Es una costumbre entre los vampiros entregar a una doncella de hermosa apariencia y sangre fragante y apetitosa al invitado de honor.
Al ver a la doncella sólo alcancé a pensar «¡Oh, no!». Rosario, quien estaba más cerca, dejó a un lado su copa y se abalanzó sobre ella aferrándose a su cuello y le succionó la sangre hasta verla palidecer y perder la conciencia. Luego, la dejó caer en el suelo.
Las damas que ahora eran sus amigas aplaudían y celebraban su acción.
―¡Bravo, Rosario! Ahora ven a probar la sangre de los varones, es exquisita.
Me abrí paso hacia ellas y tomé a Rosario de un brazo.
―¿Me disculpan, señoras?
Caminé con Rosario hacia la puerta principal donde Demetrius me susurró:
―Tranquilo, hijo, yo me encargo del resto―. Y a los invitados―. Bueno, ¡qué siga la celebración!
―¡¿Qué demonios estabas pensando, Rosario?!
―Pero al menos no la maté...
―¡¿Qué?!―golpeé con mi puño la pared donde ella estaba apoyada.
―Además, no iba a permitir que bebieras la sangre de otra mujer en mi presencia.
―Los humanos son sólo comida―. No debí decir eso. Exhalé―. No bebas más sangre.
―Entonces beberé vino.
―Tampoco.
―Entonces pediré un jugo de uva. Uno que tenga tu edad.
Luego de prometerme que se portaría bien, regresamos al salón y en cuestión de segundos la perdí de vista. La sangre y el vino iban y venían y recibí algunas copas por invitación de Demetrius y el doctor Rockembell. Luego escuché las carcajadas de Rosario y vi una copa en su mano.
―¿Es sangre o es vino?―pregunté.
―Es vino―contestó el doctor Rockembell.
Fui hasta ella y llegué justo en el momento en que un mareo la hizo trastabillar. La sujeté y le quité la copa. Me disculpé con las damas y saqué a Rosario del lugar. Ella se resistía a ser llevada así que la levanté sobre mi hombro y ya en la habitación la descargué en la cama.
―Ya fue suficiente vino y sangre por hoy, debes descansar.
Le quité los zapatos y la acomodé para dormir. Después me dirigí a la puerta.
―Quédate conmigo y hazme el amor.
―¿Qu... Qué? No, Rosario. No lo haré. ¡Duérmete!
Salí y comenzó a llorar. Afuera estaba Demetrius.
―¿Rosario está bien? ¿Está llorando?
―Eh... Sí, quiere que... Me quede con ella.
―¿Y por qué no lo haces? ¿Qué clase de caballero eres?
―Yo... Ella... Muy bien.
Entré de nuevo a la habitación y ella corrió hacia mí abrazándome y besándome. La alcé y la llevé de nuevo a la cama. Me recosté junto a ella.
―Estás hermosa esta noche.
―Y tú pareces un príncipe. ¿Qué título nobiliario tienes?
―Bueno, mi padre ya murió así que soy conde.
―El conde de Transilvania.
―No―respondí riendo―. Soy de Dunwich.
―Perdóname por comerme tu regalo.
―Perdóname por decir que los humanos son sólo comida.
―Eso no me importa. No soy humana ni vampiresa. Sólo soy un monstruo creado con tu sangre.
―No vuelvas a decir eso. Nunca.
―¿Qué soy para ti? ¿Humana o vampiresa?
―No me preguntes eso―. Su rostro aguardaba la respuesta―. Admito que al conocerte creí que eras humana y luego no estaba muy seguro.
―Eso no responde a mi pregunta.
Recordé la forma en que atacó al soldado y a la doncella.
«Así era yo, en mis comienzos.»
―Vampiresa―. Pero seguía sin estar seguro.
―Hazme el amor.
―Estás ebria. No sabes lo que dices. Es el vino hablando por ti.
―No necesito estar ni sobria ni ebria para saber que Bazinger Labs no se va a quedar con los brazos cruzados. Que en cualquier momento tomará represalias... Que en cualquier momento vendrán y nos matarán. Y esta puede que sea nuestra última noche juntos.
En silencio ante sus palabras le solté el cabello, bajé el cierre de su vestido lentamente y me deshice de él al igual que el resto de su ropa. Ella también buscó en mí mi desnudez. Con el corazón al ritmo de la respiración agitada. Besos y caricias. Su cuerpo tibio y suave entre mis brazos. Piel con piel, entre las sábanas, entregándonos el uno al otro.