa de terror por lo antigua y desvencijada. Más de medio siglo en la soledad habían hecho estragos a la estructura: la puerta principal colgaba de una bisagra y el interior hedía a moho. A pesar de ver en la oscuridad, Alucard tuvo que utilizar una linterna para revisar la sala por la cual corrían ratas y cucarachas. Él comenzó a murmurar unas palabras que casi no podía escucharle, era casi como un siseo, y los animales se marcharon.
Había una ventana de asiento junto a la puerta principal desde la cual se divisaba el camino. En los cajones del asiento encontramos velas, encendimos algunas y las ubicamos en unos viejos candelabros. En medio de la sala había un sofá cubierto con un forro de plástico el cual retiramos con cuidado para no levantar mucho polvo. Era un sofá cama casi intacto aun cuando los animales intentaron hacer nido en él.
Subí al segundo piso, revisé las habitaciones y encontré algunas sábanas viejas. Estaba sucio, no había camas, sólo algunos estantes y los armarios estaban vacíos, excepto por el que contenía las sábanas. Al fondo del pasillo había una habitación que fui a revisar al igual que las demás pero volví a cerrar la puerta sin decir nada.
―Dormirás aquí―dijo Alucard mientras extendíamos las sábanas sobre el sofá cama―. Yo haré guardia en la ventana.
―Mis padres… ¿Ellos estarán bien? ¿Qué les pasará?
―No estoy seguro. Quizás los utilicen para llegar a nosotros.
Me acosté y Alucard se sentó junto a mí.
―Desde que te secuestraron, tu padre y yo hemos estado planeando la manera de poner al descubierto los secretos de Bazinger Labs. He estado en contacto con algunos viejos amigos y esta mañana les envié la ubicación de este lugar. Llegarán en unos tres o cuatro días.
―¿Viejos amigos?
―Los Inmortales.
―¿Y ellos podrán ayudar a mis padres?
―Quizás. Pertenecen a familias influyentes.
―No quiero perder a mis padres como perdí a mi hermano. No…
El llanto me cortó la voz. De nuevo ese dolor que me consume cada vez que recuerdo a Jhon. Pensaba que si me olvidaba de él no me dolería pero no funcionó. Creí que si se lo contaba Alucard lo superaría pero nada. El rostro de Jhon y su voz estaban en mi mente tan frescos como la última vez que lo vi con vida. Tenía mucho que no pensaba en él. Tenía la tonta idea de haber logrado que desapareciera pero aún seguía en mí.
Alucard me abrazó para consolarme. Lloré mis tristezas, mi rabia, mi debilidad y quise dejar allí, en el Cerro de las Brujas, todo mi dolor.