A la noche siguiente, las cosas entre Alucard y yo se volvieron tensas. Me senté frente a él exhibiendo mi cuello para que se alimentara, aunque con cierta indiferencia ya que en todo el día sólo habíamos cruzado algunas palabras. El clavó su mirada en el exterior y dijo:
―No quiero.
―¡¿Qué?!―pregunté un tanto desconcertada.
―No quiero. Vete a dormir.
Su respuesta realmente me dolió y me esforcé por no llorar.
De noche no dormía muy bien a causa de las bajas temperaturas pero no podíamos encender la chimenea porque llamaría la atención hacia la casa. La estufa no servía, no había electricidad y no valía la pena recostarme junto a Alucard porque su cuerpo era más frío que su actitud.
«Debo ser fuerte. Debo ser fuerte. Debo ser fuerte. »
De día pasaba el tiempo entre tratar de dormir lo más que pudiera, hacer limpieza, pensar en lo que había en la planta alta y evitar a Alucard. Al principio huíamos el uno del otro como si nos temiéramos. Esto debido a lo sucedido las primeras noches. Luego comenzó a evitar cualquier contacto conmigo y su actitud de muerto viviente me exasperaba. Permanecía sentado en la ventana, ajeno a lo demás y sólo se levantaba de allí cuando entraba el sol. Luego lo sorprendí bebiendo pseudosangre.
A todo esto había que sumarle el hecho de no haber tomado un baño desde que saliéramos de la cabaña del señor Morvant. Era molesto y vergonzoso decírselo a Alucard. Ya de por sí era incómodo hacer mis necesidades en las raíces de los árboles. Finalmente me armé de valor y crucé más de dos palabras con él.
―Alucard, necesito darme un baño…
Tardó mucho en darme una respuesta.
―Detrás del cerro hay un pequeño lago―respondió―. Pero no te dejaré ir sola.
Llevé las sábanas para utilizarlas como toallas y al mismo tiempo lavarlas. Aunque las manchas de sangre no saldrían.
«¿Por qué no compré un jabón en el autoservicio?»
De camino pensaba que no había espacio para el pudor. Que tendría que desnudarme frente a él. Que él se desnudaría frente a mí. Que cederíamos a nuestros instintos… Que me estaba volviendo loca.
«¡Por favor! Rosario, ¿qué estás pensando?» Agité la cabeza para alejar esos pensamientos.
Al llegar al lago, él se dio la vuelta para que yo me desvistiera. Me metí en ropa interior al agua y ésta estaba realmente helada. El lago no era más grande que una piscina comunitaria y debía tener unos dos metros de profundidad. Nadaba y me sumergía disfrutando de la sensación del agua sobre mi piel al tiempo que Alucard entró también, en ropa interior y camiseta, sin mirarme.
―Alucard, mírame. Yo no siento vergüenza de mi cuerpo.
No respondió. Se alejó de mí nadando.
Salí del agua y tomé una sábana para envolverme y luego sentarme bajo un árbol. Alucard salió uno minutos después. Desvié mi mirada. Él se recostó bajo otro árbol. No parecía el mismo con quien días antes intercambiáramos mordidas y sangre.
―Es hora de irnos―dijo luego de un rato.
Dándonos la espalda el uno al otro, nos cambiamos de ropa. Ya sólo me faltaba la blusa cuando se acercó a mí por detrás abrazándome con fuerza. Tampoco tenía camisa y nuestra piel se tocaba por primera vez.
―No tientes tu suerte, Rosario. Soy un caballero pero también soy un hombre.
Luego de eso continuó evitándome.
Esperaba a que la noche trajera algún cambio. Comí y me acerqué a él enseñándole la muñeca.
―¿Vas a tomar sangre?―le pregunté.
―No lo sé.
―¿Cómo que no lo sabes? Me dijiste que necesitabas sangre. Que necesitabas tus poderes.
Me senté muy cerca y él se inclinó hacia atrás, mirando hacia afuera, evitando mis ojos. Suspiré.
―Mira, Alucard, los dos somos conscientes de lo que nos sucede, de lo que estamos sintiendo. Si tiene que pasar, yo ya estoy preparada. ¿Y tú?
Me oculté bajo las sábanas pensando en si había hecho lo correcto. Finalmente se acercó al sofá cama, yo me senté y nos miramos frente a frente.
―Yo ya no quiero sólo tu sangre―comenzó―, te quiero toda para mí aunque suene egoísta. Pero te juro que cuidaré de ti por el resto de tus días.
Tomé su mano y lo halé hacia mí para meterlo al sofá cama. Nos besamos larga y apasionadamente, abrazados. Nuestras manos comenzaban a acariciar el cuerpo del otro explorando piel y formas y curvas. Respiración agitada, un pequeño gemido, el corazón acelerado aferrándome a él con mis fuerzas para huir del miedo que aún me invadía. Mordió mi cuello lentamente y en la excitación no sentí ningún dolor mientras lo sentía beber mi sangre. Busqué su cuello para hacer lo mismo. De nuevo se estremeció cuando le clavé mis colmillos y su sangre era dulce y un poco cálida en mi boca y a través de ella me llegaban los deseos más profundos de Alucard. Nos detuvimos por un momento, jadeando, mirándonos a los ojos. Apretó los labios y respiró profundamente como colocando todos sus pensamientos en orden, como decidiéndose a algo. Acercó lentamente su rostro y susurró en mi oído una pregunta para que sólo yo, en todo el mundo, pudiera escucharla.